Una temporada finiquitada con un mes de antelación. El objetivo conseguido sin sufrir, después de un inicio dubitativo y una acción en forma de cese de un entrenador que provocó reacción. El Deportivo acertó en la respuesta para evitar males mayores y vivir, por primera vez en demasiados años, un final de curso sin sobresaltos.
El momento parecía ideal para empezar a proyectarse de cara a un futuro con más aspiraciones. Tras la consolidación, la ambición. El regreso a Primera en el horizonte. Sin prisa, pero sin pausa. Nada mejor que las aguas calmas para poder tomar decisiones y planificar el paso siguiente.
Parece difícil construir un contexto más propicio para gestionar un club de fútbol, sobre todo si a esta foto general le añadimos un componente más, teórico valor seguro: disponer en nómina de un entrenador que ha alcanzado la meta con suficiencia y, además, conoce la casa como nadie. Una vinculación que no está de más ponderar si uno de los pilares de construcción de la identidad responde al nombre de cantera.
A la paz para trabajar sin urgencias y al hecho de tener a Óscar Gilsanz ya a mano, el Dépor sumaba un tercer elemento que, a priori, facilitaba la toma de decisiones: una plantilla larga, con contratos amplios y en la que sus principales activos no solo están amarrados por las firmas de su puño y letra, sino por una convicción propia y sin fisuras.
‘Check’ en el objetivo, ‘check’ en el banquillo y ‘check’ en la plantilla. Todo supuestas certezas. El Deportivo llegaba a este epílogo primaveral con la sartén por el mango... hasta que el fuego se descontroló. Porque en un nuevo giro de tuerca que demuestra la capacidad del Dépor para navegar en relativa calma, la entidad transformó un mar en calma en un tsunami de crispación.
Como no podía ser de otra forma, todo empezó en el verde. Siempre sucede así en el fútbol. Mientras la pelota entra, los problemas son solo latentes. Están ahí de fondo, pero todo el mundo puede permitirse mirar hacia otro lado. En cuanto los resultados ya no ofrecen maquillaje, lo que antes era rencillas menores se convierten en cuestiones de Estado.
El equipo de Gilsanz se salvó pronto y ese fue su pecado capital. Incapaz siquiera de soñar con el playoff de ascenso, el último mes y medio de competición se convirtió en un suplicio para una afición a la que le sale alegrarse por la permanencia, pero ni mucho menos celebrarla. Fue tortuoso el camino para la hinchada, pero más lo fue para un equipo que terminó por desconectar de una forma tal que logró convertir la comprensión de su gente ante el exigente reto superado en reproches. Como para no pedir explicaciones cuando uno se toma las vacaciones todavía en período lectivo.
Con muchas de las piezas capitales del equipo ya en la enfermería de forma permanente y con otras de ellas con la lengua fuera, era la oportunidad para que la segunda unidad reclamase su valía y, de paso, le echase un cable a Fernando Soriano. Nada más lejos de la realidad. Entre el desgaste físico y mental de unos y la incapacidad de otros, el Deportivo se diluyó mientras repartía alegrías a todo el que se enfrentaba con él, a excepción de a un Albacete en situación similar. ¿Necesita tres puntos? Marque el prefijo 981 de A Coruña.
Cinco derrotas en los últimos seis partidos, cuatro de ellas de manera consecutiva para cerrar el curso. Las voces del vestuario se afanaban en recalcar la necesidad de “acabar bien” casi como intento de mensaje de autoconvencimiento.
“Hasta la jornada 38 competimos a un ritmo muy alto, pero luego en las cuatro últimas jornadas el equipo no estuvo a la altura”, concedía el pasado domingo Óscar Gilsanz, después de una dolorosísima derrota que ejerció como trampolín para convertir el último partido en Riazor en un juicio por parte de la hinchada. Ya sucedió ante el Granada. Pero contra el Elche, todo se amplificó.
“Siempre nos quedamos con la última imagen del equipo. La imagen no es buena en estos últimos partidos, pero en mi análisis exhaustivo es global y analizo todas las situaciones desde la jornada 12”, reforzaba el técnico para tratar de aplacar el cabreo de una afición que había tenido que comprobar cómo el rival le metía cuatro en casa. El resultado, además, no solo levantaba ampollas en A Coruña, sino que trasladó el enfado también a Oviedo y Miranda, donde había esperanza en que el Deportivo opusiese al menos algo más de resistencia ante el Elche.
No hubo reproches colectivos por parte de su gente para el entrenador, por más que su figura haya quedado también tocada ante la incapacidad para reactivar a cambio de nada a un equipo que ya no podía ni quería. No le ha ayudado esta gestión final a Gilsanz de cara a erigirse como hombre de consenso entre el deportivismo. Tampoco le ha beneficiado un club que no solo no le ha ofrecido la renovación, sino que apenas le ha concedido un halago público a su técnico tras la consecución del objetivo.
A esta ausencia de gestos de cariño o confianza se le ha unido la incursión definitiva en el mercado. El Deportivo sondea desde hace semanas a entrenadores para comprobar quién encaja mejor en el banquillo de Riazor. Gilsanz no está descartado, pero la apuesta por el betanceiro parece de nuevo abocada a ser la opción ‘de seguridad’ en caso de que nadie termine de generar unanimidad. Ya sucedió así cuando fue ratificado tras el cese de Idiakez.
Puede que esta falta de respaldo no haya permitido que Óscar gane autoridad de cara al deportivismo, pero desde luego tampoco ha beneficiado a quienes toman decisiones. Ya en junio y con la permanencia en el bolsillo desde hace más de un mes, las únicas resoluciones irreversibles han sido no renovar a Pablo Martínez y a Jaime Sánchez.
Nada de esto ha ayudado a Fernando Soriano, que ya estaba en la picota de la afición desde hace tiempo por los cuestionables rendimientos de muchos de sus fichajes. Eso ha transformado la estabilidad contractual y profundidad de plantilla en un problema en vez de en una solución. El equipo necesitará cambios y muchos querrían que quien se encargase de ejecutarlos no fuese el mismo que ha dirigido al Dépor hasta aquí.
Así se encargó de demostrarlo Riazor contra el Granada y el Elche, exigiendo a gritos la marcha del director de fútbol. La petición se hizo extensible hace dos semanas a Massimo Benassi, consejero delegado. Por él salió a dar la cara Yeremay Hernández y el pasado domingo, la personificación evolucionó hacia una menor concreción: del “Benassi, vete ya” al “Directiva, dimisión”.
Así, todavía sin entrenador confirmado y con una plantilla que el 1 de julio será de 30 jugadores -si el ascenso del Murcia no la aligera a 28-, las presumibles certezas son de todo menos eso. Cuando parecía que esta vez sí, el Deportivo ha estado lejos de vivir un final tranquilo. Tras una temporada en la que el objetivo se consiguió con importante antelación, un final de curso con inacción en el verde y en los despachos ha llenado de incertidumbre y crispación el ambiente que se respira entre el deportivismo.