OPINIÓN | El ‘salseo’ del mercado veraniego
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OPINIÓN | El ‘salseo’ del mercado veraniego

OPINIÓN | El ‘salseo’ del mercado veraniego
El director deportivo blanquiazul, Fernando Soriano, en sala de prensa. Foto: Archivo DXT

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Lo reconozco y no me escondo: me encanta la época del mercado estival de fichajes. Sé que es un momento en la que te pueden dar gato por liebre, en el que muchas veces los agentes te cuentan cosas de forma interesada o tratan de poner a sus jugadores en el escaparate.


Es un contexto en el que los clubes también juegan al tira y afloja, a veces al gato y al ratón y en el que tratan de proteger celosamente sus operaciones. Todo lo que sea necesario para no dar pistas al adversario, no levantar la liebre antes de tiempo y perder la oportunidad. 


Un tablero de ajedrez en el que la oferta es siempre escasa para la demanda, que se encuentra con lugares comunes: un portero que sea un cerrojo, un defensa contundente, un carrilero de recorrido, un mediocentro que organice el juego con destreza, un extremo con colmillo y por supuesto, un delantero que tenga gol. Y todos estos deseos en una adelantada carta a los Reyes bajo tres premisas que son complicadas de cumplir: bueno, bonito y barato. 


A la espera de que el fútbol árabe acabe de reventar el mercado y el balompié a nivel mundial (de momento parece que se respeta un pacto de no agresión) las cantidades y cifras que se manejan son ahora desorbitadas si echamos la vista atrás. Y no solo en Primera División, en Segunda se está hablando unos números mareantes y los ejemplos los tenemos muy cerca. 


En la época actual de la inteligencia artificial parece que nos suena a naftalina el recordar el incidente entre De Gea y el Real Madrid, cuando un malvado fax que no llegó a tiempo impidió al arquero vestirse de blanco. Más lejos aún quedan aquellos antológicos cierres de mercado del Dépor cuando Lendoiro era el presidente. No viví muchos, aterricé en el periodismo en 2010, pero tenían algo de mitológico. Recuerdo las guardias en la sede de la Plaza de Pontevedra, esperando a que llegase la medianoche para que concluyese el mercado de fichajes.


Incluso me viene a la memoria estar comiendo con los compañeros que cubríamos la información del Dépor un bocadillo a carrillos llenos en el Manhattan, ver un coche aparcando delante de la sede y salir pitando a ver quién era el que llegaba.


Llegada la medianoche, a diferencia de lo que le pasaba a Cenicienta, no nos daban calabazas y Lendoiro nos abría las puertas de su centro de operaciones. Allí, papel y boli en mano, recogíamos las impresiones de los movimientos que había realizado el Dépor.


Lo hacía con una escritura frenética y nerviosa, que prácticamente garabateaba en un papel, rezando por ser capaz de recordar todo y tener la pericia de descifrar mi propia letra jeroglífica. A ese temor se unía el tirar alguno de los trofeos del Dépor, que nos rodeaban en medio de aquella improvisada rueda de prensa.
Los mercados estivales ya no son así y ahora además de saber lidiar con agentes, hay que lograr separar el grano de la paja en el mar de rumores que llenan las redes sociales. Pero, a pesar de todo, disfruto como una enana con este ‘salseo’ veraniego.

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