Me gusta pensar que el proceso de los jugadores para llegar a la élite es similar la de un telesilla en una estación de esquí. Nunca he creído en eso de que los trenes, en el fútbol y en la vida, solo pasan una vez. Pero sí tengo clarísimo, especialmente en el deporte rey, que ninguno de los asientos espera por nadie. Da igual quién seas. Da igual lo que hayas trabajado para llegar a una posición ventajosa. Si cuando llega tu turno no estás preparado, pasará de largo. Da igual, también, las circunstancias que no te hayan permitido estar a la altura. A nadie le importa.
Pensaba viendo al Dépor en Vicarage Road lo injusto que está siendo el fútbol este verano con Luis Chacón. Después de derribar por enésima vez la puerta del barro para llegar al fútbol profesional, una inoportuna lesión de tobillo le ha impedido empezar la preparación al cien por cien. Y, de pronto, se encuentra de bruces con que el entrenador al que tiene que convencer le pide públicamente que se exhiba en uno de esos partidos de pretemporada de los que luego nadie quiere sacar conclusiones. Los primeros minutos de juego del de Pontedeume desde que celebraba el ascenso en León se convirtieron así en un examen prácticamente decisivo que quizá empiece a costarle el puesto en la plantilla. Probablemente sea injusto, sí. A nadie le importa.
Chacón no es el único que sufre estos días la dureza que implica mantenerse en lo más alto, una situación para la que quizá sirve igualmente el símil anteriormente citado. Más vale que te agarres bien cuando vas camino de la cima. Caerse es extremadamente sencillo. Martín Ochoa y Diego Gómez, otrora perlas de la cantera reclamadas por todo el deportivismo, van camino de la rampa de salida teniendo un trato en cuanto al reparto de minutos más parecido al de descartes como Davo o Mfulu, que al de otros miembros de la plantilla que pelean un puesto. El de Amoeiro regresó en enero cuando estaba completando una gran temporada en el Arenteiro para cubrir la salida de Lucas Pérez. Hace seis meses heredó el ‘7’, hoy apenas acumula media hora en tres partidos ante Compos, Ourense CF y Watford. A nadie le importa.
No pretende ser esta reflexión una crítica al club ni a un Hidalgo que debe gestionar a contrarreloj una plantilla sobrepoblada para la que, por cierto, también reclama recortes. Es más bien la constatación de la crueldad inherente al deporte de élite, donde toda la preparación y el talento no sirven de nada si uno no cumple en el lugar indicado cuando llega el momento justo. Porque aunque, insisto, no haya un único tren, sí es cierto que no todos van a la misma velocidad ni, desde luego, pueden llegar tan lejos. Lo que uno debe tener claro cuando acepta las reglas del juego es que la única opción es continuar intentándolo. Esperar paciente en la cola del telesilla para estar de nuevo en posición de tomar otro asiento. Y sobre todo no poner excusas. A nadie le importan, sigue trabajando.