No hubo que esperar tres semanas para el siguiente “parece mentira”. Bastaron solo un par de días para que mi pálpito se escapase retrete abajo y unas horas más para refrendar que, definitivamente, al Básquet Coruña le ha venido demasiado grande la categoría. La salida de Brandon Taylor a la Virtus Bolonia cuando aún faltan tres partidos para concluir la temporada es la penúltima decisión, como mínimo, cuestionable. Porque existe una posibilidad de evitar el descenso ocupando la penúltima plaza, en caso de que el campeón del playoff de Primera FEB renuncie a dar el salto. Todo un detalle con el base norteamericano, al tiempo que una sensación desoladora de tirar la toalla. De falta de colmillo.
Pocas cosas pueden salvarse de este efímero paso coruñés por la ACB. A Coruña ha podido disfrutar de grandes momentos contados con los dedos de una mano. Como las victorias ante Real Madrid —¡qué felices nos las prometíamos cuando entró aquel triple imposible de Barrueta!— y Barcelona, o el partidazo con una plantilla bajo mínimos ante un Valencia que atravesaba por su mejor momento cuando saltó a la cancha del Coliseum. Si algo se le puede achacar a este proyecto es falta de malicia. Sí, malicia. Picardía. Astucia. Nadie ha hollado a la cúspide del deporte, además de trabajando duro y entrenando incluso más fuerte que compitiendo, sin malicia, sin picardía, sin astucia. Faltó maldad en la cancha, con un equipo que cuando está inspirado en ataque es demoledor pero que defensivamente se pareció más a un equipo de la NCAA o a un conjunto del basket FIBA setentero u ochentero. No es que el camino sea la doctrina Maljkovic, los partidos a menos de 60 puntos. Pero encajar un mínimo de 90 puntos por partido, desde luego, tampoco lo es. Faltó esfuerzo, agallas y sí, malicia.
También faltó malicia en el banquillo, desde donde no se consiguió frenar esa continua sangría, sobre todo en la defensa exterior. Fueron unos cuantos equipos, no pocos, los que acribillaron al Leyma desde la línea de tres puntos.
También ha faltado maldad en la grada. El ambiente cestístico está lejos del futbolero, que como el de Maljkovic, tampoco es el camino. Pero un término medio, por dios. Rivales y colegiados camparon a sus anchas en el Coliseum, sin apenas sentir la presión ambiental pese a jugar y arbitrar ante una de las mayores afluencias medias de la Liga. La quinta, exactamente, solo superada por Unicaja, Baskonia, Bilbao y Real Madrid.
Y por supuesto, en los despachos también ha habido una importante carencia de malicia. Lentitud a la hora de apuntalar la plantilla en cuanto aparecieron las lesiones. Inacción ante los despropósitos arbitrales en contra. Apoyo incondicional a un entrenador que no dio con la tecla, mientras equipos como Breogán o Girona mejoraron radicalmente su rendimiento en cuanto cambiaron a Mrsic y Katsikaris por Casimiro y Moncho. Ese sustento categórico a Epi y la plantilla continuista entroncan con lo que parece la filosofía del proyecto: Premiar a quienes hicieron realidad el histórico ascenso. La diferencia entre la oveja y el lobo. Entre ser uno más y perseguir la gloria. Entre la candidez y la malicia.