Hay un dicho que reza que cualquier tiempo pasado fue mejor. No siempre es así, pero sin duda hay recuerdos que nos dibujan una sonrisa. Porque aunque la memoria se deforma con el paso del tiempo, tendiendo nuestra mente a amoldarla en base a nuestras vivencias posteriores, hay recuerdos e imágenes que permanecen nítidas en nuestro imaginario.
Las que cruzan mi mente estos días, sin necesidad de recurrir a los cientos de vídeos que circulan en redes, son las del ascenso que hace un año y un día logró el Dépor. Una reminiscencia feliz e inolvidable que siempre me va a acompañar, pase lo que pase después. Porque otra capacidad de los buenos recuerdos es que son capaces de ocupar en el disco duro, que es nuestra mente, espacio cerca de los malos. No es que borren lo negativo, la pena o la tristeza, pero da la sensación de que la mitigan. Como si en ese choque de fuerzas entre lo positivo y lo negativo acabase imponiéndose lo primero.
No me olvido de aquel playoff fallido contra el Albacete, pero las imágenes de aquella fiesta eterna de un mes, primero en Riazor, luego en la explanada y al final en María Pita y en Cuatro Caminos, se mantienen vívidas y lo han opacado.
Tampoco obvio como algunos se jactaban de nuestra alegría, menospreciando una celebración por todo lo alto. Como si las pequeñas felicidades de nuestra finita existencia no mereciesen ser ensalzadas. Ya bastantes palos da la vida como para no ser feliz cuando de verdad toca. Y como de fastos van estas líneas aún queda en este mes de mayo prolífico para el Dépor otro festejo. Porque un cuarto de siglo no es nada. Y si lo es, ¡qué me quiten lo bailado!