Hay días que dan sentido a toda una carrera. En el caso de Fran hubo muchos. Afortunado que es. Pero ninguno como el 19 de mayo de 2000. Ahora se habla mucho de resiliencia, pero aquí preferimos citar a los clásicos y el “quien resiste, gana” de Camilo José Cela, quien por cierto vivió un tiempo frente a Riazor. Fran resistió en los tiempos duros y acabó ganando: “No me arrepiento de haberme quedado aquí porque hemos conseguido algo que nadie se podía imaginar al principio. Cuando yo ascendí al primer equipo, estuvimos a punto de bajar a Segunda B. Luego llegó el presi [Lendoiro] y todo fue en ascenso”, declaró aquel 19 de mayo, con el pelo gris, a punto de convertirse en rubio.
Bebeto fue el futbolista que cambió la historia del Deportivo. Hay un antes y un después de la llegada del brasileño. Convirtió un club que acaba de estar 18 temporadas lejos de Primera en un aspirante a los títulos. A su altura legendaria hay por ello muy pocos jugadores. De hecho, se pueden contar con los dedos de una mano: Virgilio Rodríguez Rincón, Acuña, Chacho, Mauro Silva y, por supuesto, Fran. Fran fue el hombre que siempre estuvo allí. Debutó con el primer equipo a los 18 años en la temporada que acabó con un gol de Vicente que sacó al Dépor del ataúd. Sobrevivió a una entrada criminal de Fernando Hierro el día que Soriano Aladrén (“Al Ladrón”, desde entonces) robó en Valladolid al equipo coruñés el billete para la final de Copa.
Jugó la aciaga promoción contra el Tenerife. Disfrutó del ascenso contra el Murcia que puso fin a la “longa noite de pedra”. Sufrió junto a Martín Lasarte y Arsenio la promoción contra el Betis. Fue de la partida el día en que nació el Súper Dépor ante el Real Madrid. Se congeló en el debut europeo en Aalborg. Vivió el fallido penalti de Djukic en primera fila. Sobrevivió al granizo para ganar la primera Copa del Rey. Sumó la primera Supercopa. Ganó la Liga. Alzó la segunda Supercopa. Levantó la Copa del Centenariazo en el Bernabéu. Estuvo soberbio aquella jornada en la que el Dépor hizo el fútbol soñado en Highbury. Izó una tercera Supercopa. Le marcó el cuarto al Milán el día en que la escuadra blanquiazul epató al planeta.
Pero no se limitó a estar allí en todas estas citas memorables. En la mayoría de ellas fue protagonista principal. Y no solo eso. En todo grupo humano hay personas que son capaces de hacer mejores a los que tienen a su alrededor, sujetos cuyo impacto excede lo individual porque multiplican la aportación que realizan los demás. Es el caso de Fran. Por la vía de la asociación, hizo internacionales a casi todos los laterales con los que le tocó jugar. Y, asistencia a asistencia, a no pocos delanteros.
Su aportación la temporada de la Liga fue, como siempre, fundamental. Acabó muy tocado del pubis la campaña anterior, y se aplicó en verano en la rehabilitación. No se pudo estrenar hasta la jornada 12. Fiel a su condición de hombre que siempre estuvo allí, su vuelta coincidió con el partido en el que el Dépor goleó al Sevilla y atrapó un liderato que ya no abandonó. Supuso la tercera victoria consecutiva y después aún se enlazaron cuatro más, la último un 1-0 ante el eterno rival que llegó como segundo en la tabla. Sostiene Fran, y su amigo Djalminha está de acuerdo, que la clave de aquella temporada fueron esos siete triunfos seguidos y especialmente el del derbi, pues aquel Celta que había barrido al Dépor en el Teresa Herrera iba también lanzado, tenía una gran pantilla y de haber ganado en Riazor quizá la primera Liga gallega no llevaría el nombre del club coruñés.
Ese colchón de 21 puntos se fue administrando en una segunda vuelta en la que los coruñeses solo lograron cuatro puntos a domicilio pero únicamente cedieron uno en Riazor, donde cayeron los futuros finalistas de la Liga de Campeones, Real Madrid y Valencia, ante el que Fran marcó de cabeza su único gol de esa campaña justo cinco días antes de ser padre por primera vez. Era un capitán en plena forma, que a finales de febrero volvió a la selección que preparaba una Eurocopa en la que acabaría participando concluido un campeonato que finalizó de la forma soñada. Camino del estadio, aquel 19 de mayo de 2000, Fran sabía que esta vez la Liga no se escaparía: “Olía a título”. Así fue. Acabó teñido de rubio y prometiendo la Champions en María Pita.
Su salida no estuvo a la altura de su leyenda: una justa demanda económica derivó en un conflicto con Lendoiro. Pese a todo, el día en que se marchó como un “one club man”, a sus 35 años y tras 18 temporadas de servicio, salió a hombros del césped tras una vuelta de honor. La dio junto a Mauro Silva, quien también colgó las botas ese día. Puede señalarse esa fecha, el 22 de mayo de 2005, como el fin de la edad dorada del Dépor. Un período con seis títulos nacionales de máximo nivel y cinco participaciones consecutivas en la Liga de Campeones. Y con una espina: “Tendría que hacer logrado cuatro o cinco títulos más”, lamentó Fran al poco de decir adiós.
Disputó un total de 700 partidos con la blanquiazul. Una cifra colosal. Por ponerla en contexto: Messi sumó 778 con el Barça; Raúl, 741 con el Real Madrid; Navas, 704 con el Sevilla. Son, los cuatro, jugadores totémicos de sus clubes, absolutas leyendas avaladas además por una ristra de títulos. A Fran le gustaría precisar en este momento que la inmensa mayoría de esos 700 partidos los jugó a un altísimo nivel, ofreciendo un rendimiento extraordinario y sostenido temporada a temporada. No fue una estrella fugaz de la Liga, al estilo de Ibagaza o Pantic. Fue, como dejó escrito Guardiola en la biografía de O Neno, “el mejor izquierda del fútbol español” durante quince años.
Sí, disputó 700 partidos con la blanquiazul. Pero hubo uno, solo uno de esos 700, que convirtió al club de su vida en uno de nueve, en uno de los nueve campeones de Liga. El que jugó el 19 de mayo de 2000, un día que da sentido a la mejor carrera de la historia del Deportivo, que es, sin duda alguna, la de Fran-cis-co.