Al Liceo y al Barça les gusta jugar al gato y al ratón. Siempre hay salseo en sus enfrentamientos incluso antes de saltar a la pista. Y un poco, siempre dentro de los límites de la deportividad, hasta se agradece porque ayuda a preparar el ambiente. Este año la final ya se empezó a jugar con el baile de los días de los dos primeros partidos con la connivencia de una Federación Española que ha permitido que unos horarios y sobre todo una fecha absurda prevalezcan (por mucho que sea por imposición de la televisión) sobre la promoción del espectáculo, que está en la pista y con la afición en ella, y por encima de los intereses de los verdaderos protagonistas, los jugadores. ¡A la cárcel con quien pensó que jugar un partido de una final un lunes era una buena idea! ¡Un lunes!. Es como si al Barça y a la Federación no les apeteciera llenar el pabellón y que cuanto más clandestina la Liga mejor.
No sé en Barcelona, pero por lo menos en A Coruña hay mucha expectación con esta final. La gente se ha enganchado y con razón a un equipo que proyecta carácter y competitividad. También buen juego, por supuesto. Pero si hay una palabra que describa lo que hemos visto en sus últimos partidos es la de raza (además del ADN, anda, lo he dicho, ¡chupito!). Y es muy fácil identificarse con ellos porque es que además son majos y buenos chicos y ese buen rollo que hay entre ellos contagia y saca una sonrisa. Si hace unas semanas decía, antes del tercer partido de cuartos contra el Lleida, que no estaba para nada nerviosa, hoy lo repito. Solo queda que suene el silbato y empiece el espectáculo. ¿Igual mi enfado por el cambio de fechas, de viernes a sábado y de domingo a lunes, es porque hay que esperar 24 horas más para que eso llegue?. Ni confirmo ni desmiento. ¡Árbitro, la hora!