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Si hace, pongamos, siete años el Real Club Deportivo SAD hubiese convocado una junta de accionistas un veraniego día laborable de julio a las nueve de la mañana y con participación telemática es probable que la torre de Marathón se hubiese convertido en una tea entre las llamas que se habrían prendido al estadio. Si además alguien hubiera dado el paso para que aquellas reuniones de propietarios del club dejasen de ser una verbena sugiriendo siquiera que hiciese falta un mínimo de 1.500 acciones para acceder a ellas, las consecuencias ya hubieran sido impredecibles. Desde luego en las redes sociales ya hubiera aparecido la correspondiente brigadilla de las esencias deportivistas a laminarle al osado en todos los sentidos, el personal, el profesional, el empresarial o el que hiciese falta emborronar. Y, ojo, sin defensa posible.


Este miércoles, casi al alba, el Deportivo celebró una Junta de Accionistas de trámite en la que aprobó cuestiones que se podrían catalogar como tan técnicas que se han digerido sin suscitar el interés del deportivista. La verbena ya hace tiempo que terminó, ahora suenan violines y a esta altura del verano la convocatoria pareció una anécdota. En realidad lo que nos ocupa es la pelota y si se va a fichar a un delantero, a un mediocentro o al cuarto central. Igual siempre debió de haber sido así.


Nada de lo que ocurre en el Deportivo es excepcional. Lo extraordinario es lo otro, aquel capitalismo popular que algunos, y con fines muy dispares, trataron de salvar sin éxito. El pueblo no quiso. A los que al final pelearon por mantener aquella comuna y ponerla al día con las necesarias aportaciones de capital, que el tiempo ha demostrado que eran imprescindibles, se les señaló como si se hubiesen quedado el club. “É deles”, les dijeron aunque los que más aportaban no llegaban ni de cerca a juntar el diez por ciento de las acciones. Se produjo así una de esas paradojas que definen al fútbol: los que se presentaban como intensos defensores del reparto accionarial no solo no ponían dinero en el club sino que censuraban a aquellos que lo gastaban (aquí podría escribirse tiraban) en una sociedad que ni querían ni, sobre todo, podían controlar. Y no solo propiciaron sino que aclamaron la llegada de una propiedad única y fuerte. Cuando alguna voz se alzó en contra en una de aquellas últimas verbenas, los defensores de las esencias se carcajearon y pidieron que la música no dejase de sonar.


Batallas pasadas aparte, en 2025 el Deportivo muestra una realidad palmaria. Esa propiedad fuerte que está al frente del club es la consecuencia de la realidad de este fútbol que se ha dado en denominar moderno y en el que en ocasiones se sublima lo pasado y se minusvalora lo contemporáneo. Evitaré caer en esa tentación y aplaudiré a un club que mantenga su esencia sostenido por una propiedad fuerte, implicada en la ciudad, sus sueños y expectativas, con grandeza en la gestión y respeto y empatía ante la crítica. Entiendo que son valores desde los que se trabaja en la actualidad para que, sobre todo, la pelota entre. Porque ese fue, es y será el objetivo. O tan siquiera el más básico.

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