Una red con demasiados agujeros. En ataque, carente de conexiones. En defensa, sin ningún tipo de estructura ni cohesión. El Deportivo afronta con total distensión este tramo final de liga, con la permanencia holgada ya en el bolsillo. Y a consecuencia de ello, disputa partidos mitad aroma a vacaciones, mitad olor a pachanga veraniega.
En función del rival, pueden salir choques como el del Albacete, convertido en un correcalles entre dos equipos laxos en el que triunfaron los pequeños de blanco y azul. Pero también encuentros similares al del pasado sábado en El Molinón, en el que el Sporting hizo pagar a los de Gilsanz sus desconexiones con y sin balón.
El cuadro herculino estuvo lejos de salir activado al Molinón, donde le esperaba un rival con las garras afiladas y necesitado de sumar tres puntos para asegurar una presencia en la categoría que un mes atrás parecía muy comprometida. La diferencia de competitividad fue evidente y un punto de partida desde el que el Sporting comenzó a llevar el partido a su terreno. Algo que terminó de conseguir con un planteamiento no solo reactivo, sino con una estructura que esperaba al Deportivo mucho más cerca de la portería de Rubén Yáñez de lo esperado.
Así, el equipo sportinguista se aseguró de negarle espacios al Dépor con un bloque bajo que, a su vez, le permitió generárselos a sí mismo. Aunque lo cierto es que en esa faceta de correr le ayudó un Deportivo tan desestructurado como laxo.
La escuadra deportivista concedió demasiado a un Sporting que, sobre todo en la primera mitad, pudo amenazar demasiado la meta de Helton Leite. Pero no lo hizo por un bajo nivel de su defensa. Más bien al contrario, pues los encargados de mantenerse siempre en la última línea -Pablo Vázquez y Jaime- se encontraron solos ante las estampidas construidas por el rival y facilitadas por el equipo de amarillo. Y achicaron agua como pudieron.
Las vigilancias ofensivas fueron dramáticas por parte del combinado coruñés. Pero el drama comenzó a generarse con el bajísimo nivel con balón del equipo. El Dépor tuvo una posesión alta, pero estéril durante buena parte del encuentro. Carente de ideas y profundidad. El 4-1-4-1 con el que el equipo saltó al césped de Gijón nunca encontró el modo de desestructurar a un Sporting que se ordenó en 4-4-2, pero presentó modificaciones a su plan habitual ante las que el Dépor no supo responder.
El cuadro deportivista esperaba un rival que le fuese a buscar arriba. Pero lo que encontró fue un equipo que se dedicó a esperarle. Muy poco presionante en el inicio de juego visitante y con sus mediocentros Olaetxea y Nacho Méndez pendientes de que tanto Soriano como Genreau, interiores zurdo y diestro, no recibiesen con comodidad. Tampoco Yeremay entre líneas.
Así, el Deportivo lograba ir progresando lentamente, más por la inacción del Sporting -permitía solo pases carentes de peligro- que por propia proactividad. Pero cuando se asentaba en campo contrario, los plomos se apagaban de verdad. El bloque sportinguista se pertrechaba en 20 metros a partir de la frontal del área de Yáñez. Sin espacios para jugar por dentro, el Dépor se empeñaba en conectar en ese carril central, una idea que solo podía acabar mal teniendo en cuenta, además, el bajo estado de inspiración y activación de sus futbolistas.
Faltaba circular más rápido. Movilidad. Llevar el balón fuera, trazar movimientos verticales. Atraer al Sporting y girar el juego para desestructurar a un bloque terriblemente cómodo desde el estar junto y, así, poder robar y correr.
Consecuencia de esta baja actividad neuronal, el Deportivo perdía ‘mal’ la pelota. Bien fuese en ataques más rápidos, bien en ofensivas más elaboradas, cada balón recuperado por el Sporting era una oportunidad para que los locales pusiesen la directa.
Las distancias entre líneas en el equipo coruñés eran descomunales. Algo todavía más acentuado por los desequilibrios posicionales. Porque muchas pérdidas eran sinónimo de peligro desde el mismo momento inicial. Simplemente porque el equipo tenía a muchos futbolistas por delante de balón que quedaban eliminados de la acción.
A este caos no ayudó el bajísimo nivel de activación a la hora de presionar tras pérdida. No solo por parte de los jugadores situados por delante a la hora de retornar sino, sobre todo, de aquellos que debían impedir que la transición ofensiva rival fructificase. En un partido con mucho contragolpe rival y exposición deportivista, el conjunto herculino únicamente realizó cinco faltas durante toda la primera mitad. De ellas, tan solo una se dio en una situación tras pérdida. Fue en el minuto dos, en una presión agresiva de Genreau.
A partir de entonces, el Deportivo ofreció una vía a los contragolpes a partir de su (des)estructura y no los frenó desde su inacción. Especialmente sangrante fue la gestación del 1-0 local, que llegó apenas un minuto después de un contragolpe que finalizó con cuatro locales contra Villares, Jaime y un Vázquez que evitó el gol interponiéndose en el remate de Otero.
No aprendió el Dépor del susto y al instante, una pérdida de Zaka en el carril izquierdo tras optar por el camino individual, desembocó en el gol del Sporting. Petxarroman, de nuevo lejos de su teórica posición de lateral, se quedó contemplando cómo Gaspar trazaba una pared con Gelabert. Obrador, que persiguió al extremo, ni se planteó acosarle en esa combinación y el balón salió limpio para que el zurdo pudiese conducir con espacio, amenazase a la defensa y cediese para Nico Serrano, que embocó a gol.
No era cuestión de ser incapaz de cazar en velocidad a las ‘gacelas’ del Sporting: el problema estaba en permitirles alzar el vuelo.
Tras alguna transición más, al cuadro asturiano ni siquiera le hizo falta correr en la acción del 2-0. El Sporting recuperó y cambió de orientación de izquierda a derecha, donde Gaspar volvió a recibir encimado pero no incomodado por Obrador. El gijonés jugó dentro para Olaetxea, que encontró a Otero caído de nuevo a banda. Hacia allí se desplazó Villares, mientras que Genreau no cerraba dentro y generaba una distancia entre mediocentros inasumible.
Por su parte, Pablo Vázquez abandonó a Gelabert para proteger su espalda y eso permitió al mediapunta recibir con todo el tiempo del mundo para pensar y encontrar el corte vertical de Nacho Méndez desde el lado ciego de Denis y Vázquez y ante la mirada pasiva de Petxa, que no entendió que su prioridad era cerrar ese movimiento. En el mano a mano, el centrocampista no falló.
De nuevo 2-0 justo antes del descanso, como en Santander dos semanas antes. Un resultado muy difícil de levantar. Y más, a domicilio y tras haber desarrollado una primera parte tan pobre. Debía cambiar muchas cosas el Deportivo y Óscar Gilsanz decidió simplificar el plan, a costa de jugar de manera algo contranatura: dentro Barbero y Cristian Herrera y a apostar por el centro-remate.
A pesar de que el Deportivo no destaca por un alto volumen de juego exterior ni tampoco por cargar excepcionalmente bien el área, la modificación provocó que el Sporting dejase de vivir cómodo. El cuadro deportivista ya no jugaba tanto balón por dentro. Con Mario Soriano y Villares más cerca de los centrales para atraer al rival, jugaba rápidamente el balón fuera, para unos laterales que estaban mucho más altos. Esos pases obvios los alternaba metiendo el balón a Herrera y Gómez, que aparecían en posiciones interiores, pero siempre con intención de fijar a los rivales y recibir para soltar el esférico hacia el carril exterior y poner el centro.
En el área, a Zakaria se le sumaba la presencia de Barbero y de un Cristian Herrera que ofreció tantas soluciones desde su movilidad como errático estuvo en el remate. La actividad de Herrera se multiplicó con la entrada de Hugo Rama, con el que el Deportivo sumó a otro futbolista interior para construir en corto, lanzar en largo o poner centros y permitió al canario disponer de libertad absoluta.
El Dépor se abonó entonces de manera definitiva al centro lateral. No fue casualidad que el del Molinón fuese su partido con más centros del curso: 26, el doble de su media.
Un recurso básico y todavía más al ni siquiera construirse situaciones más profundas. No le hizo falta para amenazar. Sobre todo en un tramo final en el que Escudero sacó a pasear su zurda para amenazar sin premio. Es lo que tiene acabar jugando contranatura y salir a sestear.