En el patio del colegio, donde la única jerarquía la establece el talento, manda el más bueno. En un contexto casi tribal, donde los espacios abundan gracias a un caos sobre el que solo ejerce de antídoto el orden autoimpuesto por responsabilidad propia, la calidad individual florece.
No es de extrañar, por lo tanto, que en un Deportivo-Albacete que se pareció al encuentro de ida pero con mayor laxitud defensiva en ambos bandos -fruto de su temprana permanencia y la distancia que la realidad impone con los equipos de playoff-, Mario Soriano y Yeremay Hernández hiciesen y deshiciesen a su antojo.
En un partido de poco control y mucho ida y vuelta, el Joker apareció siempre como la carta ganadora para la jugada del Dépor. Mario para recibir al pie y girarse. Mario para recibir entre líneas y atacar. Mario para habilitar el espacio a Yeremay.
El ‘21’ fue el cerebro sobre el que orbitó el juego del Deportivo. La pausa como paso previo a una aceleración que llevó el sello del ‘10’ blanquiazul. La magia de Yere sobresalió incluso cuando su cabeza se equivocó. El canario apuró al Dépor cuando tocaba, igual que un Zakaria Eddahchouri que también encaja en estos duelos de poca fricción y mucho correr.
El Deportivo tenía muy claro cómo podía hacer daño al Albacete. El equipo de Alberto González es un bloque de ritmo alto y poca pausa. Quiere ir a presionar arriba. Pero no lo hizo de una manera súper agresiva y cohesionada. Y eso lo supo penalizar un Dépor que partió con un once en el que Jaime Sánchez, Cristian Herrera y Zaka Eddahchouri eran las tres novedades.
El primero, pese a no ser zurdo, dotó al equipo de más clarividencia a la hora de sacar el balón. Mientras, Herrera entendió cuándo ser profundo y cuándo aparecer entre líneas para potenciar el jugo interior del cuadro deportivista. Un juego interior que fue clave para destrozar por ese carril central a un Albacete incapaz de controlar a todas las referencias que el Dépor juntó entre las líneas defensiva y medular rivales.
A eso contribuyó también Zaka, capaz de aparecer al apoyo en los momentos en los que el equipo buscaba salir de presión y de estirar cuando el bloque se asentaba en campo contrario. El punta neerlandés contribuyó, así, en una doble función: amenazar la espalda de la última línea y, al mismo tiempo, generar más tiempo y espacio para sus compañeros de segunda línea.
Sin embargo, más allá de estas tres piezas, el eje que provocó que todo tuviese sentido era el más pequeño. Porque Mario Soriano apareció y desapareció a su antojo para fabricar soluciones. Clave para ello fue la disposición colectiva del Dépor y el plan del Alba. Porque Gilsanz y su staff lograron diseñar una estructura de 4-1-2-3 muy larga, que lograba atraer a cinco jugadores contrarios para estirar al Albacete y generar un enorme espacio para que Mario recibiese con margen para pensar.
De este modo, a partir de las recepciones de Mario Soriano gravitó el juego del equipo. Mario no necesitaba contactar con el esférico a espaldas del doble pivote conformado por Riki y Pacheco.
Si el Albacete se lanzaba arriba, el madrileño tenía margen para moverse y construirle al poseedor de balón el mejor puente posible en forma de línea de pase. Si el cuadro albaceteño esperaba un poco más atrás, Mario aparecía entre los dos puntas y los dos centrocampistas. En la zona ciega de los jugadores más ofensivos y demasiado lejos de los mediocampistas, que no se atrevían a ‘saltarle’ por miedo a ser eliminados.
Apoyado por un José Ángel que volvió a ser clarividente, el mediapunta podía girarse y organizar. Atraía toda la atención y filtraba el balón hacia la siguiente línea, donde el Deportivo siempre juntaba referencias con las movilidades de Yeremay, Herrera o incluso Petxa y Obrador.
A través de este camino, el equipo que habitualmente progresa por fuera pasó a ser el colectivo capaz de dañar por dentro. De asociarse pero no para tener pausa, sino para construir a toda velocidad, aprovechando las dificultades que el Albacete mostraba para controlar todo lo que sucedía a espaldas de su centro del campo.
Así se gestó el primer gol de Yeremay Hernández, en una jugada en la que el canario recibió solo entre líneas gracias a un movimiento de apoyo de Soriano, que arrastró con él a Riki Rodríguez y encontró de cara a José Ángel, que pudo conectar con un Yeremay liberado entre líneas, en una acción perfecta de tercer hombre.
Luego llegó la jugada del ‘10’, que prefirió embolicarse en vez de abrir hacia la derecha, pero acabó resolviendo el propio lío generado con un remate de genio.
Con el plan de atraer y atacar por dentro, el Deportivo vivía cómodo a nivel ofensivo. Progresaba, llegaba con facilidad a las inmediaciones del área rival y generaba. Sin embargo, cada pérdida suponía un dolor de cabeza. Porque el encontrar de una forma tan veloz la manera de atacar provocaba que no estuviese junto. Y que en todas las jugadas que no se finalizaban hubiese que recorrer muchos metros para atrás.
En este contexto, el encuentro empezó a convertirse en un choque de ida y vuelta. En un correcalles en el que José Ángel tenía que abarcar campo por él y por un Villares que, si no estaba más alto, se encontraba protegiendo las subidas de Petxa como improvisado lateral.
En ese intercambio de carreras sin golpes definitivos no se impuso ninguno. Sin embargo, el Albacete sí golpeó a través de su banda derecha, en la que Javi Rueda y Pablo Sáenz se convirtieron en una pesadilla para Obrador. El Dépor comenzó emparejando uno para uno en los reinicios del Albacete, pero con Yeremay dejando relativamente liberado a un Rueda que partía muy alto. El equipo herculino fue corrigiendo esa situación con el paso de los minutos, pero no tuvo tanto éxito a la hora de interpretar cómo defender a la pareja del carril diestro rival cada vez que el Alba disponía del esférico con más tiempo.
De este modo, Rueda aparecía dentro para generar superioridades si Yeremay ‘saltaba’ alto. Y si el Dépor esperaba un poco más, cogía amplitud por fuera para aprovechar la nula tendencia del ‘10’ local a mirar hacia atrás.
Así llegó el 1-1, con Sáenz acudiendo a recibir al costado de un exigidísimo Jurado, a la espalda de Yeremay y lejos de un Obrador que no podía perseguirle al tener que estar pendiente de Rueda. El extremo cedido por el Granada logró girarse y meterle el balón en carrera a Rueda, que entró solo y acabó centrando para que Jaime introdujese, sin quererlo, el balón en su propia meta.
Pudo acabar la primera parte 2-2 en ese partido descontrolado. Pero no lo hizo por la intervención del VAR. Pese a los desajustes, ni Deportivo ni Albacete modificaron demasiado su plan en el segundo tiempo. Aunque, realmente, apenas hubo tiempo para comprobarlo de verdad. Porque en un ataque en masa del conjunto foráneo, el Dépor recuperó en área propia y encontró futbolistas descolgados para montar una contra letal.
Mario recibió sin vigilancia y puso a correr a Zaka, que en el uno para uno sacó a relucir su jugada maestra: caída al sector izquierdo, conducción diagonal para fijar a su par y recorte con el exterior de su diestra hacia dentro para habilitarse el espacio y disparar.
Con el 3-1, el Deportivo empezó a gustarse. El equipo era muy móvil para salir de la presión alta rival. Y cuando la perdía, presionaba siempre hacia delante. A veces de manera casi temeraria por las distancias. No en pocas ocasiones se la jugó a un todo o nada que le acabó saliendo cara en el cuarto gol, cuando una recuperación de Obrador acabó en las botas de Yeremay, que asistió a Zaka para que culminase su doblete.
A base de jugar muy suelto ante un rival al que cada vez le pesaba más el resultado, de presionar hacia delante y de encontrar un primer pase ganador hacia delante, el Deportivo pudo acabar cerrando una goleada. Clave en ese escenario volvió a ser, de nuevo, Mario Soriano. En un duelo en el que el Deportivo ya no tenía que construir tanto, el mediapunta fue capaz de encontrar siempre el espacio libre como descolgado para ofrecerse como solución a través de la que hacer progresar el contragolpe.
El más pequeño, pero también el más listo de la clase. El más bueno reinó en el patio de colegio, en un encuentro más propio del Deportivo eléctrico de Imanol Idiakez más que del cerebral de Óscar Gilsanz. Una muestra de que el equipo no ha perdido su esencia, sino que ha ganado más registros. Si el rival me lo permite, acelero. Sino, me pauso. Con los 'locos bajitos' todo es más fácil.