Soy muy de dichos, de coleccionar frases que primero apuntaba en libretas y ahora guardo en las notas del móvil. Hay una que dice que conoces más a una persona por como se va que por como llega. Y en la actual época en la que estamos, inmersos en un cúmulo de despedidas, he decidido rescatarla. Porque todos exhibimos nuestra mejor cara y la más resplandeciente de nuestras sonrisas cuando nos presentamos, cuando llegamos. Nadie quiere mostrar ese rostro que conoce, pero que los otros aún ni siquiera aciertan a vislumbrar. 

Nuestros defectos, que todos tenemos, están guardados y a buen recaudo. Evitamos a toda costa que hagan acto de presencia y nos estropeen esa primera impresión. 

Cuando nos presentamos abrimos la puerta sin estridencias, ni aspavientos. Pedimos permiso de forma cordial. Todo cambia (o no) cuando nos vamos. Podemos hacerlo dando un portazo, maldiciendo, dejando ver esos recónditos recovecos de nosotros mismos que tanto nos esmeramos en esconder. También podemos retirarnos con elegancia, con mesura, midiendo lo que decimos. Siendo conscientes de que somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios. 

El poso de nuestras acciones tiene más peso y eco que lo que comunicamos, pero si hacemos buen uso de la palabra los más avezados podrán leer entre líneas lo que en realidad queremos decir. E incluso podrán encontrar clarividencia en nuestros silencios. Muchas veces incluso la forma en que nos despidamos dirá mejores cosas de nosotros, en contraposición a los que nos señalaron la puerta.