Maikel, del césped al banquillo de Riazor
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Maikel, del césped al banquillo de Riazor

El entrenador del Meicende alternó entre el Fabril y el primer equipo en los noventa - Su trayectoria es una oda a la resiliencia
Maikel, del césped al banquillo de Riazor
Maikel Naujoks, en los aledaños de Riazor | Carlota Blanco

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Mucho tiempo después de aquel 22 de febrero de 1998 en el que pisó por —inesperada— última vez el césped de Riazor, Maikel Naujoks (Iserlohn, Alemania, 1976) llega a la Torre de Marathón puntual a su cita con DXT Campeón. Solo faltan dos días para que vuelva a estar en el templo del Deportivo, esta vez en uno de los banquillos como entrenador del Sporting Meicende, con quien busca dar la campanada en la final de la Copa de A Coruña ante el Montañeros. Un reto de altura, difícil, pero nada comparable a los momentos de frustración que debió afrontar durante su etapa como futbolista, en la que le salpicó de lleno una lacra muy extendida en aquella época: los impagos. Lo del martes es, por tanto, un premio a su resiliencia. También a la de sus pupilos, que cumplen su sueño tras quedarse a las puertas hace dos temporadas de forma muy polémica.


La vida de Maikel comienza en la por entonces Alemania Occidental, pero rápidamente se traslada a España, país natal de su madre. Concretamente, a Vilagarcía de Arousa. Allí se inició en el fútbol, pero donde se hizo un nombre fue en A Coruña, donde alternó Fabril y primer equipo entre 1995 y 1998. “Llegué con 17 años recién cumplidos y es el club que me permitió jugar en Primera División, en un campo como Riazor y con una afición impresionante. Para mí, el Dépor siempre será mi equipo”, expresa al ser cuestionado por lo primero que se le viene a la mente al estar por la zona.


Para un jugador joven lo más importante es tener minutos en la élite y el salto definitivo al primer equipo no acababa de llegar, por lo que en una de esas noches de radio con José María García hizo público su malestar. “No me apetecía pasar otro año más sin saber si era jugador del primer equipo o del filial. Llevaba ya tres años subiendo para tres partidos, bajando dos meses, volviendo a subir… No quería seguir así. Como no me dieron claridad, preferí irme y buscarme la vida fuera”, enfatiza.


Sospecha que ahí estuvo la clave de su salida del Dépor. “Fue sorprendente, porque había hecho un buen partido contra el Athletic. Asistí en el primer gol, marqué el segundo... creo que me había ganado al menos otra oportunidad. O, como mínimo, la opción de hacerlo mal para justificar no volver a jugar. Pero algo pasó. En aquel momento se comentó mucho una entrevista con José María García en la que creo que se criticó bastante al club por un tema relacionado con mi contrato”, rememora el exdelantero.

 

Los impagos

Con su marcha comenzó una trayectoria marcada por la mala fortuna. “Llegué a pensar que era gafe, que allá a donde iba, se destrozaba todo”, reflexiona al recordar en cuáles de sus equipos sufrió de impagos. Toledo, Xerez, Getafe, Compostela, Lorca, Benidorm y Ciudad de Santiago forman una amplia lista negra.
“En esa época, la AFE —organización que representa los intereses de los futbolistas profesionales en España— no estaba tan presente o tan fuerte como lo está ahora. Hoy es impensable que pasen cosas así en equipos profesionales, pero entonces los contratos no servían prácticamente para nada. Y los representantes… no quiero generalizar, los habrá buenos, pero los que yo tuve, sinceramente, dejaban mucho que desear”, apunta.

 

“Llegué a pensar que era gafe, que allá a donde iba, se destrozaba todo”


Había muchos clubes que trabajaban muy por encima de sus posibilidades y luego acababa pasando lo que pasaba. Eran engaños constantes. Cada semana decían: ‘No os preocupéis, van a venir unos empresarios rusos o chinos’, o ‘va a entrar dinero de tal sitio’. Te iban comiendo la cabeza para que siguieras entrenando y compitiendo”, añade.


Así lo hacían él y sus compañeros, que encontraban en el césped una escapatoria a los malos momentos. “Creo que una de mis mejores virtudes es mi capacidad de adaptación. Cuando tuve más, lo supe disfrutar, y cuando tuve menos, supe estar bien también. Eso no quita que no fuese duro. Tenía familia, hijos, responsabilidades: hipotecas, seguros, coche... y no poder hacer frente a esos gastos por impagos te genera una tensión tremenda. Es cierto que el entrenamiento y los partidos eran como un refugio. Era nuestra manera de escapar, aunque fuese por un rato. Pero no era nada fácil, hace falta mucha fortaleza mental”, recalca.


Escuchando su testimonio, es lógico que al colgar las botas no tuviera muchas ganas de oír hablar de este deporte, pero siempre hay una llamada que lo puede cambiar todo: “Me desconecté totalmente del fútbol porque, sinceramente, todo lo que no era deportivo me quemó muchísimo. Terminé mi carrera casi odiándolo, sobre todo cosas del entorno, aunque el juego como tal, jamás. La llamada clave fue de un amigo, José María Rivadulla, Chema, ex del Fabril y del Deportivo. Estaba entrenando en las categorías inferiores del Meicende y me dijo que el entrenador del equipo sénior se había marchado, y si me apetecía hacerme cargo”. Pese a no tener el título, aceptó. Y ahí sigue, diez años después, y ya con la máxima titulación. “Lo tuve claro: si me metía en esto, tenía que formarme”, apostilla.

 

Un ciclo fructífero

Trabajamos para que Meicende siga creciendo, sobre todo en número de niños en la cantera. Lo importante es ser un club fuerte y de referencia en la zona, y creo que lo estamos logrando”, se congratula Maikel, que ha sido partícipe de tres ascensos y un descenso en el que la reestructuración por el Covid-19 tuvo gran influencia.


Durante su etapa se ha dado también un salto a nivel de afición: “Nunca había visto el campo como en estos últimos años. Partidos de Copa contra el Betanzos y el Victoria, fases de ascenso, o los de este año contra el San Tirso y el Carral, que no cabía un alfiler”. 

 

“Siento que la Copa nos debía una final tras aquel penalti que no nos validaron ante el Victoria”


Entiende que en este último triunfo hubo una buena dosis de justicia. “Siento que la Copa nos debía una final. Perdimos unas ‘semis’ contra el Victoria en los penaltis, con uno que dio en el larguero, botó dentro y no nos lo validaron. Era nuestro objetivo y estoy muy contento por mí, pero sobre todo por los chavales. Ahora, a competir”, declara Maikel.


Quedan dos días para el martes, momento en el que aparcará la furgoneta de reparto con la que trabaja desde que se retiró —“¡cómo para no currar!”, bromea— para retar al gran favorito en Riazor. En la que fue su casa. 

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