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A sus 74 años cumplidos, y después de una intensa vida como rector de empresas muy potentes (ahora está al frente de una de las principales constructoras del mundo), Florentino Pérez nunca pensó que a estas alturas iba a recibir la mayor ‘puñalada’ de su larga vida tanto laboral como de dirigente deportivo. Porque eso y no otra cosa le ha sucedido con este proyecto de Superliga con el que se las prometía muy felices y que en pocas horas ha quedado reducido a añicos, momentáneamente.


Florentino lleva moviendo este asunto varios años. Sólo ha mirado el dinero que pueda conseguir para su club y para los objetivos que se había trazado, sin importarle los daños colaterales que pudiera ocasionar. Y se habían unido a él otro grupo de ‘grandes’ unidos por el mismo objetivo, sin importarles si se amplía o no la brecha de ingresos entre unos y otros.


Pero no habían contado con eso que se ha dicho muchas veces y que ahora ha quedado patente por la reacción de los aficionados: el fútbol es, por encima de todo, un sentimiento aunque se maneje mucho dinero por medio. Y un motivo fundamental del encanto que tiene es que cualquiera le puede ganar a otro rival y su mérito deportivo se puede ver compensado, cosa que ahora no iba a ocurrir al tratar de montar los ‘aspirantes’ un coto cerrado en el que tenían el derecho de admisión por encima de cualquier otro merecimiento.


“Estamos todos arruinados y algo teníamos que hacer”, confesó paladinamente el dirigente madridista, que encabezó esta ‘rebelión’, y ésta es la clave. Hasta ahora, en el mundo del fútbol se disponía del dinero de los socios caprichosamente por la directiva de turno. Pero cuando la situación económica caía en picado, la situación deportiva corría paralela (véase para nosotros el ejemplo del Deportivo). Pero estos ‘pesos pesados’ no están dispuestos a pagar sus errores o excesos económicos y quisieron levantar por las bravas el mundo del fútbol, y el efecto se les volvió contra ellos. Las inversiones hay que afrontarlas o renunciar a ellas.


Por último, la UEFA, que ha venido siendo ejemplo de despotismo en el fútbol, puso el grito en el cielo pero parte de la culpa la tiene ella. Su presidente ha soltado sapos y culebras por su boquita pero va a tener que sentarse a negociar premios mayores para este grupo de trituradores de dinero que querían mantener las distancias deportivas a base de aumentar las económicas. Y ya veremos si se conforman. Quedan muchos capítulos por escribir en esta historia.

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