Algún tiempo atrás y en estas mismas líneas periodísticas, leía un artículo de nuestra compañera Lis Franco en torno al desarrollo que ejercía este Deportivo sobre el terreno de juego. Anticipadamente solicitaba perdón público, para posteriormente trasladarnos su falta de conexión a lo que presenciaba en cada jornada.
Fue valiente en su aportación en medio del ambiente positivista que se vivía, generado por el deseo de que las cosas discurrieran de la mejor forma posible, tras largo proceso de crueldad psicológica para todo el entorno.
El técnico Borja Jiménez, máximo responsable, viene transmitiéndonos que había que estar preparados para los malos momentos, que cuando esto sucediese tendríamos que estar todos juntos. Tras esta reiteración de avisos, puntualicé que al entorno deportivista no hacía falta enviarle ningún tipo mensaje añadido. Pasaron por mil circunstancias y siempre han estado en primera línea de batalla. Lo que realmente quiere el “deportivismo” son realidades positivas. Ascender de una vez por todas y no estar lamiéndose las heridas.
Nada está perdido, ni mucho menos. El horizonte sigue muy abierto. Pero las sensaciones de poderío y fortaleza están cogidas con pinzas. Cuando se tiene que recurrir a los nervios o a la tensión para justificar la falta de empuje, mal vamos. Es necesario más brío, más ambición. Hay que ser campeones y eso solo se hace con capacidad y para ello su entrenador tiene que salir a liderar, no vaya a ser que le pase como a otros…
Cambio de tercio. Partiendo de la base que el operador de turno es una empresa privada y por lo tanto sus movimientos van encauzados a generar beneficios, tengo que decir que tras presenciar la pasada Copa del Rey de baloncesto, sus gestores le están haciendo un flaco favor al prestigio de la profesión periodística.
Los locutores y colaboradores encargados de transmitir los encuentros resultaron ser auténticos “forofos” de determinados colores. Daba la sensación de que todo estaba canalizado para que, tanto Real Madrid como Barcelona, disputasen la gran final. Ya no por un simple interés deportivo, sino más bien por uno económico empresarial. En momentos determinados sentí vergüenza ajena.
A todo esto habría que añadirle el factor arbitral. Las interpretaciones fueron de lo más surrealistas. El día del Breogan fue exponencialmente un sacrilegio a la imparcialidad. Una pena que el buen baloncesto se vea empañado con todo este tinglado esperpéntico.
Finalizo con un apunte All Star. Comparar viejos concursos de mates con lo presenciado en este último es como para ponerse a llorar. En este caso cualquier tiempo pasado fue mucho mejor.
Como siempre un placer.