No quedaba mucho por disputarse, pero sí algo por decir. El Deportivo cerró la temporada en Riazor con una derrota sin paliativos ante el Elche (0-4) en un partido que tuvo más aroma de trámite que de otra cosa. El equipo ilicitano se jugaba el ascenso, lo logró y lo celebró. El Dépor, mientras tanto, fue un actor secundario en una tarde extraña, sin ritmo ni energía, en la que los focos se apagaron muy pronto con los tantos de los visitantes. La grada respondió con cierta resignación. Hubo pitos al equipo, señales claras de hartazgo y también cánticos de reproche dirigidos a la dirección deportiva, especialmente a Fernando Soriano.
En medio de ese clima enrarecido, con el partido prácticamente sentenciado, hubo un paréntesis. Un momento que no cambió el resultado ni modificó el guion general del día, pero que sí sirvió para recordar algo importante: la conexión entre Yeremay y la afición. A pesar del tono general de la tarde, cuando el joven canario saltó al césped en el minuto 55 para sustituir a Adrián Guerrero, el estadio despertó. No fue un estallido, pero sí un gesto compartido, un aplauso generalizado para el ‘10’ en medio de un partido sin casi alicientes para la hinchada blanquiazul. Unos minutos después, en el 78, desde la grada de Marathon se alzó con claridad el “¡Yere, quédate! ¡Yere, quédate!”. Un cántico que fue respaldado por Riazor. Uno de los pocos momentos agradables en una jornada sin apenas luz.
Yeremay no consiguió cambiar la dinámica del partido, pero sí fue capaz de devolver algo al público. Recibió un balón en campo propio, lideró una contra que no fue capaz de finalizar tras superar a varios rivales, arrancó algún “olé” con un par de regates cerca del córner... No fue una actuación determinante, ni mucho menos, pero bastó para recordar lo que representa. En un día sin apenas estímulos para la afición herculina, el canario volvió a ser el único capaz de generar algo parecido a una emoción colectiva.
"Quiero ayudar al Deportivo a conseguir el ascenso”
De hecho, aunque Riazor apenas lo pudo escuchar, Yeremay tuvo otro guiño hacia la afición durante el descanso. En un video donde se anunció que el canario y Ainhoa Marín fueron elegidos como los mejores futbolistas de los dos primeros equipos en la temporada 2024-25, el ‘10’ dejó otra perla: “Vestir esta camiseta en este estadio significa mucho para mí. Quiero ayudar al Deportivo a conseguir el ascenso”.
Este final de temporada, aunque apagado en lo colectivo, deja una imagen clara: Yeremay es algo más que un jugador diferencial para el Deportivo. Es el símbolo de un vínculo natural entre grada y césped. De una promesa cumplida. Ha cerrado su primera campaña completa en Segunda División con 15 goles, liderando la liga en regates completados y consolidándose como una de las grandes sensaciones jóvenes del fútbol español. Pero más allá de los números, ha sido un jugador que ha representado algo que no se entrena: pertenencia. Se ha echado el equipo a la espalda, ha hablado claro cuando ha hecho falta y ha representado al club coruñés con autenticidad.
Tiene contrato hasta 2030 y una cláusula superior a los 30 millones de euros. El interés desde fuera es real. Él mismo reconoció hace semanas que “lo normal sería quedarse en el Dépor”. Esa decisión no se tomará pronto, ni será sencilla. Habrá llamadas, ofertas, incertidumbre. Pero si algo tiene ya Yeremay garantizado es el respaldo de su afición. El mismo que se le brindó incluso en una tarde en la que el Deportivo apenas estuvo presente.
No fue la despedida soñada, ni siquiera se puede llegar a saber si este día quedará grabado como una despedida. Pero Riazor encontró la forma de decirle lo que siente. En un contexto áspero, sin casi aplausos colectivos ni grandes celebraciones, hubo unos minutos para él. Quizá no fue un final épico, pero sí significativo. En un día en el que el Dépor volvió a dejar un sabor amargo en su afición, al menos Yeremay volvió a conectar con su gente.