Si sobre cualquier entrenador cuelga la etiqueta de la caducidad desde el momento en que un club lo anuncia como nuevo inquilino de su banquillo, en el caso de Óscar Gilsanz la fecha de consumo preferente se gestó incluso antes que el huevo y la gallina. El betanceiro ya estuvo en la rampa de salida el pasado verano. Como las cosas de palacio van despacio, no apareció una alternativa satisfactoria. Una sucesión de acontecimientos acabó con Gilsanz a los mandos del primer equipo, cosa con la que no contaba ni una parte ni la otra. Eso sí, para la dirección del club su salto al vestuario de la primera plantilla era la coartada perfecta para deshacerse del entrenador tarde o temprano. Si el equipo no despegaba, lo fácil hubiera sido despedir a Gilsanz. Si el equipo acababa levantando el vuelo, Gilsanz lo sencillo sería prescindir de él al acabar la temporada.
Gilsanz es la enésima víctima de un sistema en el que por lo general, a lo largo de las últimas décadas, la figura del entrenador ha perdido tanto peso dentro de los clubes —no solo del Dépor— que por momentos se asemeja más a una figura decorativa, un elemento vintage al estilo de los teléfonos fijos o las cámaras fotográficas analógicas. Los técnicos han de amoldarse, casi siempre desde hace un par de décadas, a las plantillas que componen terceros, a través de una dirección deportiva/dirección de fútbol. Lo más sensato es que esos directores deportivos, ojeadores y scoutings estén en permanente contacto con quien va a trabajar día a día y dirigir sobre el terreno de juego a esos elegidos. Saber qué tipo de futbolista está entre sus necesidades, cuál es su idea de juego. No siempre existe esa sensatez, desgraciadamente, porque en muchos casos prevalece la idea de juego de la dirección sobre la del entrenador, transformado en un mero alineador al que tres derrotas consecutivas mandan a la cola del INEM. Aquí es donde entran en juego los egos, que los hay y muchos, ya que tanto a un lado como al otro de la línea los exfutbolistas de élite son un alto porcentaje.
Al bueno de Óscar, el deportivismo le puede agradecer que haya puesto sentido común y tranquilidad en una temporada —otra más— que comenzaba con nubarrones negros. Y se lo puede agradecer eternamente, porque en su laboratorio se gestó una permanencia sin agobios, sin sufrimientos. El final de temporada más plácido en décadas se cimentó —nunca mejor dicho— en un sistema defensivo más compacto, más intenso, homogéneo y pragmático, con menos fisuras, y en el notable rendimiento en un elemento esencial en el fútbol de hoy en día como es el balón parado. El Deportivo de Gilsanz —y de David Lagar, justo es reconocer la labor de su ayudante— encontró en ello una vía más para llegar al gol que el equipo no tenía con Idiakez. Y, sobre todo, colocó un sólido torniquete en las acciones de estrategia en defensa y la protección de los resultados favorables en los minutos finales, donde el Dépor perdía sangre a borbotones en cada fiesta de Idiakez. Gilsanz ha conseguido todo eso con una plantilla corta, con unos refuerzos de invierno que apenas le han proporcionado más que descanso puntual a los hombres clave y perdiendo a finales de enero a uno de los mejores jugadores de la plantilla. Gilsanz ha llevado al Deportivo a firmar casi números de playoff desde su llegada. Y fue casi, porque el equipo se desplomó en las jornadas finales, con unas vacaciones anticipadas una vez solventada la permanencia matemática. Desde Abegondo, sin embargo, se hace énfasis en que lo más acorde a la trayectoria, compromiso y visión sobre el fútbol formativo de Gilsanz es que el betanceiro continúe en el club al frente de la escuela de entrenadores y de los proyectos formativos externos. Como si estos 43 puntos en 30 partidos en la hipertensa Segunda División no fuesen bagaje suficiente para demostrar que el betanceiro tenga capacidad afrontar objetivos mayores con la primer plantilla.
El Deportivo aprendió con Gilsanz a echar balones fuera en el terreno de juego para mejorar sus prestaciones. Y lo logró. El patapum p’arriba ahora lo pega el club. Aunque en su caso es como para conservar serias dudas sobre el efecto positivo que esta decisión ejercerá en el futuro próximo del Deportivo. Parece que quien tiene la respuesta es Antonio Hidalgo.