Una de las consecuencias más preocupantes de la errática trayectoria del Dépor en este curso es el significativo descenso de espectadores a Riazor. El pasado domingo asistieron 16.000 aficionados, una cifra que marca una tendencia a la baja en un Club que cuenta con 28.000 abonados esta temporada. La explicación es bien sencilla: el aficionado empieza a estar cansado del rendimiento del equipo tanto en casa como lejos de Coruña. Dicho de otro modo, recibe muy poco en comparación al apoyo que ofrece a sus jugadores.
Las cifras ya son preocupantes. Sólo 19 puntos en 14 partidos es un escaso balance para una plantilla confeccionada para el ascenso directo. Apenas cuatro victorias que sitúan a los coruñeses en la mitad de la tabla.
Demasiados partidos perdidos o empatados en los últimos minutos por despistes colectivos, la incapacidad para hacer goles, parecen dos de los síntomas que aquejan al Dépor.
El domingo una parte importante de la afición despidió al equipo con silbidos y ya se sabe que esa es la primera de todas las batallas. La siguiente pasa por cuestionar desde la grada y la prensa al entrenador, siempre el sospechoso número uno. Posteriormente la Junta Directiva de turno ratifica al técnico en su puesto, paso previo para cargárselo al primer tropiezo.
Más adelante se contrata a un nuevo inquilino para el banquillo que viene con el mandato de enderezar el rumbo de la plantilla. Entienden, entonces, las sucesivas Directivas que en Navidades hay que apuntalar la plantilla con dos o tres retoques, muchas veces del gusto del nuevo entrenador. Al final de temporada sin el objetivo previsto cumplido, comienza una especie de catarsis colectiva dirigida a remover las estructuras del Club y planificar la siguiente temporada.
De alguna manera este proceso recuerda a aquel cántico con el que el FC Barcelona iniciaba las tristes temporadas de sequía de títulos ligueros entre 1974 y 1991 -un único entorchado en 1985- y que rezaba Aquest any sí repetido por el presidente correspondiente tratando de insuflar ánimo a la atribulada afición culé.
Este proceso, tan repetido en el RCD más contemporáneo, ha demostrado ser tan habitual como ineficaz. No parece fácil encontrar las causas ciertas a este declive.
Muchas voces apuntan a cambios en el patrón de juego, quizás al escaso compromiso del plantel, la falta de recambios -más bien oportunidades- en la cantera, el peso del escudo y su reciente historia gloriosa, la inestable dirección deportiva o la impericia deportiva de la Propiedad. Sean estas u otras razones, este equipo no avanza y la posibilidad de una cuarta temporada en el hoyo empieza a tomar cuerpo.