En la crisis desatada el pasado fin de semana debido al pésimo estado de la cubierta de Riazor, me pareció ver en medio del desastre a Homer Simpson. Como sabéis Homer, el padre de Burt en la serie de animación de Matt Groening, es un retrato deformado de un padre de familia, simple y conformista, del medio oeste americano. En su pereza y vulgaridad mantiene los tres principios que le bastan para defenderse en la vida. A saber: 1º) Yo no he sido (cuando hay algo que está mal); 2º) Eso ya estaba cuando yo llegué y 3º) Oh!, Que buena idea jefe.
Las disculpas que esgrimieron los responsables del gobierno municipal tienen una similitud asombrosa con ese código `homérico'.
Que si se trata de un problema heredado, que si la solución propuesta por los anteriores era una chapuza, que si estamos elaborando un pliego de contratación para la solución definitiva,... En fin, que lejos de ver la luz al final del túnel creo que se están poniendo los cimientos para que la próxima corporación municipal, allá por el 2018, tumbe el futuro proyecto y se ponga a elaborar uno nuevo.
Lo cierto es que con casi dos años de mandato, el actual gobierno municipal no ha sabido o no ha podido dar una solución para un problema que trae cola desde hace años. A los cerca de 25.000 aficionados que van al estadio de Riazor les importe un pito si la culpa es del PP, del PSOE, de la Marea o del BNG, pero el único consuelo que tiene es mirar para el consistorio para exigir de una vez por todas el arreglo de la cubierta.
Al hilo de este asunto, y más preocupante si cabe, resulta la reflexión que hace el alcalde en Onda Cero en la que se pregunta en voz alta si el Depor habría hecho mejor arreglando la cubierta que fichando a Andone.
Una de dos; o tiene muy mal concepto del delantero rumano o, mucho peor, desconoce las obligaciones municipales relativas a los gastos que afectan a la estructura del estadio cuyos costes corren por cuenta del concello como propietario del estadio.
Pero no nos deben de extrañar estas actitudes. Vivimos en una ciudad en la que ante cualquier catástrofe, por pequeña que esta sea, sacamos la lupa para ponernos en modo Sherlock Holmes y buscar a algún mucamo al que colgarle el mochuelo.
Funcionamos a golpe de accidentes. Sólo nos dimos cuenta del peligro que entrañaban Las Yacentes a la entrada de la ría cuando rasgaron el casco del Urquiola. Levantamos una torre de control cuando encalla en el salón de nuestra casa el Mar Egeo. Nos coscamos de los riesgos que conlleva la entrada de petroleros por nuestro pasillo cuando naufraga el Prestige y entonces caemos en la cuenta de que habrá que hacer un puerto exterior para evitar que naveguen por los Cantones barcos con cargas peligrosas.
Somos de naturaleza reactiva pero ¡eso sí! a la hora de buscar culpables somos especialistas: siempre es de otro.