Nunca un campeón de Liga perdió tantos partidos (11), nunca una Liga estuvo tan abierta, con tantos pretendientes. Y el nivel no era bajo. Era la Liga de las Estrellas, cuando los mejores futbolistas del mundo recalaban en España, un tiempo en el que se podía competir con la Premier e Italia iniciaba la cuesta abajo.
No fue una Liga mal jugada por más que determinados juglares quieran minimizarla porque se ganase con la menor puntuación desde que se disputa con el formato actual de veinte equipos y tres puntos de premio por la victoria. En los últimos cinco años 69 puntos no llegaron para ser cuarto en la Liga y entrar en Champions, pero en los albores de este milenio 69 fue un número mágico, la puntuación con la que el Deportivo ganó la Liga, se convirtió en “uno de nueve” y se sentó para toda la eternidad en la misma mesa en la que están Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid, Athletic Club, Valencia, Real Sociedad, Sevilla y Betis, los únicos campeones con el Dépor en las 94 ediciones del campeonato disputadas hasta la fecha.
Bastaron 69 puntos para distanciar en cinco a Barcelona y Valencia y en seis al Zaragoza. Catalanes y maños mantuvieron sus opciones hasta la última jornada, pero el Deportivo culminó un trayecto singular que hoy se percibe entre la nostalgia y la añoranza. Porque ya todo fue memorable desde antes de que empezase la pretemporada, entre rumores de salidas de jugadores e incesantes llegadas. Eran otros tiempos, el Deportivo en ocho años tras su regreso a Primera División había invertido 20.000 millones de pesetas (unos 120 millones de euros) en la adquisición de futbolistas. Al empezar la pretemporada tenía siete centrales, pero le dolía la lesión de Fran, capitán y uno de los faros del equipo. Fue un estío en el que Naybet, Flavio y Djalminha estuvieron a punto de salir, el verano de la Operación Avecilla, el que el Teresa Herrera se fue para Vigo. Fue el tiempo en el que se articuló un movimiento para que el presidente Lendoiro, que había dicho por activa y por pasiva que no iba a cobrar del fútbol, se convirtiese en profesional de dedicación exclusiva con un salario del uno por ciento del presupuesto del club. Fue el verano en el que, en fin, Javier Irureta logró amalgamar un equipo campeón entre todo tipo de vicisitudes. Pero con una plantilla que albergaba múltiples soluciones.
42 millones de euros, que entonces eran 6.400 millones de pesetas invirtió el Deportivo en adquirir refuerzos en el verano de 1999.
El 18 de julio de 1999 era domingo, lució el sol en A Coruña y las playas de la ciudad y alrededores se abarrotaron. La prensa informaba de que los usuarios del transporte metropolitano exigían un mejor servicio y el ayuntamiento de que los ingresos por multas se iban a duplicar. Francisco Vázquez acababa de revalidar la mayoría absoluta para iniciar su quinto mandato al frente de la ciudad y en la Diputación soplaban vientos de cambio. Augusto César Lendoiro, que compaginaba su presidencia con la del Deportivo, estaba de salida tras sucumbir en un pulso con José Manuel Romay Beccaria, al que acusó de realizar “una política carpetovetónica”. Las críticas de Lendoiro, que había sido sustituido sin éxito por Antonio Erias en la candidatura a la alcaldía, alcanzaron también al presidente de su partido en la ciudad, el conselleiro de Industria que con el tiempo se sentó en la misma silla al frente del Deportivo, Antonio Couceiro.
El verano estaba en ebullición en la ciudad, el calor apretaba, pero el Deportivo llamó aquel domingo de julio a misa vespertina y 8.000 fieles se congregaron en Riazor solo para aplaudir a los ocho nuevos fichajes que había cerrado el club. Al día siguiente el equipo empezaba a entrenar en Vilalba y era un buen momento para renovar la fe deportivista. Rubio, Jaime, Víctor, Manel, Makaay, Iván Pérez, José Manuel y César recibieron aplausos y repartieron sonrisas. “Fichar con un contrato de siete años te da tranquilidad”, confió el central asturiano.
Aquel verano llegaron también noticias de Javier Irureta, que iniciaba el segundo de los dos años que había firmado con el club para dirigir al equipo. “Quiero dos jugadores por puesto”, reclamó. Al día siguiente de llegar a Vilalba le trajeron a Jokanovic y se encontró ante treinta futbolistas. Entre ellos estaba, por ejemplo, Manteca Martínez, un mítico delantero uruguayo que era leyenda en Boca Juniors, pero que llegó completamente cojo al Deportivo y al que no había manera de encontrar destino.
El 22 de julio ya eran 31 en la caseta. Llegó David Pirri, que jugaba en Segunda con el Mérida, un recambio para la banda izquierda visto que el lesionado Fran no iba a iniciar la temporada. “Me ha tocado la lotería”, dijo Pirri, que en su presentación le pidió a Lendoiro la camiseta con la que posó para llevársela de recuerdo. “Pronto te darán la tuya”, le dijo el presidente. Pero a los dos días Irureta ya dijo que el chico no le valía para suplir al capitán, así que antes de empezar la Liga un decepcionado Pirri salió cedido al Las Palmas. “No me dejaron ni hacerlo mal”. Jamás jugó un partido oficial con el Deportivo.
A esa altura en el club se hablaba sobre la salida del excelente central Nourredine Naybet, que concentrado en Vilalba escenificó su salida en una rueda de prensa a la que acudió con ropa de calle. “A Coruña va a ser siempre parte de mi vida”, explicó. Sobre la mesa tenía una oferta del Real Madrid, que había llamado de nuevo como entrenador a JB Toshack, el mismo que insistió en el Dépor para que fichasen al zaguero marroquí. Naybet no se alineó en el tradicional partido de pretemporada contra el Vilalbés en el que Irureta ya empezó a mover piezas y alineó de inicio a Songo’o, Manuel Pablo, César, Donato, Romero, Mauro Silva, Jaime, Víctor, Djalminha, Makaay y Pauleta. Ocho de esos futbolistas fueron titulares en el último partido de Liga.
“Fichar jugadores nacionales favorece el buen ambiente”, apuntó Víctor Sánchez del Amo tras aquel estreno. Para Lendoiro e Irureta era evidente que había que higienizar la caseta porque había sido un polvorín en los últimos años, un crisol de culturas en el que se fomentaban las camarillas. Al menos a finales de julio el deportivismo festejó la noticia de que uno de los líderes del vestuario, Mauro Silva, había prolongado su contrato hasta junio de 2001.
Pero el verano albergaba más sorpresas. “Voló el pajarillo”, se escuchó en la Plaza de Pontevedra antes de que se iniciase agosto. Era la contraseña de la Operación Avecilla, un ingenio finisecular a tres bandas entre Deportivo, Tenerife y Mérida que se destapó cuando Barata, un delantero que acababa de cerrar la Liga en Segunda con 17 goles para el cuadro extremeño, fue avistado dando vueltas por el Paseo Marítimo coruñés.
RACHA
Siete victorias consecutivas dispararon al equipo en la tabla antes de Navidad
“El mundo del fútbol es cada vez más complejo”, había explicado semanas atrás Lendoiro para tratar de justificar que el club necesitaba un presidente a tiempo completo, y por tanto remunerado. “No se puede ir a la ópera en el Teatro Colón y negociar a la vez un fichaje de mil millones como ha ocurrido este año”, completó el todavía presidente de Deportivo y Diputación. La Operación Avecilla era el epítome de esa complejidad que se alumbraba. Rubio, un defensa fichado ese verano del Madrid C después de que los blancos se durmiesen al ejecutar una cláusula contractual, se fue al Mérida, de donde había venido David Pirri. Barata se presentó como jugador del Deportivo, que pagó 700 millones de pesetas por incorporarlo, pero de Mérida saltó a Tenerife y jamás jugó de blanquiazul. El meta Nuno siguió cedido en la capital extremeña. Aira se fue a préstamo a la isla, de donde llegaron primero Makaay y después Jokanovic. Una promesa del Mérida, Santi Amaro, se integró en el Fabril y el Deportivo se guardó los derechos sobre Carlos Abela, un joven central extremeño del que nunca más se supo en A Coruña. Además como Barata al final se quedó en Tenerife, el Deportivo logró una opción por Emerson, un centrocampista al que incorporó al verano siguiente.
El carrusel de partidos de pretemporada ya estaba en marcha. El Deportivo ganó el Emma Cuervo al Oviedo con dos goles de César, al día siguiente empató sin goles un amistoso en El Molinón contra el Sporting y desde allí el equipo viajó directamente a Las Palmas (2-2). Aquel partido lo jugó Turu Flores de interior izquierdo. Algo empezaba a tramar Irureta, que no dejaba de darle vueltas a la cabeza para suplir a Fran.
Antes de la presentación del equipo en Riazor, el 8 de agosto, aún se jugó otro amistoso (0-0 y derrota en los penaltis) contra el Benfica, con Kouba bajo palos. El checo regresaba tras dos cesiones y quería competir por la titularidad bajo palos. El equipo empezaba a ilusionar y Lendoiro abonó la esperanza en el acto de presentación del equipo en el estadio, frustrado por una avería en la megafonía. “Aspiramos a todo”, alertó.
El presidente ya había marcado el camino un año antes en el mismo escenario: “Hay que ir a por el título y dejarse de caralladas”. Tiempo después confesó en una entrevista a El País: “En su día compramos un Mercedes con un sueldo mínimo, pero que nadie lo dude: si no nos hubiésemos endeudado no habríamos sido campeones”.
El Deportivo gastó 6.400 millones de pesetas (unos 42 millones de euros) en fichajes, el doble que el año anterior. Pero era bastante menos de lo que pagó aquel verano el Real Madrid por Nicolas Anelka y Elvir Baljic, dos sonoros fracasos de mercado.
Lendoiro elevó el listón de la exigencia para un equipo que venía de ser sexto en la liga anterior y poco antes había flirteado con el descenso en una temporada nefasta en la que 33 jugadores llegaron a alinearse con el equipo. Así que el equipo se puso en modo competición con un triunfo en el Juan Acuña ante el Fluminense (4-0) y se presentó en el Teresa Herrera dispuesto a abordar al Celta en el partido que abría el torneo. A los cuarenta minutos el eterno rival ya ganaba 0-3. La Torre de Hércules, la de plata, se marchó hacia Vigo porque el Celta superó en la final a Boca Juniors. El Deportivo quedó último tras caer en los penaltis ante el Corinthians. Irureta pidió calma. Lendoiro fichó a Fernando, otro zurdo para tapar el espacio que dejaba Fran. Esa operación y la negativa de Bassir a salir cedido dejaron a José Ramón, mito del club, sin dorsal.
El foco se puso al fin en el inicio de la Liga. Pero los debates y los litigios internos no cesaban. Irureta explicó que su idea era jugar con dos delanteros (Makaay y Pauleta) y adaptar a Djalminha a la izquierda del ataque. Pero el genio brasileño jugaba por libre. Varios compañeros salieron en público a avalar que debía actuar por dentro y no confinado en un costado. Irureta aguantó el tirón y le alineó en el estreno contra el Alavés en la banda. Ganó el Dépor (4-1) con tres goles de Makaay y uno del brasileño, pero hubo alguna voz discordante también por otras discrepancias. Naybet, ausente en buena parte de la pretemporada, fue titular, y Schürrer estalló con unas duras declaraciones contra el entrenador. También Donato se quejó cuando se vio en el banquillo. “Me han quitado el caramelo de la boca”. Los dos se veían titulares. No eran los únicos
Jabo tenía un plan. Le denominó “la teoría de las rotaciones”. Explicaba el vasco que ante la acumulación de partidos en Liga, Copa y competición europea era preciso rotar las piezas y mantener frescas las piernas de sus futbolistas. No se apeó de esa idea en toda la temporada, hasta el punto que solo repitió equipo en dos ocasiones, en las jornadas 23 y 24 y en la 25 y 26, en ambos casos en Liga. Todos los demás partidos hizo al menos una variación respecto al once del duelo anterior.
La victoria contra el Alavés situó al equipo líder tras la primera jornada, pero tampoco ejerció como bálsamo. Paulerta y Naybet, por sus negociaciones con el Madrid, fueron pitados en Riazor. El ariete luso no marcó, pero dio un pase de gol a Makaay que provocó que Irureta saltase al campo a darle un abrazo. “No se merece los reproches”, explicó el técnico. Pero los elogios se los llevó Makaay, que dejó su sello con un par de galopadas que acabaron en gol. “Pocos jugadores son capaces de correr tantos metros y definir así”, resolvió Mané, el técnico del Alavés. El holandés acabó la Liga con 22 goles, por detrás de Salva (27), Catanha (24) y Hasselbaink (24). Y por delante de Milosevic (21) y Diego Tristán (18).
El Deportivo se dejó el liderato en Sevilla ante el Betis (0-0), pero horas antes de partir se armó un zipizape porque Naybet tomó un avión privado para desplazarse a Manchester, donde le esperaba un contrato con el vigente campeón de Europa. Pasó el reconocimiento médico, pero no llegó a un acuerdo salarial y regresó a A Coruña mientras sus compañeros sostenían el empate sin goles en Heliópolis. “Vuelve un Naybet distinto. Va a estar más centrado”, garantizó Lendoiro, al que le llegaban las novedades por todos los flancos porque agosto acabó con la noticia de que Vasco da Gama había inscrito a Djalminha en la Copa Mercosur.
Al final aquella maniobra de los brasileños fue un brindis al sol. Djalma se quedó en A Coruña para liderar al equipo y una cla de paisanos en la que se alistaba Flavio Conceiçao, ya reintegrado al equipo y que trataba de dejar atrás una lesión con la que llegó de su periplo con la selección en la Copa América y la Copa Confederaciones. “Hemos fichado trabajo y no exento de calidad”, se vanaglorió Irureta en público.
El equipo empezó a componerse aunque con una cierta irregularidad: tras superar al Valladolid (2-0) en Riazor, cayó en Noruega (1-0) ante el modesto Stabaek en el regreso a competición europea, empató en el Bernabéu (1-1) en un intenso ejercicio defensivo y cayó en casa contra el Numancia (0-2) en un partido en el que los sorianos acabaron entre olés de una afición enojada. “El público nos exige mucho. Hay que pedirle una reflexión”, disparó Lendoiro tras la derrota. Al final apenas Numancia y Santander lograron ganar aquella campaña en Riazor, fortín en el que se edificó el éxito.
La remontada europea ante el Stabaek (2-0), con goles de Jokanovic y Flavio, abrió un tiempo en el que el equipo consolidó una idea. “No entiendo que se diga que soy un entrenador conservador”, explicó Irureta en una entrevista en el diario bilbaíno El Correo. Pocas horas después mostró al mundo una nueva arma, el trivote. Un mediocampo jamás visto con Mauro por delante de la defensa y Jokanovic y Flavio como interiores. Tres pivotes para blindar al equipo y tres goles en menos de una hora en San Mamés para lograr un triunfo sonoro (2-3). “Parece una solución válida, jejeje”, reflexionó Irureta en sala de prensa. Lo cierto es que la exhibió no solo en Bilbao sino también para ganar en el feudo de Real Sociedad, Sevilla y ante el Atlético en Riazor, además de empatar en casa de Espanyol y Racing.
A Irureta el trivote le daba seguridad. En cierto modo quería recuperar la esencia del SuperDépor de Arsenio y aquella solvencia defensiva que le convertía casi en inabordable. Con las rotaciones, sin Fran, con las lesiones de César, Flavio o Jokanovic por medio, se armó un equipo que entre el 30 de septiembre y el 18 de diciembre jugó 17 partidos, ganó 14, empató dos y apenas perdió en su visita al Valencia. En ese camino encontró diversas soluciones, pero sobre todo un nuevo dibujo, un 4-2-3-1 en el que Makaay caía a la derecha y Djalminha encontraba espacio en el centro, por detrás del delantero, para explotar su talento. Fue ante el Montpellier en casa (3-1) cuando se probó por vez primera esa idea. Turu Flores, que atravesaba un periodo de sequía goleadora, empezó a alternar como interior izquierdo, sin asumir muchas responsabilidades defensivas, eso sí. El 21 de noviembre, en la jornada doce, el equipo laminó al Sevilla en Riazor (5-2) y se colocó líder en un partido en el que Flavio acabó bajo palos tras expulsión de Songo’o. Entonces nadie se lo imaginaba, pero el equipo ya no llegó a perder esa posición de privilegio.
A esa altura los rivales empezaron a perder pie. El Barça de Van Gaal no arrancaba. El Madrid le dio pasaporte a Toshack y le entregó el equipo a Vicente del Bosque. Entre la jornada 10 y la 16 el equipo sumó siete victorias seguidas, 21 puntos que le distanciaron en ocho puntos del segundo, que era el Celta. El Zaragoza era tercero a nueve y el Barcelona navega a diez puntos. El Real Madrid estaba tras la jornada previa al parón navideño en la duodécima posición de la tabla, a 16 puntos del Deportivo y tan solo tres por encima del descenso.
Pero nada iba a resultar sencillo. El 12 de diciembre el Deportivo ganó en Anoeta a la Real Sociedad en un duelo espeso que resolvió un gol en propia puerta de José Félix Guerrero. De ahí a final de temporada los chicos de Irureta apenas ganaron un partido más a domicilio.
Tan sobrado iba el Deportivo que el campeonato de invierno se alcanzó tras una derrota en Riazor contra el Racing de Santander (0-3). Ya se hablaba sin ambages de ganar la Liga, pero Djalminha había avisado el día antes de la importancia de los puntos en Riazor. “Estamos en el buen camino, pero el futuro depende de lo fuertes que podamos hacernos en nuestra casa”, apuntó. El varapalo contra los cántabros disparó alguna alarma, desde luego la del entrenador. “Si nos confiamos somos mucho menos equipo de lo que nos creemos”, sentenció Irureta. Dos goles de Salva y uno de Munitis se llevaron por delante a un equipo huérfano de Mauro. Naybet, tan pitado al inicio de la temporada, ejerció como capitán aquella tarde. Irureta se quedó la última media hora del partido sentado en el banquillo, algo inédito en él, siempre en pie en la zona técnica.
11 derrotas
sumó el Deportivo en el campeonato. Es el campeón de Liga que ha perdido más partidos
Por primera vez en el campeonato, el Deportivo había encadenado dos derrotas consecutivas. Pero la sangría aún fue mayor durante el mes de enero y se llegaron a acumular seis partidos sin victoria, cinco de ellos derrotas, dos en Copa del Rey y una eliminación ante Osasuna, que entonces jugaba en Segunda División. Tras la jornada 20 la ventaja en el liderato se había reducido a apenas dos puntos sobre el Zaragoza, tres sobre el Barcelona y cinco sobre el Real Madrid, que en un mes había recortado once puntos y escalado ocho posiciones en la clasificación. “¿Necesita el equipo lavar su imagen’?”, le preguntaron a Irureta antes de un partido. “No hemos cometido ningún homicidio. Tan solo hemos perdido unos partidos”, replicó. En los momentos de tensión a Jabo le gustaba relativizar.
En los despachos el fragor no se detenía. A finales de noviembre la Junta de Accionistas del club, con el capitalismo popular en su cénit, decidió por 17.864 votos a favor, 366 en contra y 153 abstenciones que la presidencia del Deportivo debía ser remunerada con el uno por ciento del presupuesto anual del club, a la sazón 64 millones de pesetas. Lendoiro aseguró que se lo pensaría. Aceptó. En aquella Junta dos accionistas plantearon el cambio de denominación del club para que pasase a ser de A Coruña. “Tendríamos que llegar a un punto de encuentro. Es un aspecto en el que no debería haber discrepancias” sorteó Lendoiro, que también anunció el proyecto de un futuro museo del club.
El mercado de invierno trajo además consigo un par de novedades. José Manuel se marchó cedido al Compostela, lo que abrió la posibilidad a que José Ramón tomase su dorsal número 22, y Lendoiro cerró la incorporación de un delantero uruguayo sobre el que pidió a Irureta que decidiese si lo incorporaba de inmediato o lo dejaba cedido en su equipo de procedencia, Peñarol, hasta el verano. Se llamaba Walter Pandiani.
En enero y en plena mala racha del equipo, Lendoiro moduló su discurso. “Nuestra obligación no es ser campeones y sí procurar no descender a Segunda”, explicó durante una charla en la asociación de amas de casa de la ciudad. El equipo sufría. “Hablar hablamos todos, pero trigo damos poco”, espetó Irureta tras caer ante Osasuna, entonces un Segunda, en la Copa. “Siempre se dice que tenemos una plantilla inmejorable, pero cuando falta gente en el equipo lo acusamos”, incidió el técnico. Había llegado el momento de matizar su teoría de las rotaciones y confiar en una base de jugadores menos numerosa. Futbolistas como Jaime o Fernando vieron rebajados su minutos. Manel, Ramis, José Ramón, Bassir o Iván Pérez ya no contaban. El mismísimo Pauleta empezó a pasar más tiempo en el banquillo que en el verde.
Fran había regresado a finales de noviembre, aunque luego volvió a parar y no fue hasta después de Reyes cuando regresó a la titularidad. Le costó dejar atrás el postoperatorio de la lesión de adductores. Pero en cuanto se puso en forma elevó el nivel del equipo. Era un Fran diferente al de 1994, más maduro, con más conocimiento del juego y un liderazgo mayor en el equipo. Su conexión con Djalminha y Mauro era indudable y entre los tres tomaron el timón del equipo para llevarlo al éxito. Cuando el 22 de enero el Betis cayó en Riazor (2-0, con goles de Pauleta y Makaay) y se volvió a la senda del triunfo todos respiraron tranquilos. “Estábamos en tensión”, confesó Lendoiro. “Podemos luchar por la Liga”, concluyó.
Pero enero acabó con una nueva debacle, esta vez en Valladolid (4-1), un escenario que generalmente se le atragantaba al equipo y por el que se transitó por numerosos hoteles. A Irureta no le gustaba repetir allí el mismo alojamiento si el equipo perdía. Y siempre caía. Víctor, un habilidoso y ratonil delantero del cuadro pucelano, firmó un hat-trick y se volvió a las andadas. “Ellos jugaron con una motivación superior”, censuró Irureta, que lamentaba que al equipo le faltase consistencia a domicilio. A 16 jornadas del final el entrenador advertía de que los siete primeros clasificados, separados por apenas ocho puntos eran candidatos al título. Así que en el carrera con el Dépor (que tenía 40 puntos), estaban Barcelona (38), Zaragoza (38), Real Madrid (36), Celta (35), Alavés (32) y Athletic (32).
“No hay que olvidarse de que seguimos siendo los primeros”, avisaba Pauleta. La sensación generalizada era de desasosiego. Parecía que el equipo se desinflaba porque además esa misma semana tras el varapalo en Pucela, Osasuna se presentó en Riazor ganó (0-1) y dejó al equipo fuera de la Copa. Al día siguiente sucedió algo jamás visto: Lendoiro se presentó por la mañana en el campo de la Universidad Laboral en Acea de Ama, el escenario de los entrenamientos del equipo, y entró al vestuario. Nunca había hecho algo así, ni antes ni después. “No fue una regañina, sino un mensaje de unión y de que ahora hay que salir a morder e ilusionarse”, explicó a la salida.
Lendoiro le hizo ver a la plantilla que todo dependía de ellos, que eran los líderes de la competición. Y dejó un mensaje de cara al partido de tres días después contra el Real Madrid. “Nos vamos a jugar gran parte de las opciones de ganar la Liga en el estadio de Riazor”.
Y en efecto, su gente acudió al rescate del Deportivo y convirtió Riazor en inexpugnable. De los diez últimos partidos como local el equipo ganó nueve y empató uno. Esos 28 puntos fueron decisivos para ganar la Liga porque fuera de casa apenas sumó cuatro puntos en toda la segunda vuelta.
Que Riazor iba a ser un fortín le quedó claro al Real Madrid, que se fue trasquilado y zarandeado por un equipo que mostró una cara muy diferente a la que enseñó en el Nuevo Zorrilla y ganó 5-2. Ocurría también que aquel Deportivo se transformaba cada vez que tenía que recibir a los blancos, pero quien de verdad entraba en trance futbolístico era Djalminha. Si además el partido se emitía en directo por Canal Plus aquella era la salsa que más le gustaba al brasileño, que se creció en una de las noches más memorables que se recuerdan en Riazor y dejó a tirios y troyanos con la boca abierta con una suerte futbolística apenas vista sobre la que luego explicó que se inspiró en Jason Williams, otro genio que entonces también andaba suelto, en este caso en la NBA. Djalminha impactó al poco de empezar el partido con un escorzo y una espuela que colocó la pelota por encima de la zaga rival para buscar una conexión con Víctor. Al día siguiente le explicó al periodista Rubén Ventureira como se llamaba aquello: “lambretta”.
La lambretta es una histórica motocicleta de fabricación italiana que se caracteriza por sus formas redondeadas. El movimiento de Djalminha para desplazar la pelota con sus dos pies quizás la recordaba, de ahí el nombre. A Irureta esas virguerías no le acababan de agradar, En el documental estrenado hace un año por Movistar Plus+ todavía buscaba el raciocinio. “¿Fue gol? No”, se contestaba. Pero hay dianas que se olvidan y jugadas que son eternas.
Tampoco a Raúl, el astro madridista, le gustó la acción. Se lo hizo ver sobre el campo a Djalma: “¿Pero tú para que haces esas tonterías?”. “Porque yo soy futbolista. Tú metes goles, pero yo soy futbolista”, le replicó el brasileño. Al menos esa fue la versión de la charla que dio al día siguiente. Años después ofrece nuevos detalles Djalminha, que asegura que Raúl le dijo que él jugaba muy bien, pero que hacía muchas tonterías. Y la contestación dice que fue todavía más contundente: “Así es el fútbol. Tú no juegas tan bien y juegas en el Madrid”.
ROTACIONES
Irureta solo repitió alineación en dos ocasiones en toda la temporada
“Fueron superiores. Por momentos nos arrollaron”, explicó Vicente del Bosque tras el partido. “La Liga es nuestro torneo”, resolvió Irureta tras una exhibición en la que marcaron Makaay, Djalminha, Victor (que se fue a celebrar el gol delante del palco donde veía el partido Lorenzo Sanz, el presidente que le había abierto la puerta de salida del Real Madrid) y dos veces Turu Flores, que salió del banquillo para darle la puntilla a los blancos. El ambiente fue electrizante con un tifo jamás visto en el fondo de Marathón, una camiseta gigante del Deportivo de 50 metros de largo por 40 de ancho que pesaba en torno a 200 kilos. “Es una maravilla ver así Riazor”, se jactó Fran. “Nos barrieron”, concluyó Míchel Salgado, el lateral vigués del Madrid.
La jornada le había salido perfecta al Deportivo. Porque no solo el Madrid se fue derrotado sino que el Barcelona cayó en el Camp Nou contra el Alavés (0-1) y el Zaragoza no pasó del empate en su visita al Atlético (2-2). El Dépor aumentó su ventaja al frente de la tabla, cuatro puntos sobre el cuadro aragonés, cinco sobre el Barcelona. El Madrid ya estaba a diez y con el golaverage perdido. A aquella altura, además, Irureta estaba satisfecho con Djalminha y lo explicaba en una entrevista en este periódico. “Está trabajando más. Su comportamiento está siendo muy bueno y eso es positivo”. Así que Soria y la visita al Numancia se presentaba como una buena oportunidad para confirmar sensaciones y tomarse además la revancha de la derrota en la primera vuelta.
“El Numancia no es el Madrid. Es otro concepto de fútbol, un equipo muy aguerrido y un campo difícil”, advirtió Mauro Silva. Sus augurios se confirmaron, pero con un inopinado giro final. El Deportivo sufrió y encajó un gol en el inicio de la segunda parte, un tanto firmado por Pacheta, el mismo que 25 años después ejerció el pasado fin de semana como entrenador en Riazor. Y en la jugada final sucedió otra acción inolvidable. Songo’o subió a rematar el último córner y conectó un testarazo que envió la pelota a la red. El árbitro Pérez Lasa lo anuló por una presunta falta al Urroz, el portero local. Pero solo la vio él. “Estaba solo y metí la cabeza sin tocar a nadie. Ya no merece la pena protestar”, se resignó el meta camerunés. Víctor fue más duro: “No fue un error humano. Deberían de castigar al árbitro”.
Otra vez el equipo se rehizo al amparo de Riazor. Dos partidos consecutivos en el estadio se saldaron con sendas victorias. Ganó en un mal partido al Athletic (2-0) en un duelo adelantado al sábado y dejó toda la presión para sus rivales en la jornada dominical. El Zaragoza, que era segundo, perdió en San Sebastián y el Deportivo acabó el fin de semana primero y con cinco puntos de ventaja sobre el Barcelona. Fue entonces cuando Irureta sacó la calculadora: “Con 71 puntos seremos campeones”, elucubró. Bastaba con ganar los siete partidos que quedaban en casa (Mallorca, Valencia, Oviedo, Atlético, Real Sociedad, Zaragoza y Espanyol) y rascar cuatro puntos fuera. Al final resultó que bastaba con sumar 65.
La visita del Mallorca también se resolvió sin excesivo brillo (2-1) con goles de Makaay y Djalminha antes de que Diego Tristán, que ya estaba en el punto de mira del club. Irureta ya no tenía margen para guardarse nada y alineó un once sin experimentos. Pero aquel fin de semana, el último del bisiesto mes de febrero, de lo que se hablaba era de la visita a Londres para litigar con el Arsenal de Arsène Wenger, que estaba montando un equipo histórico, el de los Invencibles que ganó la Premier de la campaña 2003-04 sin conocer la derrota.
Perder y que te marquen goles Henry, Kanu o Bergkamp debería valer como atenuante, pero la experiencia londinense fue nefasta para el Deportivo, que sufrió de inicio y encajó dos goles antes del descanso. Pero Djalminha recortó desde el punto de penalti con una ejecución que glosó Julio César Iglesias en un memorable artículo en El País. “¡Qué momento Djalma! Aquí al sur de Europa, todos éramos cómplices tuyos: todos sabíamos que te perfilarías, que te comerás aprisa metros de carrerilla, que invocarías de nuevo a Panenka, y que, tic, le darías a la pelota un golpe seco y mordido. La escena sería inolvidable: el pobre Seaman se elevaría lentamente como un viejo aeroplano y se desplomaría, carcomido, a la sombra del palo”.
Pero héroe y al tiempo villano, dos minutos después de ese desparrame de sutileza, este míster Hyde brasileño forzó una absurda tarjeta amarilla y, casi sin solución de continuidad, se enzarzó por un quítame allá esas pajas con Grimandi, un industrioso centrocampista galo del Arsenal. Uzunov, un mal árbitro búlgaro, lo envió la caseta. Iglesias lo describió en el breve párrafo final que culminaba su artículo titulado “Elegancia bajo presión” en el que invocaba al astro deportivista: “De pronto, ¿qué pasa ahí?, cuando pedíamos que abieran para tí el Hall de la Fama, te estabas haciendo expulsar. Te fuiste y os reventaron”. El Arsenal aprovechó la media hora de superioridad numérica que le regalaron para rematar la elminatoria (5-1) y convertir la vuelta de Riazor en un trámite.
El episodio abrió una grieta, otra más, entre jugador y entrenador. Jabo sacó una vez más la mano izquierda para torear una vez más en la sala de prensa del vetusto estadio londinense. “Tendremos que hablar, pero no es el momento oportuno para hacer más declaraciones sobre esto”, desvió. A Irureta le preocupaban otros asuntos, como exprimir al equipo y no desviarlo del foco que tenía, que era el de la Liga. “No tenemos equipo para jugar fin de semana y miércoles”, zanjó. No todo el mundo estaba de acuerdo con ello, pero nadie lo discutió, al menos de puertas afuera. Londres quedó como una mala experiencia y todos se pusieron a pensar en Málaga, donde Djalminha jugó los noventa minutos y el equipo, como venia siendo habitual fuera de casa, volvió a desplomarse incapaz de revolverse ante un gol de Darío Silva en el primer minuto de partido.
Increíblemente el equipo no solo seguía líder sino que estaba asentado en esa posición de privilegio. Barcelona y Real Madrid no dejaban de tropezar y al final de esa jornada 27 el Deportivo mandaba con cuatro puntos de ventaja sobre el sorprendente Alavés, que basaba su fortaleza en la capacidad para mantener su portería imbatida.
Irureta sorteó el segundo partido contra el Arsenal con las ideas claras. Ya solo importaba la Liga. Alineó de inicio a varios secundarios como Kouba, Manel, Ramis o Fernando, Le dio minutos a Iván Pérez, que marcó en la última jugada de la eliminatoria el gol que al menos le dio el triunfo al Deportivo en Riazor ante los gunners (2-1). Y todos se pusieron manos a la obra con la Liga. Quedaban once partidos por jugar y seis eran en A Coruña.
El primer desafío lo planteó el coriáceo Valencia de Héctor Cúper, que sí estaba pendiente de la competición europea y de sus sueños en la Champions, de la que a la postre fue finalista. Así que el mismo día que España le dio una mayoría absoluta a Aznar, el Deportivo firmó una de sus mejores actuaciones de la temporada con una actuación memorable de Fran, autor del gol que abrió el marcador, el primero de una temporada que había comenzado en el dique seco.
El capitán había dejado atrás sus problemas físicos. La operación de adductores salió bien, pero la recuperación se le atragantó. Tras aquella primera prueba de octubre en Lalín sintió molestias y tuvo que regresar al gimnasio y a la camilla de los fisioterapeutas. Se había ido rodando desde el mes de enero porque Irureta tenía claro que su concurso era esencial. Y elevó el nivel de tal manera que en marzo ya tiraba del equipo y hasta tenía galones en la selección española, donde en realidad nunca le dejaron mostrarse como era. Pero justo aquel fue el mejor momento de Fran con La Roja, el de aquel 9-0 a Austria en Mestalla con un equipo en el que Camacho juntó al diez deportivista con Guardiola, Valerón y Raúl.
El triunfo ante el Valencia fue tan incontestable que Cúper se marchó satisfecho. “El 2-0 fue un buen resultado”, zanjó. E Irureta, con la perspectiva de una visita inmediata al Camp Nou se vino arriba. “Saldremos con once delanteros”, advirtió. Las heridas de Londres se habían cerrado. Djalminha volvió a ser el doctor Jeckyll y firmó un partidazo. Irureta además fue inteligente y le retiró antes del final para que recibiese la atronadora ovación de Riazor. Ya todo era un bálsamo y la visita a Barcelona se preparó con un colchón de cinco puntos sobre el equipo que entonces adiestraba, entre no pocos reproches, Louis Van Gaal.
El Dépor desafiaba a un equipo que le triplicaba en presupuesto, pero multiplicaba esa diferencia en estructura. La prensa catalana de la época acudía cada poco tiempo a A Coruña para entender que se cocía aquí. Y no daba crédito porque encontraba un club con sede en un piso (céntrico, eso sí) en el que los trabajadores se contaban con los dedos de una mano, un equipo que se adiestraba de prestado en unas instalaciones que compartía con usuarios de una piscina y en la que le habían acotado un pequeño vestuario. El sancta sanctorum de Irureta y su cuerpo técnico en Acea de Ama era algo así como un pequeño camarote de un crucero de segunda. No había mucha más estructura, pero sí un anhelo que empezaba a tomar forma, el de una ciudad deportiva en Abegondo. En el mes de marzo de 1998 las excavadoras empezaron a mover tierra en el Agra de Marces, un recóndito espacio vecino a la presa de Cecebre. Irureta alentaba esa idea. “Mirad lo que tiene el Athletic en Lezama y los frutos que obtiene”, apuntaba.
La visita a Barcelona era casi un match ball. El triunfo hubiera dejado al Deportivo muy cerca del título, pero nadie pensaba a aquella altura que ganar una Liga iba a resultar tan sencillo. Ganó el Barça (2-1) y Rivaldo marcó el gol de la victoria para los culés en un duelo pésimamente arbitrado por Medina Cantalejo, que 25 años después es el jefe de los árbitros. “Ha sido una actuación incomprensible”, lamentó el siempre prudente Mauro Silva, que fue expulsado por doble amarilla. “Es muy casero, que le vamos a hacer”, zanjó Fran sobre las discusiones después del partido en torno al colegiado. El golaverage particular se igualó, pero los culés mandaban con cierta solvencia en el general. La derrota llegó además con una novedad nefasta porque todo apuntaba a que Djalminha había sufrido una rotura de fibras tras una pugna con Frank de Boer y tendría que estar casi un mes de baja.
Al final todo se quedó en una elongación en el adductor y además un parón liguero auxilió al equipo para que su estrella apenas se perdiese una convocatoria. En plena zozobra siempre había un motivo también para animarse y era que los tres siguientes partidos del equipo iban a ser contra el trío de equipos que cerraban la tabla, Oviedo, Sevilla y Atlético de Madrid. Y ahí emergió el colectivo. El Deportivo ganó esos tres desafíos y la Liga cada vez pareció estar más cerca de A Coruña.
La cita contra los asturianos, dirigidos entonces por Luis Aragonés, se resolvió (3-1) con dos goles tempraneros de Makaay y uno de Donato, que esa semana había renovado. Cumplidos los 37 años y asentado como central titular al lado de Naybet, se empeñaba a desmentir a los agoreros que habían criticado en su día que se le firmase un contrato de cinco años cuando ya pasaba de la treintena. Al final, Donato jugó diez campañas como deportivista, pero en aquella de 1999-00 pareció tocado por una varita mágica porque emergió como titular cuando ya casi todos le daban por amortizado. Marcó un golazo en su primera titularidad en la octava jornada contra el Málaga, celebró su continuidad en el club con el tanto que cerró el triunfo ante el Oviedo y acabó la temporada con un gol eterno.
Con todo, esa perpetuidad, se forjó con triunfos como el del Sánchez Pizjuán. Contra el Oviedo ya sublimó el valor del grupo. Jaime entró por Mauro, Turu lo hizo por Djalminha y el equipo no dejó de funcionar. En Sevilla, el brasileño seguía entre algodones y disputó apenas un minuto. Fran y Romero se quedaron en casa por una pequeña lesión. Schürrer jugó de lateral izquierdo, pero sobre todo era un buen día para rescatar el trivote: Mauro, Jokanovic y Flavio, que además dejó su sitio mediada la segunda parte a Jaime. Dos goles casi consecutivos del mediocentro serbio encarrilaron el partido antes del cuarto de hora. Pero la sentencia no llegó hasta los instantes finales con una galopada de Makaay (1-3) y después de no pocos sufrimientos.
En la recapitulación de la temporada es bueno recordar que estábamos en algunos aspectos organizativos ante otro fútbol. Ahora sería impensable que un equipo con la Liga en juego perdiese futbolistas porque los llamaban las selecciones. Ocurrió con Naybet, que no pudo jugar contra el Atlético en un duelo clave a siete jornadas del final. Pero ya antes pasó con Flavio o con otros pilares del equipo. Con todo, hubo suerte porque ni Mauro ni Djalminha contaban entonces, increíblemente, para Brasil. Con todo, Irureta quiso ser cauto con la recuperación del brasileño y lo guardó de nuevo en el banquillo ante los colchoneros, que a esa altura del campeonato ya estaban desesperadps por evitar un descenso de categoría que acabó por producirse. Tampoco estuvo Fran ante el Atlético, pero Jabo activó a César en la zaga y a Turu Flores en la banda izquierda. El argentino abrió el marcador, pero la estrella del duelo fue Makaay que anotó tres goles (4-1). Al día siguiente un nuevo pinchazo del Barcelona, un sonoro 0-3 en el Camp Nou ante el Mallorca dejó la Liga en la mano, con cinco puntos de ventaja y seis partidos por jugar. “Somos los más regulares”, presumió Lendoiro. Mientras tanto no había noticias sobre si Irureta iba a seguir o no en el banquillo. “Antepongo el proyecto al dinero”; decía el vasco. Lendoiro parecía tranquilo al respecto.
La Liga podía haber llegado antes para el Deportivo si no fuese por sus problemas lejos de Riazor. La visita al Rayo fue otra oportunidad perdida, pero también una jornada menos para la meta porque el Barcelona volvió a perder con estrépito (3-0 en Oviedo). Así que la ventaja de cinco puntos se sostuvo, ahora ante culés y Real Madrid.
Vallecas fue otro fiasco, con gol de Míchel, el actual entrenador del Girona, para abrir el marcador y poner el partido cuesta arriba. Djalminha esperó turno en el banquillo y esta vez el trivote no fue talismán. Fue una pena porque el Barcelona había perdido el sábado en el Tartiere y la ocasión de dispararse a ocho puntos de distancia era pintiparada.
Pero el equipo no lograba responder a domicilio y tras la muesca puesta en el Pizjuán volvió a la andadas. “Con los puntos de A Coruña nos va a bastar”, trató de aliviar Irureta, que disculpó la derrota porque el césped estaba “alto y desigual” y el sol le había dado de cara a sus defensas en las primera parte. A Lendoiro le preguntaron por la suplencia de Djalminha, que apenas jugó la última media hora, y eludió explicaciones. “Irureta es el que mejor conoce al equipo”. El brasileño decía que estaba tranquilo y eso que en la banda de Vallecas tuvo una discusión con el entrenador, que le recriminó su pasividad en el calentamiento. “Firmo no volver a jugar y ganar la Liga”, confesó. Pero ya no volvió a pasar por el banquillo.
Irureta explicaba que Djalminha estaba saliendo de una lesión y que el riesgo de que se volviese a romper era elevado. Pero tampoco era el momento de guardarse nada. Por eso ante la Real Sociedad volvieron Fran y Djalminha. Era el momento y ante un rival enrocado, con Naybet y Flavio concentrados con sus selecciones, el Deportivo volvió a mostrar su mejor versión. Makaay y César decidieron con sus goles (2-0), pero fueron los dos talentos recuperados los que condujeron al equipo hacia la victoria.
Miguel Santos, representante de Irureta, vio el partido desde el palco. La noche anterior ya había tenido una primera toma de contacto con Lendoiro para que el entrenador renovase contrato. Lo cerraron tras el partido y confesó Lendoiro que al acuerdo se llegó en “un minuto o un minuto y medio”. Un año más. A partir de ahi Jabo firmó curso a curso hasta su marcha en 2005. Y, le gustaba decir, que lo hacía una vez tuviese listos los deberes.
La extensión de contrato llegó antes de un derbi en Balaídos ante un rival que jugaba para clasificarse para la Intertoto, pero sobre todo con la motivación de poner una piedra en el camino del trayecto deportivista hacia el primer título de Liga de un equipo gallego.
Porque el Dépor volvió a caer lejos de Riazor. En Vigo marcó de nuevo a los celestes Turu Flores para empatar un gol inicial de Benni McCarthy, pero el partido se decantó en la recta final con tanto de Gustavo López (2-1). El Dépor acabó con nueve hombres, expulsados Romero y Songo’o. Con Donato bajo palos en los instantes finales del partido. El Celta sintió que había cumplido una misión porque la Liga se complicó. El día anterior el Barcelona había batido al Atlético para ponerse a dos puntos del liderato. Así que caer en aquel derbi fue otro momento crítico. Turu Flores se agarró al tópico: “Es una derrota de las que duelen, pero dependemos de nosotros mismos”, explicó. “Cualquiera hubiese firmado a principio de temporada estar donde estamos ahora”, completó el presidente Lendoiro.
Quedaban tres partidos y dos puntos de ventaja. El golaverage general distanciaba en seis goles a favor al Barça respecto a los deportivistas. No había margen para tropezar. El penúltimo partido en Riazor era contra un rival que podía meterse en la pelea por el título. El Zaragoza estaba a cinco puntos del Dépor. Si ganaba en Riazor se pondría a dos. Y lo que era peor, una derrota blanquiazul brindaría la posibilidad de que el Barcelona se pusiese líder con apenas dos jornadas por jugar. Un desastre. Lo que nadie imaginaba entonces es que el equipo de Van Gaal ya no iba a ganar un partido más.
La tensión era máxima. El Zaragoza tenía un equipazo y un entrenador, Chechu Rojo, con largas batallas disputadas contra el Deportivo cuando dirigía al Celta. Rojo e Irureta habían sido compañeros en el Athletic. Pitaba un vizcaíno: Iturralde. “Necesitamos la magia de Riazor”, pidió Irureta. Pero en la noche del día anterior al partido ocurrió una nueva e inopinada pirueta: el Barcelona volvió a pegarse un batacazo, una derrota en casa ante el imprevisible Rayo (0-2). Así que el Deportivo saltó al campo a sabiendas de que al menos iba a acabar líder la jornada.
Irureta tenía sancionado a Songo’o y se vio abocado a poner bajo palos a Kouba. Casi inédito durante su estancia en A Coruña, el meta checo tenía una prueba de fuego en mal momento: arrastraba una pequeña lesión muscular. Probó antes del partido si estaba en condiciones de alinearse y dio el visto bueno. En la recámara estaba Dani Mallo, que aquella temporada jugó en el Fabril.
Un triunfo ante el Zaragoza descartaría a los maños de la carrera por el título y dejaría al Dépor líder con cinco puntos de ventaja sobre el Barcelona y seis por disputar. El escenario era el ideal para Djalminha, la liga en juego, retransmisión de Canal Plus. Todos los ojos sobre él. Pero el partido fue un dolor de muelas. Juanele heló la sangre a Riazor con un gol al inicio de la segunda parte. Empató Makaay y a diez minutos del final un zapatazo de Djalminha puso más de media Liga en las manos del Dépor. Lo que ocurrió es historia del club. Djalma se sacó la camiseta en la celebración y tenia ya una tarjeta amarilla. Contra diez, el Zaragoza colgó balones ante las dudas de Kouba. Empató Aguado, uno de los mejores cabeceadores de la Liga y los puntos no se fueron a Aragón de milagro en un final agónico (2-2).
Medio estadio quería asesinar a Djalminha, que siempre afecto al más difícil todavía esta vez batió el récord de transito entre la heroicidad a la villanía. La jornada acabó con una ventaja de tres puntos sobre el Barcelona y cinco respecto al Zaragoza, que la redujo a dos tras una penúltima jornada en la que Dépor y Barcelona empataron sus partidos. Los chicos de Irureta se quedaron a un gol de la gloria en su visita a Santander y antes 8.000 seguidores blanquiazules. Quedó todo para el final, otra vez en un epílogo no apto para pusilánimes. 19 de mayo de 2000. Ese era el día. Marcaron Donato y Makaay y comenzó la mayor fiesta de la historia de A Coruña.