Vaya fin de curso para Pablo Vázquez. El central del Deportivo ha firmado una temporada más que digna, de esas de notable alto. Jugándolo todo, sin descanso, en muchos momentos porque no quedaba otra. Ni rotaciones, ni respiros. Y cuando llega el premio gordo –el récord de jugarlo todo– va Gilsanz y lo sienta para que Pablo Martínez y Jaime se pudieran despedir del club sobre el césped. Entendible, sí, pero con un poco de cintura se podía haber contentado a los tres. Primer tortazo.

Después (o antes, eso no lo sé) llega Fernando Soriano y le dice que en el club no cuentan con él a largo plazo, más allá de su contrato hasta 2026. Segundo tortazo. Y cuando crees que ya no puede caer otro, aparece de nuevo Soriano en escena durante la presentación de Antonio Hidalgo. Niega que quieran echarle… pero suelta eso de “temporada discreta” y “hay que dar un paso más”. Tercer tortazo. Todo en cuestión de semanas. Qué manera de bajarte del pedestal.

Cómo no voy a entenderle. A mí me pasaba en el instituto. Salías del examen convencido de que ibas a sacar un 7 o incluso un 8. Aunque eso no se podía decir en alto. Nada peor que ser ese tipo de alumno. Habías estudiado y creías que habías cumplido. Pero luego venía el profe y te calzaba un 3 que te dejaba tiritando. “Tenemos que exigirnos más”, “tu curso ha sido discreto”, me podía haber dicho para terminar de rematarme. Al menos en eso tuve más suerte que Pablo.

La diferencia es que Pablo se ha dejado el alma durante 42 jornadas y yo, bueno… igual no tanto. Pero con ese zasca que no ves venir sí que empatizo. Duele más por inesperado que por el golpe en sí.