Es una de las escenas más recordadas de ‘Django desencadenado’. Entre sorprendido y molesto, el mayordomo interpretado por Samuel L. Jackson se dirige a su amo blanco, Leonardo Di Caprio, para señalarle que a sus puertas llega un “negro” con un caballo. “¿Y a ti qué te importa? ¿Quieres un caballo?”, pregunta Di Caprio. A lo que el sirviente responde indignado, “¿Para qué voy a querer yo un caballo? Yo lo que quiero es que el negro no lo tenga”.
No he podido evitar acordarme una y otra vez esta semana de esa brillante secuencia cada vez que se me daba por leer a algún aficionado del fútbol español quejándose de que el Deportivo se disponía a seguir rechazando ofertas millonarias por las perlas de su cantera. Ese Síndrome de Estocolmo en el que ya está profundamente sumido hasta el último seguidor, más preocupado de acudir a las listas de inscripciones que a las páginas donde se informa de fichajes.
Será culpa del club coruñés estar saneado. Será culpa del club coruñés, también, tener la capacidad para ejercer una posición de fuerza en las negociaciones y no tener que malvender futbolistas a la mínima como han tenido que hacer Valencia, que ha ingresado apenas 25 millones de euros por sus dos prometedores centrales, o más recientemente el Getafe, que se ha visto obligado a desprenderse de Alderete por 12 millones para poder completar su plantilla. El destino del central paraguayo ha sido el Sunderland, que a principios de agosto soltó más de 10 kilos por un portero suplente.
Resulta cuando menos curioso que todos estos aficionados le pidan más cuentas a los dirigentes del Dépor que a sus propios presidentes, que verano tras verano ponen el grito en el cielo por cómo el control económico de LaLiga ahoga a la mayoría de los 42 equipos que forman la asociación... obviando de forma grotesca que son ellos mismos los propietarios de la asociación y los que tienen en su poder cambiar las reglas del juego.
Y mientras, el club herculino sigue firme en su apuesta por mantener el talento y rechazar el dinero. Primero porque puede hacerlo. Segundo, por una convicción contracultural en el fútbol de hoy en día que nadie alcanza a entender porque ya ha asumido que su sino es la mediocridad. En sobrevivir aletargados formando parte de un decorado que mantenga el circo para los mismos de siempre. Yeremay, Mella y cualquier otro jugador blanquiazul cuyo talento llame la atención de peces más grandes, jugarán en Riazor hasta que ellos quieran por el mero hecho de que el club ha hecho las cosas bien ofreciéndole, y ofreciéndose, el mejor contexto posible para este momento de su carrera. Económico y deportivo.
La realidad es que siempre es tentador buscar excusas a la gestión de tus dirigentes. Pero quizá sería más conveniente que cuando a todos estos aficionados les pregunten ¿Quieres que tu equipo rechace ofertas millonarias por sus mejores jugadores?, la respuesta no sea ¿Para qué voy a querer yo eso? Yo lo que quiero es que no las rechace el Dépor.