Las convocatorias para las selecciones nacionales cada vez son más incómodas, sobre todo cuanto más abajo está el club propietario del jugador. Ese constante temor a que el futbolista se lesione provoca cefaleas a la mayor parte de clubes del mundo, por mucha compensanción económica que se haya establecido a través de la FIFA, por mucho que las federaciones nacionales aseguren a precio de oro a los futbolistas que les ceden los clubes propietarios de sus derechos.
El Deportivo no es ajeno a toda esta situación, porque ahora mismo no tiene nada que ganar y sí mucho que perder. Es probable que una mala actuación de Yeremay en Eslovaquia no afecte a su futuro traspaso, ni que tampoco influya que sea suplente en la fase final del Campeonato de Europa de categoría sub-21. Lo que sí podría afectar sería un percance físico. Ya no solo a su traspaso, si no a una hipotética continuidad en la plantilla blanquiazul. Resumiendo, que el peor de los escenarios sería no consumar el traspaso y perder su fútbol durante meses.
Lo cierto es que el historial de problemas deportivistas con las selecciones nacionales es longevo. Tenemos el reciente caso de David Mella, al que la temporada recién finalizada se le puso cuesta arriba hace meses por culpa de un año sin apenas descanso. Su participación en el Campeonato de Europa sub-19 con la selección española, que le obligó a seguir compitiendo durante todo el mes de julio, hipotecó su campaña 2024-25.
Mucho más atrás en el tiempo están los casos de los viajes de Bebeto y Mauro Silva con Brasil, cuando el calendario internacional no estaba unificado. Lendoiro puso el grito en el cielo porque se perdían partidos oficiales con el Deportivo por culpa del cambalache de las eliminatorias mundialistas de Sudamérica. Y eso que en aquellos tiempos se solventaban en 6 u 8 partidos, no con los 18 que tienen que disputar desde hace varias ediciones de la Copa del Mundo. El colmo de todo aquello fue la temporada casi en blanco que tuvo que pasar Mauro Silva después de forzar su cuerpo hasta las últimas consecuencias en el Mundial de Estados Unidos en 1994.
Con tanto dinero en juego, el miedo ha adelantado por la derecha al prestigio. Principalmente desde el punto de vista de los clubes, pero también en muchos casos desde el prisma del propio futbolista, que ve cómo las temporadas se alargan, las vacaciones no acaban de llegar y el reposo se acorta. La exigencia del deporte de élite, y del fútbol en particular, es tan alta que amenaza con triturar a sus protagonistas y a sí mismo.