Ha pasado de ser el ‘niño bonito’ del deportivismo a ver cómo muchos entienden que con la llegada de Luismi Cruz debe perder el sitio en el once ideal. Es la dura vida del futbolista. Y más, en una época en la que la necesidad de consumir, consumir y consumir se lleva por delante cualquier cosa que no huela a nuevo.
“Mella ya no es tan bueno”. “Es que no hace lo de Yeremay”. “Además, se lesiona mucho”. “Normal, si no se cuida nada”. “Encima, en vez de aprovechar las vacaciones para llegar bien, está pasado de peso”.
Todas esas frases —o muy parecidas— las habrán tenido que escuchar o leer el entorno de Mella o el propio David. De viva voz o en unas redes sociales que podrían ser maravillosas, pero como muchos otros inventos, nos hemos encargado de perturbarlas de la manera más retorcida posible para convertirlas en un contenedor de odio.
No hay forma de evitar esos comentarios. Más allá de que el derecho a opinar es inalienable, la ignorancia en muchos casos no entiende de límites. Como diría Juanma Lillo, a muy pocos se les ocurriría opinar sobre el proceso de crecimiento de las mariposas en Camerún. Pero el balompié es un deporte sencillo, que no simple. Y esa realidad, unida a la enorme incertidumbre que ofrecen sus partidos —más que en ninguna otra disciplina— le convierte en uno de los grandes entretenimientos del planeta.
Desde luego, es la actividad física regulada más seguida. Y eso permite que millones de personas puedan vivir de él.
Técnicos, directivos, periodistas o el sector turístico se mantienen gracias a esta capacidad de atracción. Pero quienes más se benefician son los futbolistas. Son los verdaderos protagonistas, sí. Pero gracias al ‘chiringuito’ montado en torno a las patadas que le dan a un balón, muchos de los que llegan a ser profesionales acaban convirtiéndose en algo cercano a millonarios.
Precisamente por todo eso, los futbolistas no pueden pretender que no se opine sobre ellos. No es fácil asimilar cómo es posible que muchos de los que te idolatraban ahora aprovechen el mínimo resquicio para echarte a un lado y mirar al siguiente juguete. Sin embargo, es una situación tan habitual dentro de la élite del deporte más seguido del mundo que debe suponer una oportunidad para el canterano.
La crítica como punto de impulso para mejorar. La pérdida de focos como motivo para volver a levantar la mano. La competencia como resorte para seguir exigiéndose y crecer. En su casa se lo habrán enseñado.
Hace dos temporadas, Mella entendió que solo con el talento no se podía ser profesional. Inició la pretemporada con sobrepeso —reconocido por él—, lo bajaron al Fabril y acabó celebrando el ascenso con el primer equipo. De nuevo le toca darle la vuelta a la frustración. Y pocos sentimientos son capaces de movilizar más que la rebeldía.