OPINIÓN | Dos horas con Mario
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OPINIÓN | Dos horas con Mario

“Vivo en Santiago”, me contestó. “¿En Santiago de Chile?”, repliqué yo. “¡En Santiago de Compostela!”, aclaró para mi sorpresa
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Mario Agüero

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Ya no me acuerdo quién me pasó el teléfono de Mario Agüero cuando en 2021 empezamos a planificar el libro del cincuenta aniversario del Liceo. Pero sí de su contestación cuando contactamos con él para mantener una conversación asumiendo que, como con otros de los jugadores argentinos (no había presupuesto para viajar hasta allí), iba a ser online: “Vivo en Santiago”. “¿En Santiago de Chile?”, repliqué yo. “¡En Santiago de Compostela!”, aclaró para mi sorpresa. Así que allá nos fuimos, contentos porque las entrevistas siempre es mejor hacerlas en persona y porque íbamos a conocer al gran Mario Agüero del que tanto nos habían contado sus compañeros de generación y que yo, que nací unos tres meses después de aquel primer título liguero de 1983, no había llegado a conocer ni a ver nunca en acción.

 

 

Quedamos en la plaza Roja. Fue fácil reconocerle porque conservaba un físico imponente. Nos llevó hasta uno de sus lugares habituales y charlamos, él más que nosotros, que nos limitábamos a lanzar una pregunta de vez en cuando y nos dedicábamos a disfrutar de cada una de sus palabras. Hablaba de los partidos con pasión, como si acabasen de ser ayer y no cuarenta años atrás. Repasaba anécdotas. Recordaba amigos, o no tanto, porque le escondieron el traje que se había hecho a medida para su boda hasta unas horas antes de su viaje. Se quejaba de cierto desarraigo de los jugadores de hoy en día. Incluso nos enseñó la estampita de Santa Gema que llevaba en el bolsillo, similar a la que tenía en un altar en el vestuario del Liceo para invocar a la buena suerte. 

 

 

El encuentro se interrumpió por una llamada del cole. Teníamos que ir a por el niño, con síntomas de COVID, que después de más de un año de pandemia regateándole había llegado a nuestras vidas. Nos despedimos. Durante un tiempo me estuve atormentando si no le habríamos contagiado y pensando en llamarle para asegurarme de que estaba bien. Lo volví a ver en la Golden Cup. Sentado en la grada, discreto en su vuelta al Palacio mientras a Martinazzo se le hacía un gran homenaje. Le saludé. Le pedí una foto. El miércoles, cuando me enteré de su fallecimiento, la fui a buscar al móvil. No la encontré. Sí las que atestiguan aquel maravilloso encuentro de dos horas con Mario. 

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