Fue la temporada en que menos participó de las ocho y media que estuvo en el Deportivo, pero quizás fue una de las más recordadas de Lionel Scaloni (Pujato, 1978), alma de la fiesta del título, el que integró la tonadilla de La Mosca en las celebraciones y el Yo te quiero dar, el mismo que desde el balcón de Riazor se acordó del vecino vigués entre la algarabía del pueblo y las excusas de los notables, que disculparon a aquel jovencito de 22 años que lo daba todo dentro y fuera del campo.
Scaloni estuvo fuera del equipo entre mediados de diciembre y principios de marzo, convocado durante bastantes semanas por la selección argentina sub-23 que buscó sin éxito la clasificación para los Juegos Olímpicos de Sydney. Por el camino recibió ofertas de Boca Juniors y River Plate para regresar cedido al fútbol de su país. “No me conformo con entrenar, quiero jugar”, explicó antes de su vuelta al equipo para alinearse como titular en la eliminatoria de Copa de la Uefa contra el Arsenal en Riazor.
No fue una temporada sencilla porque las alternativas en ataque le obligaron a readaptarse desde su puesto original de interior derecho al de lateral en el mismo costado, donde la pujanza de Manuel Pablo tampoco le dejaba mucho espacio. Por eso desde su regreso de la selección apenas jugó unos pocos minutos en seis partidos.
Scaloni era un motorcito de ida y vuelta, vigoroso y entregado que se hizo fuerte en la banda derecha, pero que también funcionaba si tenía que apoyar en el mediocentro. Acabó por acoplarse al lateral derecho para prolongar ahí su carrera de corto. Nunca fue un dechado de virtudes técnicas, pero no las necesitó para establecerse en la élite. Y el resto ya es historia.