Aunque para gustos están los colores, visitar al dentista siempre se ha identificado en la cultura popular como un trámite ciertamente poco agradable. La maquinaria específica, el ruido y —por qué no negarlo— el dolor en muchas ocasiones no son, ciertamente, los mejores argumentos para modificar esta percepción, por muy necesario que sea acudir a la consulta.
Algo similar ocurre, en ocasiones, a la hora de jugar al fútbol. El balompié es un deporte de cooperación-oposición en el que los espacios no están delimitados. Es más, se lucha por conquistarlos. Precisamente por eso, en esta disciplina lo que el rival pretenda resulta casi tan influyente para la forma de proceder de uno mismo como la forma de proceder propia. Es decir, importa lo que tú hagas, pero también lo que el rival te permita hacer.
En esta tesitura, hay equipos capaces de convertir cada acción en una tortura para el contrario. Capaces de transformar un partido contra ellos en una visita al dentista. De eso han hecho apología José Bordalás y el Getafe. El técnico alicantino ha sido capaz de conseguir optimizar los recursos de un equipo limitado hasta construir colectivos pétreos y ante los que es desagradable jugar por su elevada competitividad. Y un camino muy similar apunta a seguir el Burgos Club de Fútbol de la mano de Luis Miguel Ramis.
El técnico catalán llegó a la ‘ciudad del frío’ a finales del pasado mes de octubre, después de que una racha de seis jornadas sin ganar —dos puntos de 24 posibles— se llevase por delante el fuerte crédito con el que, a priori, contaba Jon Pérez ‘Bolo’. Miguel Pérez Cuesta ‘Michu’ tomó la dura decisión de prescindir del técnico vasco, con el que el equipo había llegado al liderato en las primeras jornadas. Precisamente, tras ganar en Riazor. Y para reflotar la nave burgalesa, le dio las llaves a Luis Miguel Ramis.
El que fuera entrenador de Espanyol, Tenerife o Albacete asumió el cargo con el objetivo de evitar sufrir agobios por lograr una salvación que, en aquel otoño, ya no parecía tan asegurada. Y lo consiguió con creces. Lo hizo a base de dotar al equipo de solidez. Sin demasiado brillo, el Burgos iba sacando adelante sus partidos.
Ya de cara a esta temporada, con todo un verano en medio para comenzar de cero, el preparador tarraconense y la entidad han querido darle continuidad a la idea del año pasado, aunque mucho más refinada. Al menos eso apunta en esta escasa muestra de la primera jornada, en la que se convirtió en el primer líder de la Liga Hypermotion con una gran goleada en el derbi castellano y leonés ante la Cultural. El 5-1, promovido por la expulsión de Diallo en el primer minuto de juego, sirvió para que el equipo diese continuidad a las buenas sensaciones con las que acabó una pretemporada en la que, por el momento, ha concretado siete caras nuevas, aunque ninguna ha logrado hacerse un hueco en el once.
El Burgos parece, de primeras un equipo pasivo. Agrupado en un 4-4-2 que suele posicionarse en bloque medio, el conjunto dirigido por Ramis tiende a ser permisivo con la circulación del rival cuando esta es estéril. La prioridad del Burgos no es recuperar el balón, sino evitar desestructurarse. Aunque esa aparente falta de mordiente es solo una careta tras la que se esconde la verdadera ambición del cuadro castellano: hacer caer en la trampa al rival.
Así, el conjunto blanquinegro espera al enemigo hasta que este da un paso en falso. O, más bien, un pase. Cuando el balón progresa o el Burgos detecta que el posible receptor no está del todo bien ubicado, se desencadena la emboscada. En esas circunstancias, el Burgos se transforma en un equipo muy agresivo, que mete el pie para robar o hacer falta. El futbolista que ‘salta’ de línea lo tiene muy claro: la jugada del enemigo no puede continuar.
De este modo, a partir de esa actitud defensiva pasivo-agresiva, el conjunto entrenado por Ramis se convierte en un colectivo ante el que es incómodo jugar y al que resulta muy difícil atacar por el pasillo central. Filtrar entre líneas con las distancias tan escasas y la predisposición de las piezas blanquinegras es como meterse en un campo de minas: poco recomendable.
A la conformación de esta evidente personalidad colectiva ayudan, claro, las características individuales de los jugadores. Porque Miguel Atienza en el pivote, los centrales Grego Sierra y Aitor Córdoba y los laterales Anderson Arroyo y Florian Miguel son auténticos especialistas en la fricción. Físicos, pero con conceptos defensivos.
De este arte tampoco rehúsa Iván Morante, el mediocentro más talentoso con balón. El leonés, formado en las canteras de Villarreal o Real Madrid, ha adquirido esa capacidad para ser un soldado más, al igual que el fino mediapunta Curro Sánchez o el ariete goleador Fer Niño. Todos al servicio del plan colectivo. Todos muerden. Nadie se lava las manos.
Esta enorme capacidad para incomodar el juego ofensivo del rival no solo hace que el Burgos apunte a ser un equipo defensivamente fuerte y desagradable, sino que es su principal vía para atacar. Porque a partir de estas pérdidas del contrario, dispone del balón y sabe qué hacer con él.
Y aunque podría parecer que su naturaleza le lleva a atacar rápido, no es siempre así. Una vez recupera la posesión del esférico, el equipo de El Plantío suele priorizar en esos primeros segundos de transición mantener la pelota.
Su ritmo defensivo es alto, pero no desea entrar en un encuentro de ida y vuelta ni que el rival lo encuentre descolocado. Y por eso garantiza primero el resguardo del esférico con dos, tres o cuatro pases de seguridad. Entre cercanos, aprovechando las escasas distancias de su bloque defensivo. Quiere correr, pero no demasiado pronto. La expansión es progresiva.
Una vez la pelota ya está segura, el Burgos no duda. Si puede acelerar, acelera jugando hacia adelante sobre Fer Niño, poderoso en el juego aéreo pero también al espacio. O buscando directamente a los dos extremos puros que juegan por fuera.
David González, zurdo a pie cambiado, tanto traza desmarques verticales como diagonales a espaldas de la defensa. Por el lado opuesto, Iñigo Córdoba no es tan dominante a campo abierto, pero en el banco esperaba en el primer partido de liga Iván Chapela, más poderoso al espacio. Con el exdeportivista Víctor Mollejo todavía fuera de forma tras salir de su lesión de rodilla, Mateo Mejía y Mario González apuntan a ser las alternativas para la última línea del ataque. El físico como denominador común.
Mientras, si no hay contra rápida posible, el Burgos no tiene problema para construir con más calma... aunque solo sea por aparentar.
Porque el cuadro burgalés no suele apostar por una circulación cargada de pausa. Si combina desde atrás, lo hace casi siempre como método para atraer a los rivales y poder jugar en largo. Bien sea a la disputa aérea con espacio abierto, bien sea directamente a su espalda.
En la primera de esas circunstancias, el citado Fer Niño se hace muy dominante. El ariete balear es capaz de ganar en esas disputas y poner de cara a su equipo, que sabe cómo acompañarle desde segunda línea con los mediocentros y con un David González extraordinariamente rápido y hábil conduciendo.
El equipo de Ramis no sobresale por una excelsa capacidad para mover el esférico por raso. No es paciente. Pero eso no quiere decir que no disponga de juego entre líneas. En esa faceta sobresale Curro Sánchez. El mediapunta onubense es el faro del juego ofensivo del equipo. Sin tener la necesidad de aparecer demasiado al apoyo, es capaz de recibir de espaldas y aportar la luz en un equipo obrero, pero que sabe cómo ser dentista.