El fútbol es todo aquello que ocurre en el último partido. No hay término medio. La prensa deportiva y la afición diseccionan la actualidad en función del último resultado del equipo. Lo inmediato es la norma y varían las sensaciones cada semana dependiendo del rendimiento de los suyos en el campo.
Si el Dépor arranca la competición ganando todos los partidos, la cosa va bien. Cuando llega el primer resbalón surgen las dudas, se discuten las decisiones del entrenador, se señala a uno o varios jugadores o se especula por donde hace aguas el conjunto. Entonces el equipo ya no es tan bueno y se llega incluso a cuestionar los resultados anteriores, que en muchos casos parece que fueron fruto de la casualidad.
Sucede en todos los clubes. Si el actual Real Madrid maravilla a media Europa por su capacidad goleadora, si Ancelotti es capaz de ensombrecer al mismísimo Zidane, Vinicius es un proyecto tangible de Balón de Oro y Camavinga aporta una vitalidad que antes no tenía el equipo, todos esos argumentos se desvanecen tras un empate en casa. Que si falta lateral derecho, que si el equipo sufre mucho atrás.
Otro tanto ocurre con el Barsa, un club al borde del derribo y que en poco más de un año ha perdido a sus principales activos en el campo. Comienza la Liga renqueante pero salta al campo Ansu Fati, el entrenador les da cancha a jóvenes veinteañeros de calidad y florece la esperanza tras golear en la última jornada. La afición se ilusiona porque se trata de un equipo con proyección y futuro.
Y qué decir del Atlético de Madrid, reforzado y con todas las papeletas para renovar título. Basta una derrota para cuestionar toda la arquitectura del conjunto y pensar que Simeone no acaba de encontrar la tecla que active todos sus recursos.
Y es que el fútbol es caprichoso y las sensaciones se revisan partido a partido. Afortunadamente es imprevisible, cambiante, y sujeto a todo tipo de interpretaciones. Por eso atrae la atención de millones de aficionados todos los domingos.