En un Deportivo que ha cambiado de entrenadores, de categoría y de expectativas a lo largo de las últimas temporadas, hay una figura que se mantiene firme, discreta y esencial. Diego Villares, el centrocampista todoterreno, volvió a dejar su huella en Anduva con su cuarto gol de la temporada. Una diana de las que ya parecen marca registrada: llegada desde segunda línea, mano a mano con el portero y definición al primer palo. “Es muy típica mía”, reconoció Villares. Una firma que se repite, que funciona y que empieza a ser reconocible.
Su tanto ante el Mirandés (2-2), que abrió la lata en Anduva, supuso también un hito, ya que es la tercera temporada consecutiva de Villares con cuatro goles. Regularidad anotadora para un futbolista que todavía tiene margen para superar su techo. “Espero llegar a los cinco y romper mi marca”, dijo tras el partido. Luego, entre risas, bromeó sobre su papel en el ataque y un hipotético regreso a la delantera en relación a su aportación goleadora: “Ya jugué ahí el año pasado. Espero que no me toque otra vez. Tenemos mucho nivel en esa zona”. Pero su remate al primer palo, ese recurso que repite como si fuese un gesto automático, ya es parte de su repertorio: “Tirar al palo corto es muy típico mío. Y parece ser que efectivo”.
La esencia de Villares no es tá ni mucho menos relacionada con sus goles, pero se ha reservado también un espacio para la definición. Porque su relación con la forma de hacer gol no es una casualidad. De sus trece tantos con el primer equipo, casi la mitad (6) han llegado de la misma forma: ruptura desde segunda línea o robo en la presión y disparo al primer palo. Un gesto característico que repitió en Anduva y que ya se ha convertido en una seña reconocible.
Este modus operandi de Villares en la finalización se inauguró en la campaña 2022-23 en la visita al Celta B en Balaídos (1-1). El centrocampista se desmarcó adentrándose en el área, recibió un pase filtrado de Ibai Gómez, controló con la derecha y disparó también con la diestra para batir al meta Christian Joel con un remate raso al primer palo. La fórmula cogió fuerza durante el mismo curso en la visita al Ceuta (1-2). Villares aprovechó la empanada del central para quitarle la posesión y de nuevo escogió el interior del pie derecho para poner el balón entre el pie del portero Leandro y el poste más cercano.
El tercer gol tras su definición “muy típica” se produjo la temporada pasada, en un partido para el recuerdo del deportivismo: el duelo a domicilio ante el Barça Atlètic (1-2). Antes del empate del filial azulgrana y el agónico tanto de Davo, el centrocampista había abierto la lata con otro robo marca de la casa y una finalización al primer palo, aunque esta vez a media altura. Imparable para Vidal.
Su temporada de debut en el fútbol profesional también le ha servido para perfeccionar su técnica, ya que tres de sus cuatro goles en el presente curso han llegado tras un remate al primer palo, aunque con matices y nuevos registros. El primero de ellos, en la victoria en Riazor contra el Castellón (5-1), es un buen ejemplo. Llegó desde segunda línea, aprovechó una disputa de Barbero y definió al primer poste. Gonzalo Crettaz salvó el remate inicial con el pie, pero Villares insistió en el rechace hasta marcar.
Hace menos de un mes volvió a exhibir su preferencia en la definición, esta vez desde un perfil diferente. Actuando de emergencia como lateral izquierdo, hizo un desmarque de ruptura y aprovechó un espectacular pase de Mario Soriano para conectar un disparo a bote pronto. Eso sí, al primer palo. Ahí sí que no hubo novedad. Y la última muestra llegó en Anduva, tras un pase filtrado de Petxarroman que el de Samarugo usó para batir a Raúl Fernández con la tranquilidad que te ofrece tener integrada esa particular forma de definir.
Villares tiene a tiro romper su marca anotadora con el Dépor en una sola temporada, pero el gol es una característica secundaria o terciaria del vilalbés. Villares es regularidad. Desde su irrupción en el primer equipo en enero de 2021 procedente del Fabril, ningún entrenador ha prescindido de él. Rubén de la Barrera, Fernando Vázquez, Borja Jiménez, Óscar Cano, Imanol Idiakez y ahora Óscar Gilsanz. Todos apostaron por él. Todos encontraron en su despliegue físico, en su capacidad para interpretar el juego y en su polivalencia un recurso imprescindible. Ni lesiones, ni bajones físicos, ni competencia en su puesto han logrado apartarlo del once durante mucho tiempo.
Villares ha disputado 159 partidos con el Deportivo y 140 como titular. Es el jugador con más encuentros de la actual plantilla y, desde enero, primer capitán tras la salida de Lucas Pérez. A sus 28 años, representa el hilo de continuidad que une al club con sus años más duros. Participó en las cuatro temporadas en Primera Federación, desde la caída a los infiernos hasta el ascenso. Fue uno de los pocos que resistieron y que supieron competir en una de las categorías más ingratas del fútbol español.
Quizá por esa presencia constante se ha instalado cierta paradoja en torno a su figura. A Villares, como a Álex Bergantiños en su día, se le cuestiona en cuanto su rendimiento baja mínimamente. Cuando no brilla, cuando atraviesa una fase de partidos grises o no encuentra la armonía con su pareja en el doble pivote, emerge la tentación de imaginar un Deportivo más ambicioso con otro nombre en su lugar. Pasó con Bergantiños, que una y otra vez se imponía a la competencia por pura consistencia. Y pasa ahora con Villares.
Sin embargo, el tiempo siempre le da la razón. Porque cuando alcanza su mejor versión —algo frecuente gracias a su preparación física y su inteligencia táctica—, se vuelve irreemplazable. Suma en muchas facetas: da equilibrio, abarca campo, entiende el juego, se adapta a distintos sistemas y posiciones y, además, aporta año a año una cuota más que digna de goles. Esta temporada, que comenzó con dificultades, vuelve a confirmarlo.
Su aterrizaje en Segunda fue complejo. Le costó adaptarse al ritmo de la categoría, tuvo actuaciones irregulares y no acabó de encajar con ninguno de los compañeros con los que compartió el doble pivote en los primeros meses. Incluso fue suplente en contadas ocasiones, algo insólito desde su llegada al primer equipo.
Pero con el inicio de 2025 llegó la enésima demostración de su capacidad para resistir y crecer. La dupla José Ángel-Villares se reinstaló en el centro del campo, como ya ocurrió en la recta final del pasado curso. Desde entonces, el Dépor ha encontrado equilibrio y consistencia. Villares ha vuelto a ser ese jugador que no deslumbra con florituras, pero que eleva el suelo competitivo del equipo.
Con 34 partidos en lo que va de temporada, 28 como titular, y cuatro goles en su haber, el de Vilalba se reafirma como una pieza fundamental en el engranaje de Gilsanz. No solo por lo que aporta con balón, sino por su lectura táctica y su capacidad para sostener al equipo en ambas mitades del campo. Su rendimiento tras el parón navideño ha sido una constante al alza, la prueba palpable de que sí tiene nivel para Segunda, de que puede consolidarse en el fútbol profesional.
Elegido merecidamente como el mejor jugador blanquiazul de marzo, Villares también ha extendido a abril su esplendor. Marcó ante el Cartagena actuando como lateral izquierdo, dio una asistencia de gol a Yeremay en A Malata y en Anduva, además de marcar el 0-1, puso desde el lateral derecho el centro en la jugada del penalti sobre Eddahchouri, que supuso el 2-2 definitivo. Adiós a las dudas, bienvenido de nuevo al mejor Villares, el todocampista que incluso cuenta con una definición “muy típica”. No todos pueden.