El Dépor comenzó el partido y se notó a los diez minutos que el ritmo de juego era bastante escaso. Hay una jugada donde Villares es protagonista, puede haber un agarrón, puede pitarse penalti y luego revisarse, pero habría cortado lo siguiente. El equipo se queda protestando, también el banquillo y se da la paradoja de que el Granada se encontró ahí el 0-1.
Ahí hay una falta total de concentración. Reconozco que es difícil a un vestuario meterle en vena que no es lo mismo ser duodécimo que noveno, pero es que no hay otro objetivo. Aunque el entrenador y los jugadores quieran ganar hay otras perspectivas: no te juegas nada y cuesta bastante. Con el 0-2 del Granada y dos acciones más de Parreño, que saca dos goles hechos, el Dépor solo ofreció un disparo fuera, de Diego Gómez. Nos dio la sensación a todo el estadio de que sobraban ya estos partidos al equipo.
Contábamos con los cambios de Soriano y Mfulu y Óscar nos dio la razón. En la segunda parte vimos a un Dépor que lo intentó, que jugó a gasoil, pero que no metió una cuarta marcha. Solo lo hizo en los minutos finales colgando un par de balones al área.
Cuando parecía que se enganchaba, tras un error de Mariño del que se aprovechó Barbero, tras el saque de centro ellos hicieron el 1-3, que fue como un martillazo en el pie. Yeremay entró casi sin tiempo y aún así fue capaz de generar la jugada del penalti y marcarlo con un ‘Panenkazo’.
La sensación es que al Dépor no le alcanza. Es la tercera derrota en cuatro partidos, con falta de competitividad, sin actitud y sin meter el pie. El partido hace daño a los jugadores, que no han estado al nivel y a Óscar y no debería de ser así, porque él no juega el partido y no pone la intensidad.
El equipo está desconectado, esperando a ver qué pasa a final de temporada, con tantos contratos (30) e incluso con el técnico. La patata caliente la tiene el director deportivo. Espero que se rectifique en los últimos encuentros, por parte de los jugadores. Sabemos lo que pasa en tierra de nadie.