Las prórrogas ya no son lo que eran. Antes abrían la puerta a un espectáculo desatado en el que no bajaba drásticamente el nivel futbolístico. Ahora se parecen más a la sala de espera de un centro de salud, con jugadores reventados y el partido pidiendo la hora.
Entiendo que no es culpa de los futbolistas. El calendario es una empanada de partidos que no deja de engordar. Más torneos, más partidos, más ingresos, menos piernas. Así llegamos a finales como la de esta última Copa del Rey. Un gol agónico que disfraza una prórroga donde lo raro fue ver una acción brillante y precisa. Y eso que al menos esta final sí fue emocionante, entretenida y con detalles técnicos de altura en los 90 minutos. Pero el bajón en la prórroga fue evidente y es una tendencia generalizada. El fútbol de calidad en el tiempo extra es ahora un espejismo. Lo habitual: imprecisiones, ataques deslavazados, jugadores en posiciones imposibles porque ya no quedan piernas sanas, cambios obligados por puro agotamiento. Hay más vendas que en un museo egipcio. Y eso que ahora se puede cambiar a medio equipo.
El encanto de la prórroga difícilmente se perderá. Los goles in extremis y la emoción seguirán enmascarando el descenso alarmante del nivel. ¿Tiene sentido mantener la prórroga tal y como la conocemos en un fútbol exprimido hasta lo imposible? Porque se está convirtiendo en una especie de tiempo de descuento… para las ganas de ver buen fútbol.