Casi una semana después, todavía se sienten los ecos del viaje del Liceo a Barcelos. Hacía mucho tiempo que no se vivía un desplazamiento tan masivo de la afición verdiblanca ni esa ilusión compartida por acompañar al equipo en un partido importante. Y eso que el resultado de la ida no acompañaba. Dio igual porque la fe sin medida de los más de cien coruñeses que coparon uno de los frentes del pabellón barcelense fue el mejor de los estímulos hacia la remontada que finalmente se quedó a medias en la tanda de penaltis.
A dos aficiones de diez que dieron espectáculo en las gradas y a un partido de infarto entre dos equipos que se dejaron el alma en la pista, no acompañaron ni el arbitraje de la pareja italiana (es por cosas como estas que el hockey sobre patines se sigue poniendo palos en las ruedas para avanzar como deporte) ni el comportamiento de las autoridades locales, que decidieron tratar como delincuentes a los desplazados desde A Coruña, una expedición peligrosa formada en su mayoría por familias con niños e incluso por el entrañable Manolo, el famoso abuelo de Saúl, cara visible de la plataforma HockeyGlobal, y armada con un arsenal de yogures y mandarinas de destrucción masiva y que fueron directos a la basura mientras bombos, vuvuzelas, banderas y pancartas quedaron confiscados hasta la salida.
Una semana antes, el Kaos Barcelense, como se conoce a los seguidores más fieles del equipo portugués, no tuvieron problemas en el Palacio de los Deportes de Riazor para introducir su material de animación. Y así debe ser. Aquí nadie es forastero.