Pasa rápido el verano, sobre todo cuando uno está trabajando. Imagino que algo así pensará Antonio Hidalgo, al que en apenas unos días se le han ido ya buena parte de los amistosos que tendrá para poner a punto a su nuevo Deportivo. En mi caso, al menos, tengo a mano todas las herramientas necesarias para llevar a cabo la labor encomendada.
Es ese uno de los problemas que les toca vivir a los entrenadores de hoy en día, que navegan por ese cada vez más extraño periodo llamado pretemporada con el objetivo de componer un equipo con piezas que ahora mismo no es que no estén en A Coruña, sino que puede que ni sepan que jugarán en Riazor; y otras que acumularán minutos con la blanquiazul pero que muy probablemente antes de que termine agosto se irán para no volver.
Cuatro ensayos le quedan por delante al Dépor antes de disparar con fuego real el 16 de agosto en Granada. En los dos anteriores, Hidalgo ha podido contar únicamente con tres caras nuevas con respecto a la pasada campaña. El resto son los mismos, menos los que ya se han ido. Una fórmula que desde luego no es óptima. Refuerzo arriba, refuerzo abajo, ocurre en todos los equipos que afrontan a medio hacer el verano mientras los que mandan de verdad, sospecho que por intereses que tienen que ver más con el balance de cuentas que cualquier interés deportivo, no hacen nada por ponerle remedio al sinsentido de jugar varias jornadas con el mercado abierto.
Sigan llamándolo pretemporada, pero lo que no será nunca es una preparación. La preparación llegará luego, ya con el tren en marcha y descontando jornadas mientras se acoplan los que se suben a última hora. Y si los resultados no sonríen, siempre se podrá culpar al entrenador. Eso tampoco cambia nada.