Han pasado setenta años desde el día en que uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, Alfredo Di Stéfano, jugó de blanquiazul. Una de esas historias que nos contaban con pasión nuestros abuelos y/o padres y que nos retrotraen a un fútbol que, siendo ya un fenómeno de masas como hoy en día, era mucho más deporte y menos negocio.
¿Cómo explicar que el Real Madrid cedía al mejor jugador del mundo para reforzar en varios amistosos al Deportivo, al Valencia y al Barcelona? ¿Cómo explicar que el club merengue preste a un futbolista a su archienemigo azulgrana? En el caso concreto de Di Stéfano hay que buscar explicaciones en su llegada a España. El astro hispano-argentino jugaba cedido por el River Plate argentino en el Millonarios colombiano. El Barça negoció su traspaso con bonaerenses y el Madrid hizo lo propio con el equipo bogotano. La RFEF tomó una decisión salomónica ante lo que consideró duplicidad de contrato. Di Stéfano jugaría dos años en el Barça y otros dos en el Real Madrid. En Can Barça intentaron arreglar una cesión al Torino italiano para conservar los derechos sobre la ‘Saeta Rubia’. No lo consiguieron. La directiva culé dimitió y la gestora entrante renunció a los derechos sobre el futbolista, al que Santiago Bernabéu convenció de irse a Chamartín cuando ya había amenazado con marchar de regreso a su país natal. Así que el fútbol negocio ya era, cuando ni por asomo en lo que se ha convertido en estos tiempos.
En aquella época era común que los equipos cediesen jugadores a otros para afrontar la visita de rivales desconocidos y temibles. No había vídeo. No había internet. No había scouting. ¿Cómo jugaba el Vasco da Gama en 1955 a ojos del entrenador del Deportivo? Pues todo lo que sabía era lo que le contaba el representante que había cerrado el partido y lo que decía la prensa.
Di Stéfano jugó con el Deportivo cedido por el Real Madrid, como lo hicieron en otros partidos amistosos ante equipos extranjeros y en diferentes épocas mitos barcelonistas como Pepe Samitier o Estanislao Basora. Samitier era amigo de Luis Otero, con el que había coincidido en la ‘furia roja’ de Amberes, y acudió al viejo Parque de Riazor a vestirse de blanquiazul el día del homenaje al zaguero pontevedrés. Basora, extremo derecho de la selección española que acarició la gloria en el Mundial de 1950, reforzó al conjunto deportivista en la visita a Riazor del Burnley inglés. Y marcó. Cuando el bicampeón europeo Inter de Milán vino a Riazor gracias a la mediación de Luis Suárez para echar una mano al Dépor, los blancos cedieron al belga Goyvaerts y los azulgranas al legendario delantero húngaro Sandor Kocsis.
También hubo deportivistas que hicieron el viaje a la inversa. Dos leyendas blanquiazules de diferentes épocas como Juan Acuña, Chacho o Manolete vistieron un día la camiseta del eterno rival, el Celta. El portero y el delantero acudieron a Vigo para reforzar a los celestes en el homenaje a Alvarito, en 1944. El centrocampista lo hizo en el día que Balaídos estrenó la iluminación con un amistoso ante el Anderlecht belga, en 1969.
Situaciones inimaginables a día de hoy. Con un entorno futbolístico radicalizado y con los clubes cuidando a los futbolistas como si se tratasen de picassos no parece un escenario posible a corto o medio plazo. Ni entre Real Madrid y Barça. Ni entre Deportivo y Celta. Entre nadie. Hace 70 años había mucho dinero en juego. Aunque ahora hay demasiado como para que sus propietarios jueguen a la ruleta rusa con él.