Italia fue la tierra en la que Helenio Herrera popularizó el ‘Catenaccio’ e invirtió definitivamente la pirámide a partir de la que los equipos de fútbol comenzaron a estructurarse en los albores del balompié. En las tierras transalpinas, el que fuera previamente técnico del Deportivo logró lo único que hace falta para consolidar una tendencia: los éxitos.
Al frente del Inter de Milan, el argentino logró conquistar en los años 60 dos Copas de Europa, dos trofeos Intercontinentales y tres ligas que no solo situaron al equipo neroazzurro en la cúspide del fútbol mundial, sino que, como todo gran éxito sostenido, marcó un punto de inflexión en la forma de jugar. El 2-3-5 propio del amanecer del ‘football’ fue transformado definitivamente por Herrera —antes por otros con gloria menos sonada— en un 5-3-2 con el que Italia terminó de consolidar su identidad aguerrida que le ha acompañado hasta nuestros días.
Aquel cambio de paradigma generó nuevas respuestas y otras tantas preguntas en el ecosistema fútbol. Y en ese proceso, florecieron nuevas posiciones y funciones específicas, necesarias para responder a las necesidades. Con el líbero ya asentado, fue la figura del carrilero la que comenzó a adquirir importancia. Porque la acumulación de defensas por sí sola no permitía ganar partidos. Para ello era necesario sumar más efectivos en ataque. Y aprovechar el ancho del campo. Así, desde esas dos premisas tan básicas, los laterales se convirtieron en carrileros. Defensas de ida y vuelta que ejercían como zagueros, pero también tenían entre sus cometidos profundizar por fuera en ataque.
Desde aquellos años 60 el fútbol ha ido evolucionando. Pero es cíclico y las modas, como en la vida, siempre vuelven. En los 80 y en los 90 esas formaciones de tres defensores centrales y un futbolista para ocupar a lo largo cada uno de los carriles exteriores se consolidó. Y aunque con el cambio de siglo la tendencia se perdió, de nuevo desde Italia aparecieron Antonio Conte o Gianluca Gasperini para hacer del 5-3-2 religión.
Esa fe también la profesa en cierta forma Antonio Hidalgo. Aunque de una forma mucho menos ferviente, pues el técnico catalán varía de estructuras en función del partido y no tiene los tres centrales con carrileros como dogma. Pese a ello, el dibujo figura en las páginas principales de su libreto y para ejecutarlo con garantías, Hidalgo necesitaba a un futbolista zurdo que viniese a ocupar el vacío que ha dejado Rafa Obrador y que complemente la escasa profundidad de casi cualquiera de las piezas que el expreparador del Huesca dispone para colocar por delante del lateral izquierdo.
Ese hombre ha llegado. Se llama Giacomo Quagliata y es carrilero de profesión. No sorprende, pues el siciliano se crió y desarrolló en la cuna de los laterales con necesidad de mirar tanto hacia arriba como hacia abajo. Y eso es precisamente lo que lleva haciendo desde que se convirtió en profesional, cuando el Pro Vercelli en el que terminó de formarse le dio la oportunidad en Serie C a los 20 y su nivel llamó la atención del Heracles Almelo neerlandés.
La cualidad de Quagliata que probablemente llamase primero la atención del Deportivo es su capacidad para repetir esfuerzos. El futbolista de Palermo ha jugado tanto en línea de cuatro como, sobre todo, en defensa de cinco. Pero tenga más libertad o menos para soltarse por la banda, lo que no cambia es su capacidad para hacerlo de forma sostenida durante buena parte del choque. Quagliata sube y baja una vez. Y otra. Y otra.
Así, si su equipo le demanda a nivel ofensivo que parta desde una posición más alta, Giacomo no tiene problema. Ahí actúa prácticamente como extremo, pinchado bastante arriba y por fuera, a la espera de recibir tanto al espacio como al pie. Porque el internacional sub 21 por Italia tiene condiciones físicas para sostener carreras y ser ganador en ellas, pero también cualidades técnicas y, sobre todo, desvergüenza para ser peligroso con el balón controlado.
Sin ser un virtuoso, el isleño maneja el control orientado para perfilarse hacia delante si tiene que recibir descendiendo al apoyo. Y además, entre su suficiente capacidad de pase y su soltura, no desentona cuando debe asociarse. Giacomo entiende cuándo acelerar y cuándo pausar. Darle el balón no es, ni de lejos, sinónimo de ensuciar la jugada.
Sin embargo, aunque sabe no precipitarse, Quagliata sobresale en el vértigo, contexto en el que puede aunar su habilidad con balón con sus capacidades condicionales. No es dominante ni por unas, ni por otras. Pero entre ambas, sí logra convertirse en un carrilero que produce a base de ‘quemar’ una y otra vez la banda. Giacomo trabaja a volumen.
Quagliata tiene condiciones de atleta. Es un deportista ágil, coordinado y elástico. Y aunque su velocidad en grandes distancias no es sobresaliente, a través de su poderío en los primeros metros sí es capaz de generarse ventajas. Giacomo domina el cambio de dirección, la frenada y la arrancada en los primeros metros.
Sí, el poco dominio de la pierna derecha —que apenas usa— le limita, pues casi siempre a salir hacia fuera. Pero aúna a esas capacidades físicas cierta habilidad para el engaño. En parado, es muy habitual verle pisar el balón y fintar con bicicletas —incompletas— hacia dentro y hacia fuera. En carrera, también. Y aunque con frecuencia esos trucos ‘Neymarescos’ son más efectistas que efectivos, ejecuta a tal y velocidad y tiene un impulso de carrera tan bueno que, en muchas ocasiones, logra generarse el espacio.
Sin embargo, no demasiadas veces de esa habilidad para construir ventajas logra sacar algo productivo. Sí, el pasado curso concretó cinco asistencias entre sus etapas en la Cremonese y el Catanzaro. Cuatro de ellas llegaron en sus dos primeros partidos como titular tras marcharse cedido al equipo calabrés, las tres iniciales a partir de situaciones a balón parado. En esas acciones demuestra su buen golpeo de balón, que sin embargo no suele exhibir cuando centra en carrera, más exigido. En esos contextos de menos tiempo y espacio tiene margen de mejora Giacomo. Tanto a la hora de elegir la mejor opción como a nivel de precisión.
De este modo, Quagliata es un futbolista tremendamente aprovechable a nivel ofensivo por la contribución que puede suponer con el balón y su agresividad tanto a la hora de trazar rupturas —entiende bien el tempo de desmarque— como de buscar al rival en carrera.
Aunque hablando de agresividad, ese es precisamente el rasgo distintivo del italiano a nivel defensivo. Giacomo no hace prisioneros. No fue casualidad que una de sus primeras acciones como jugador del Deportivo, en su debut ante el Watford, fuese un ‘tackle’ en un balón dividido que le costó la cartulina amarilla. El siciliano es un futbolista, en términos generales, muy pegajoso. Aunque tiene algunas lagunas conceptuales.
Cuando detecta que su marca va a recibir, suele activarse para ‘saltar’ hacia delante y acosarle. Busca anticipar o meter el pie, una tendencia que el Deportivo de Hidalgo apunta a exigirle a sus defensores. Además, lo hace con tanto ímpetu que es incómodo para el rival. Pero, en ocasiones, se la juega demasiado. Aunque siempre suele buscar el recurso de la falta si es superado, quizá su juego demanda más temporización. A sus 25 años, esa pausa la puede ganar. Más difícil será que consiga dominar su perfil derecho para emplear también esa pierna.
Si Quagliata tiene margen de crecimiento en esas acciones tan típicas de anticipación en las que sobresale si es ganador, lo mismo sucede en el uno para uno. Al italiano le cuesta leer los amagos de su par. Sobre todo cuando engaña con el centro. En esas situaciones de posible envío al área, tiene la anticompetitiva costumbre de dejar demasiado espacio y, sobre todo, dar la espalda al esférico. Esto le condena, pues si el contrario no ejecuta el envío y prosigue su conducción, es fácilmente superado.
A ese déficit une su poco compromiso en algunas ocasiones a la hora de hacer la ayuda al central de su lado. No es una cuestión de no querer, sino que apunta a ser un 'vicio' adquirido por su costumbre a las asignaciones individuales. Y eso, en ocasiones, provoca que 'se olvide' de priorizar auxilios a compañeros en zonas más centrales. No deja su marca, ni aunque esta esté en una situación más exterior y, por lo tanto, menos peligrosa.
Sin embargo, y aunque no es dominante en el juego aéreo a pesar de sus notables 180 centímetros y sus condiciones atléticas, el transalpino sí se posiciona bien a la hora de proteger el segundo palo. En situaciones en las que ejerce de defensor más alejado, su orientación es óptima y referencia a su marca, por lo que no resulta tan sencillo imponerse a él. De hecho, su capacidad de salto -y sus pulmones- le permiten ser en muchas ocasiones una amenaza ofensiva al remate, llegando desde el lado opuesto.
Sí, Quagliata ofrece algunos déficits en defensa. Pero gracias a su físico, los sabe esconder relativamente, pues tiene capacidad en carrera corta para no conceder demasiada ventaja al extremo e incluso corregir. Es físico, además, le permite percutir por la banda siniestra una y otra vez a base de vigor, una posibilidad que le convierte en un futbolista ideal para lo que necesita el Deportivo en ese carril izquierdo. Porque desde la siniestra puede complementar con energía y profundidad a Yeremay o a cualquier futbolista que juegue por ese sector.
Allí, en el rincón izquierdo, ofrecerá otras cosas muy diferentes a las que aporta Sergio Escudero, con quien competirá por un puesto. Aunque no sería de extrañar que jugase junto a él en muchas ocasiones, con el vallisoletano mucho más fijo en la base y el siciliano cogiendo altura.
Y es aunque Quagliata no es un futbolista sobresaliente, cubre una necesidad imperiosa en cuanto a perfil futbolístico y a un carácter competitivo en el que el isleño es extraordinario. Además, si logra encajar -y siendo latino y con experiencia en Países Bajos apunta a que será más fácil-, directamente multiplica las posibilidades del Deportivo.