El fútbol, desde la implantación del big data, ha entrado en una nueva era. Como todos los inventos, el macroanálisis de datos tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Su origen es el PC Fútbol, un invento —español— maravilloso para los que hace varias décadas amábamos el fútbol y los videojuegos. Maravilloso a la par que trágico, porque las pachangas que me tengo pegado al jueguecito hasta el amanecer tenían poco de sano. Aquel videojuego difería de todos los demás en dos cosas. Una, el simulador de partidos, que era una auténtica birria comparado con el Pro Evolution Soccer —obra maestra— o el FIFA, pese a que el segundo tenía de fútbol lo que yo de celtarra, porque lo común era acabar un partido 7-9 o 12-8. Y dos, su base de datos era infinitamente superior a la de los juegos arcade.
El PC Fútbol nos ha traído al fútbol de hoy. Aquel momento en que clicabas en ‘simular’, esperando que los algoritmos y la calculadora de cientos de variables de cada futbolista que ponías en tu once y ‘la máquina’ colocase como tus rivales hicieran su magia, solo es comparable a este fútbol de hoy en día en que todo está medido y en el que el primer mandamiento reza que “tendrás el balón sobre todas las cosas”.
Sin embargo, en el PES y en el FIFA —que mandó a la basura al PES cuando EA Sports le mangó a Konami, cual Barça al Dépor con Rivaldo, al programador del PES— lo que contaba era la habilidad. El manejo de cada muñequito que, con el paso del tiempo, fue teniendo cada vez mejor definición y se fue pareciendo más a los futbolistas reales. Que si Azizi con las botas blancas, que si las gafas de Davids, que si el peinado a lo mohicano de Beckham... Jamás, sin embargo, cada jugador del PES o del FIFA tuvo tantas variables como en el PC Fútbol.
Cada juego tenía su momento. Era divertido buscar nuevos fichajes, negociar con sus clubes y agentes, poner el precio a los bocatas que vendías en tu estadio, programar una obra de ampliación del mismo e intentar llevar a un equipo de Tercera a Europa, cosa que probé, sin éxito, con el Malpica de Mino y Doro, a los que mantuve en la plantilla hasta el ascenso a Primera. También lo era manejar, jugador por jugador, a la Brasil campeona del mundo en 2002 con Roberto Larcos, Radolno y Naldorinho, o al Galicia Norte —el Dépor— que no tenían sus nombres reales porque Konami no pagaba los derechos a las federaciones, a las ligas y a los clubes. En el PC Fútbol llevé al Racing de Ferrol de Luis César a ganar la Copa de Europa en cuatro o cinco temporadas. En el Pro Evolution Soccer disfruté convirtiendo en campeona del mundo a España —cuando todavía quedaban unos cuantos años para que se hiciese realidad— y a la Irán de los ‘alemanes’ Mahdavikia, Bagheri, Azizi y Ali Daei. También tuve que sufrir a mi primo ganándome 1-0 con Italia —algo muy italiano— con un solo tiro a puerta. Y viví el nacimiento de una acción que hoy en día es habitual en el fútbol real, que entonces bautizamos como ‘unijugada’: pases y pases de tu rival hasta encajar el primer gol sin cheirar el balón.
Todo esto me ha venido a la memoria porque en el Deportivo juegan el mayor regateador y la mayor regateadora, con amplia diferencia, de sus respectivas competiciones. Yeremay lo es de Segunda y Ainhoa Marín de la Liga F. Rara avis en el fútbol de hoy. Son el Pro Evolution Soccer ganando la partida al PC Fútbol. Una alegría.