Mientras Inglaterra, Italia, Alemania, Brasil o los países del Río de la Plata desarrollaban una identidad futbolística basada en sus bases como sociedades, España tardó décadas en encontrar una cultura propia a nivel balompédico.
La medalla de plata en los Juegos de Amberes en 1920 no había sentado el poso necesario en un país devastado por su guerra interna y sumido en una dictadura en la que los éxitos del Real Madrid no permitieron superar la autárquica escasez de miras hacia fuera.
España era ‘la furia’. Pero esa intención de apelar a la ‘testiculina’ como eje sobre el que entenderse a uno mismo era un plan sin coherencia de fondo. Los futbolistas que nacían en la Península Ibérica no eran más altos, más rápidos ni más fuertes que sus competidores, por mucho carácter latino en la sangre que tuviesen.
Así, tras competiciones y competiciones estrellándose contra las expectativas de buenas generaciones sin un hilo conductual entre sí, Luis Aragonés entendió que el talento particular de España —o al menos de la España que él dirigía— estaba en el dominio del balón. Como en su momento habían hecho Escocia, Austria, Hungría o la URSS, ‘La Roja’ apostó por recuperar el pase corto, aprovechando que en el rincón suroeste de Europa había arraigado la capacidad para producir futbolistas en general y centrocampistas en particular con una alta capacidad para modular el tiempo y el espacio en el verde y, además, elevadas condiciones para ejecutar lo que sus cerebros ordenaban.
Así, la España indefinible pasó a ser la primera productora mundial de una estirpe de jugadores capaces de ordenar el juego a través de su cabeza y sus piernas. De domesticarlo. Los Xavi Hernández, Andrés Iniesta, Cesc Fàbregas, David Silva, Thiago Alcántara o Santi Cazorla, relevos del brillante coruñés Luis Suárez y de algún otro caso aislado, han tenido continuidad en la actualidad con Isco Alarcón, Fabián Ruiz, Pedri González, Dani Olmo o Gavi.
Sin embargo, para que el ecosistema en el que estos centrocampistas respiran esté en equilibrio, siempre es necesario un elemento complementario. Alguien diferente, pero no discordante. Esa figura más posicional, encargada de vivir y dejar vivir, empezó a ser evidente a través del Pep Guardiola jugador. El de Santpedor, curiosamente, acabó encontrando ya como entrenador en Sergio Busquets a su heredero natural.
‘Busi’, como Xabi Alonso, era —y todavía es— ese futbolista capaz de ser computadora central. Situado siempre en el corazón del colectivo, se encarga de que todo funcione con armonía. ¿Qué hay que procesar un programa vistoso? Ahí está. ¿Qué es preciso eliminar un virus? Lo mismo. Ese mediocentro, ese pivote más fijo, tanto te funciona de guardaespaldas como ejerce de socio. Sin ser protagonista. Sin levantar la voz. Pero realizando una labor fundamental para que el castillo no se caiga.
A Busquets le salió un gran sucesor con Rodri Hernández. Pero hasta alcanzar la excelencia del Balón de Oro ha sido necesario que España desarrollase un molde del que han ido saliendo múltiples mediocentros con tanta capacidad para jugar como para no dejar jugar. Martín Zubimendi, Marc Casadó, Adrián Bernabé, Nico González, Antonio Blanco, Pepelu o Marc Roca han sido algunos de los que en los últimos años han llegado a la cúspide de la pirámide, con presencia en la selección sub 21 e incluso la absoluta. Y a este grupo también pertenece José Gragera.
El gijonés nacido en el año 2000, forma parte de esa estipe de centrocampistas posicionales españoles que tienen el fútbol en su cabeza. Así lo entendió el Sporting de Gijón, que le dio la oportunidad de asentarse definitivamente en el primer equipo con 20 años. Y así lo entendió también el Espanyol, que dos años y medio después pagó 2,8 millones por el 70% de los derechos del futbolista.
El asturiano no ejerció de salvador para evitar el descenso a Segunda fue capaz de demostrar su influencia una temporada después, cuando se convirtió en el núcleo del equipo de Manolo González que acabó ascendiendo en playoff. Con su tobillo maltrecho, José ‘se comió’ los playoffs. Su jerarquía fue clave para el Espanyol, pero la hipoteca por el esfuerzo la pagó al curso siguiente con su recurrente problema en el tobillo que acabó derivando en una degeneración en el dedo gordo del pie opuesto.
Parón, operación y recuperación demasiado prolongada. El resultado, nueve meses sin jugar que ahora tratará de dejar atrás en el Deportivo, adonde llega para dotar de competencia a un José Ángel Jurado que todavía se pelea con la rehabilitación de su intervención en el pubis.
Así, el Dépor cuenta para la posición de pivote más fijo con dos futbolistas con percances físicos recientes, pero capaces de elevar sobremanera el nivel de la posición si logran dejar definitivamente atrás las dolencias. Porque si el nivel de Jurado fue clave para entender los mejores momentos del equipo blanquiazul en los dos últimos cursos, la incorporación de Gragera sube de manera exponencial el techo y las posibilidades en el ‘core’ del equipo.
José Gragera mejora de forma más que evidente a Nuke Mfulu con balón. Y además de poseer un poderío físico que le hace ser también muy ganador de duelos, es capaz de abarcar más campo que la actual versión del franco-congoleño. A estas cualidades añade, en comparativa, una interpretación táctica extremadamente superior de todo lo que sucede a su alrededor.
Gragera no es el centrocampista más creativo de la liga. Pero cuando el balón pasa por él, la pelota se siente segura. En casa. El canterano sportinguista ha venido siendo en el Espanyol el futbolista encargado de recibir los primeros pases en inicio de juego. De darle continuidad a los ataques. De comenzar a aclararlos. Para ello, el asturiano no tiene necesidad de ver el fútbol de cara. Ni siquiera de orientarse de la forma más canónica posible. Porque una de sus grandes virtudes es la capacidad de giro durante el control del balón.
De este modo, durante su primer toque, José ya se ubica de la manera correcta para proteger la posesión y encontrar la mejor opción posible de pase, gracias a su ‘escaneo’ previo. Porque Gragera no para de mirar a su alrededor para situar las piezas del ajedrez jugado en tapete de póker. Interpreta para él y para el resto, a los que dirige también cuando no tiene el esférico en sus pies.
Gragera mira, la pide y mientras controla con la pierna alejada, hace girar su cuerpo como una peonza. El gesto técnico más común de su juego es vistoso y práctico. Ese manejo más que notable de las dos piernas tanto para el control como para el pase le abren un abanico de posibilidades que su agilidad a la hora de movilizar sus cerca de 1,90 metros potencia todavía más.
Una vez orientado, el valor de Gragera está en la fiabilidad. Como ya se ha citado, está lejos de ser el futbolista más imaginativo con balón. No traza apenas pases entre líneas ni tampoco demasiados envíos largos. Sin embargo, no es difícil imaginarlo encontrando de manera progresiva los apoyos de Soriano o Yeremay. Porque su calidad en el pase corto es evidente.
De este modo, si jugando de cara Gragera apunta a ser un buen eje, también es previsible su aportación a la hora de acudir al apoyo de centrales y portero, de espaldas a la portería rival, y darle continuidad al inicio de juego con acciones de tercer hombre para encontrar al compañero libre. Hasta ahora, Hidalgo no ha sido muy partidario de instalar este mecanismo en sus equipos. El catalán prioriza construir por fuera. Pero de querer ponerlo en marcha, tiene en Gragera un óptimo ejecutor.
Así, desde el control y el pase Gragera es capaz de acelerar las jugadas sin parecer que lo hace. No ejecuta excesivamente rápido, pero sus capacidades permiten dotar de seguridad la ‘red’.
Sin embargo, si hablamos de seguridad, no se puede obviar la faceta defensiva. Gragera no es solo un centrocampista tan seguro como elegante con balón. Su valor radica en su capacidad para sumar también sin pelota. Mucho.
La principal virtud de José en este sentido es que nunca pierde el sitio. Siempre está bien colocado. Y esa habilidad le permite ser muy ganador de duelos. Llega antes. O, al menos, no llega tarde a los balones divididos.
A esta intuición suma su físico. No es rápido, pero su zancada le permite recorrer metros en poco tiempo, por lo que dista de ser lento en los estándares de mediocentro. Desde luego, es más veloz que Jurado y, por su puesto, que Mfulu.
Una vez hay que chocar, posee una buena ‘carrocería’ y unas piernas larguísimas que le permiten hacerse más grande. No rehúye el duelo. Sabe cuándo 'saltar' hacia delante y cuándo fijarse y temporizar. Y tiene una notable capacidad para interrumpir el juego del rival cuando es necesario sin cargarse de manera excesiva de amarillas y, desde luego, sin ver rojas. Pocos mediocentros promediaron más faltas que Gragera en el último año que pudo jugar completo. El Dépor del pasado curso lo hubiese agradecido.
Así, su morfología no solo le permite proteger el esférico, sino también recuperarlo e imponerse por alto. Porque Gragera destaca en los duelos defensivos -ganó el 60% en la temporada 2023-24-, pero sobre todo en las acciones por alto. Planta su espigado cuerpo, fricciona, salta y triunfa. Ahí, el Deportivo gana un antiaéreo descomunal, capaz de vencer en el juego directo aunque con poca intuición -o un papel secundario en los últimos años- para ser amenaza ofensiva.
No, Gragera no es un futbolista capaz de generar grandes ventajas ofensivas por sí solo. Pero es un mediocentro recuperador muy notable y una garantía en la gestación ofensiva. Un continuador del juego de ataque. Si no acusa los nueve meses de inactividad -su estilo de juego quizá le evite pagar un peaje grande-, el Deportivo gana a un mediocentro posicional que, más que jugar con José Ángel, puede ejercer como una mejor versión del andaluz en algunas facetas y, desde luego, complementar al resto de perfiles del centro del campo blanquiazul. La 'red de Hidalgo' ya tiene a su nueva computadora, un mediocentro con 'ADN España'.