Recuerdo las primeras vacaciones con mis padres, en coche y aquellos largos viajes por carretera. Mi tediosa costumbre cuando ya había agotado los libros, el juego del ‘Veo-veo’ o todas las cintas de mi walkam (los millenials saben a qué me refiero) era preguntar “¿falta mucho?” con cierto timbre chillón.

A lo que mis padres respondían, tras un largo suspiro, que solo un poquito. Eso mismo profiero ante las ganas de que el balón vuelva a rodar en Riazor. Porque si el otro día me pasaba por esta columna declarándome fan del mercado de fichajes y sus salseos, ahora también lo hago para confesar mi poco entusiasmo con los partidos amistosos. 

Es cierto que ya es fútbol, que vuelves a ver a tu equipo en acción, que pones fin al ayuno de Dépor (que no de balompié, tras el Mundialito y ahora la Eurocopa en categoría femenina). Pero, es que para mí no es lo mismo. Más allá de que se puedan ver ciertos esbozos de cómo puede ser el nuevo Dépor de Antonio Hidalgo, estos bolos veraniegos no dejan de ser un laboratorio de ensayos, que dista bastante de lo que va a ser el equipo en el torneo doméstico. 

Falta aún ritmo competitivo, quedan por llegar aún fichajes y otros que lucen la elástica blanquiazul van a decir adiós en las próximas semanas. Es como un boceto, unas iniciales pinceladas antes de que la gran obra esté concluida 

Para abrir boca está bien, pero al final te quedas con las ganas de más. Es cierto que la semana que viene la pretemporada tendrá ciertos tintes internacionales, con el Dépor regresando a Reino Unido para la disputa de dos amistosos. Y ya con el Teresa Herrera en el horizonte parece que la espera de cara a que comience un nuevo curso se hace más corta. Como me ocurría a mí de pequeña después de preguntar, que parecía que la distancia con nuestro destino se reducía.