El Deportivo y los 500 pases hacia ninguna parte
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El Deportivo y los 500 pases hacia ninguna parte

El Deportivo y los 500 pases hacia ninguna parte
Villares, pasando en el Deportivo-Burgos | Patricia G. Fraga

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No hay nada más complejo en el fútbol que encontrar espacios donde no existen. Básicamente, se trata de una labor de creativa fabricación que requiere importantes dosis de talento, imaginación, inspiración y compenetración. Mezclar y agitar. Muchos ingredientes que no cualquiera trae de serie.

 

Algunos de estos componentes se le quedaron atrás al Deportivo el pasado domingo. Quizá camino al estadio. Quizá en Granada una semana atrás. Otros puede que ni siquiera existan todavía en el colectivo blanquiazul, pues solo el trabajo y el tiempo pueden hacerlos florecer.

 

Lo cierto es que, por unas cosas o por otras, el Dépor fue incapaz de hacerle prácticamente cosquillas al Burgos. Sí, es verdad que siempre resulta más fácil destruir que crear. Pero en ese guion de partido en el que uno se defendía con solvencia y el otro trataba de atacar sin demasiado ritmo ni ideas, salió ganador el plan de Luis Miguel Ramis

 

En su regreso a Riazor como técnico, el campeón de liga vistiendo la camiseta blanquiazul fue capaz de vencer el pulso a Antonio Hidalgo. El choque fue igualado, pero sucedieron más cosas de las que pretendía el conjunto visitante que de las que hubiese deseado el equipo local. De hecho, el cuadro burgalés no solo cortocircuitó el ataque del Deportivo, sino que durante un largo tramo de la primera mitad fue capaz de arrebatarle el esférico. De tener pausa y hacerle correr.

 

Fue puntual, pues la escuadra herculina acabó ajustando su presión para volver a disponer del balón, aunque no de la iniciativa. No dio la impresión de que ese mando en el choque lo agarrase en ningún momento el Deportivo, más allá del arreón inicial y de otro buen tramo en la segunda mitad. Fueron dos momentos puntuales en medio de un ejercicio de relativa impotencia. Lo reflejan las sensaciones, pero también los números.

 

Y es que en los cerca de 100 minutos que duró —entre tiempo reglamentario y añadidos— el Deportivo-Burgos, el colectivo coruñés rozó los 500 pases. En concreto, intentó 498 según Opta. Por comparar, el Elche, que el pasado curso tuvo la mayor cuota de balón con un 62% del tiempo —como recoge Wyscout—, promedió 475 pases. Y el Deportivo, segundo en el número de combinaciones, 408. Ambos datos menores a los de un Dépor que debió picar piedra sin éxito frente al conjunto de El Plantío.

 

Solo el Ceuta

De hecho, revisando únicamente la segunda jornada de liga del pasado fin de semana, solo el Ceuta ejecutó más pases. En su duelo ante el Sporting de Gijón en casa, firmó 504. Y aunque perdió, su juego combinativo le permitió concretar 12 remates y alcanzar los 0,93 goles esperados.

 

Así, la altísima cifra del Deportivo se tradujo en una posesión del 56%. Sin embargo, en un choque en el que el marcador no se movió y, por lo tanto, no generó cambio de necesidades ni dinámicas, el conjunto herculino acabó con menos penetraciones en área rival, menos remates y menos goles esperados que su contrario. Fueron pases a ninguna parte, en una demostración de estéril circulación.

 

Diez disparos culminó el Deportivo, una cifra que, teniendo en cuenta las circunstancias de cada chut, apenas le permitió sumar una probabilidad de gol de 0,63 —siempre según el modelo de Opta—. Mientras, el Burgos fue capaz de elevar esa cifra de goles esperados hasta 0,79 gracias a que a sus once remates.
 

Tiene cierta lógica, pues aunque tuvo menos la pelota, el equipo visitante logró entrar en el área rival hasta 28 veces, por las escasas 20 del Dépor, que evidenció dificultades a la hora de atacar un bloque asentados en campo propio. Un mal recurrente en Riazor el pasado curso volvió a la luz.

 

 

 

De este modo, en la segunda fecha de competición, únicamente el Granada tuvo un ratio entre pases y remates superior al del Deportivo. Ayudaron las paupérrimas cifras ofensivas del conjunto nazarí, con tres disparos a favor en el 3-0 que le endosó el Eibar. Más allá de este caso extremo aparece ya el Deportivo. El equipo herculino promedió un disparo cada 49,8 pases. Nada grave si el hecho de disponer el balón hubiese servido para madurar las jugadas y acabar produciendo caudal. Más preocupante —si es que a estas alturas de temporada ese término tiene cabida— cuando la posesión acabó siendo un síntoma de dificultades para atacar.
 

No ayudó la poca intención que tuvo el equipo deportivista de filtrar pases por dentro. Era lo que quería un Burgos bien protegido, pero en ocasiones vale más invertir en el riesgo que pecar de demasiado prudente. Aunque para que esas acciones tuviesen éxito era necesario no solo el atrevimiento y el entendimiento de pasadores como José Ángel Jurado, a quien el equipo echó de menos. 

 

No fueron ese tipo de jugador Arnau Comas o José Gragera, que en el Deportivo no han enseñado todavía esa faceta de mirar hacia delante ni tampoco andan sobrados en esas lides. No es ese futbolista el capitán Villares, encargado de posicionarse más alto para fijar atenciones y soltarse para aportar soluciones en ruptura una vez el balón progresaba o, directamente, cargar el área.

 

Sí apunta a ese demandado fenotipo Charlie Patiño. De hecho, su entrada coincidió con el amago del Dépor en la segunda mitad. Aunque fue una reacción inconclusa, igual que la actuación del británico, de más a menos y algo superado por el físico del Burgos tras un inicio esperanzador. 
 

Sin embargo, tampoco sobró el acierto de los de arriba. Con Luismi Cruz fijado fuera y Zakaria entre centrales, tuvieron dificultades los mediapuntas para encontrar el tiempo y el espacio necesarios para recibir. Aunque cuando lo lograron, directamente estuvieron erráticos a la hora de recepcionar. 
 

Sufrió Mario Soriano en la primera mitad, que no en la segunda, y apenas fue capaz Yeremay Hernández de desequilibrar en esas situaciones pese a que ha hecho del control orientado su mejor regate.

 

En definitiva, los individuos no brillaron, pero tampoco el colectivo ayudó a maquillar esa falta de acierto. Todavía con la pretemporada en el retrovisor y las cadenas sin engrasar, no era el día. Tampoco ayudó el complejo rival, situado en el mismo punto del trayecto pero con mucho más bagaje detrás.

 

Autoexigencia

No era ese tipo de defensa posicional el fuerte del Granada, al que el equipo deportivista fue capaz de mover en una jugada maravillosa de 26 pases y 74 segundos. Pero sí de un Burgos fortísimo en su pasillo central y capaz de defender con maestría los intentos exteriores de un Deportivo al que su entrenador exigió más al término del partido. 
 

“Hemos tenido sensación de poder llegar a ese último tercio pero sin pasar nada (una vez llegaban)”, explicó el técnico, que previamente había reconocido que tras el inicio, a su equipo le “costó” elevar “el ritmo con esas dos líneas de cuatro” del rival. “Seguramente nos ha faltado llevar el balón mucho más por fuera. Si a Yeremay lo hubiésemos encontrado más en las situaciones en las que se estaba abierto, tenemos que cargar muchísimo más el área. Porque si el balón sale fuera, hay muy poca gente por delante de la pelota. Eso tenemos que trabajarlo y mejorarlo ante esos bloques bajos”, apuntó cuando fue preguntado por el canario.


Hidalgo pidió ambición para pisar el área, como hizo su equipo en Granada, en un choque en el que hubo más espacios, pero en el que los suyos demostraron voracidad para atacar desde segunda línea. Pero el catalán también apeló a interpretar el ambiente y aprovechar el empuje de la hinchada deportivista: “Hay que agarrarse a Riazor en esos momentos en los que empuja. Entender el momento en el que hay que seguir atacando, sacando centros y meter al equipo rival. Creo que nos tenemos que agarrar mucho más a eso porque nos va a dar muchísimo”.

 


Las reflexiones en caliente del técnico en su debut como entrenador local en A Coruña reflejan esa autoexigencia impuesta. El Deportivo avanza a buen paso, pero sabe que en la asignatura más difícil que le propone el balompié, todavía debe seguir estudiando. Es lógico, pues ningún alumno estuvo preparado todavía en pleno julio para saber responder al examen final.

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