Los infalibles
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Los infalibles


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Había en la televisión de nuestra infancia algunas series que llevaban el nombre de ‘Los intocables’, ‘Los vengadores’ o ‘Los invencibles’. Ahora, las podríamos trasladar a nuestro tiempo y podríamos incluir otra nueva denominada ‘Los infalibles’. En ella incluiríamos a toda la panda que dirige Velasco Carballo, el presidente de los árbitros españoles, que, por su cinismo e hipocresía, va camino de convertirse en un destacado dirigente de la UEFA, por lo menos. O así lo parece tras su última rueda de prensa, que teníamos ganas de comentar.


En su ególatra y vergonzosa comparecencia, Velasco señaló el acierto de los árbitros en el VAR en un 98,48 por ciento, es decir, rozando la perfección: “199 errores”, concedió, lo que da un error y pico por partido. O sea, ciencia-ficción arbitral. Y ya, rizando el rizo de la tomadura de pelo, consideró que “ha habido consistencia en la sanción de las manos y menos penaltis indicados por contactos ligeros”.


Dicho esto, el personal todavía no tiene claro a estas alturas cuál es el criterio arbitral para este tipo de sanciones: seguramente no lo hay. Pero, ¡ay!, estos ‘dioses’ del arbitraje se reconocen infalibles en sus propias decisiones. O sea, como siempre, dentro de las variantes de cada época.


La esperanzadora llegada del VAR al fútbol parecía que iba a solucionar objetivamente muchos problemas, pero siguen ocurriendo episodios que cuestionan la veracidad de ciertas decisiones. Máxime cuando nos enteramos que el trazado de las famosas líneas queda al arbitrio de los que siguen el juego desde las cabinas. Y las decisiones pueden variar por décimas de segundo, por lo que la objetividad no es absoluta. Lo que sí ha cultivado el VAR ha sido el cierre de filas de los árbitros, ha agrandado su corporativismo y sus sueldos. Pero, en general, su utilización está desconcertando a aficionados, entrenadores y jugadores. Y, por si fuera poco, los goles han perdido espontaneidad y ahora hay que contenerse en vez de gritarlos.


Invitamos, desde estas líneas, a estos endiosados dirigentes de negro a atajar otro tipo de actuaciones del juego: por ejemplo, erradicar de los terrenos de juego esas auténticas actuaciones teatrales de los futbolistas, que se quejan de la cara cuando el golpe es en el pecho. O esos otros que se retuercen de dolor y se recuperan en cuanto se reanuda el juego. Más que nada para evitar el engaño y la hipocresía sobre los campos ya que no se puede evitar en los despachos.

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