No hay mayor falacia en el argot futbolístico que calificar como malo el juego de un equipo que, por lo que sea, no te gusta. Porque “jugar bien” es el ‘false friend’ del balompié, ese término que parece una cosa cuando no tiene nada que ver.
Han sido muchos los técnicos que han tratado de explicar la evidente diferencia entre jugar bien y jugar bonito. Aunque es evidente que entre tanta frase preconstruida, una rueda de prensa no parece el contexto más atractivo para prestar atención. Sin embargo, en ocasiones, los que saben de fútbol nos dejan reflexiones de las que conviene tomar nota.
Hace poco, me topé en redes sociales con un clip de Julián Calero, uno de los técnicos no solo más exitosos de la segunda línea del panorama nacional, sino también más magnéticos cada vez que se pone delante de un micrófono.
En el extracto, Calero -que igual de esto sabe algo-, por aquel entonces todavía entrenador del Burgos, decía: “La gente lo confunde. Jugar bonito es jugar bien con balón. Hacer una cabriola, un caño, incluso asociarse... Pero el fútbol tiene cuatro fases: la de ataque, la de defensa -donde también hay que jugar bien-, qué haces cuando pierdes el balón y qué haces cuando lo robas. Si eso lo haces muy bien y todo el equipo hace lo mismo en cada una de las cuatro fases, juegas bien al fútbol. Si a eso le unes que tengas mucha capacidad técnica, jugarás bien y bonito”.
“Yo quiero que mi equipo juegue bien al fútbol de una manera. Eso no quiere decir que no seamos capaces de asociarnos, de hacer unos contra unos, de hacer superiodades, de atacar la espalda, de hacer goles... Intentamos todo eso, pero también sabemos nuestras condiciones. Y como sabemos nuestras condiciones, nos ajustamos a ellas y les sacamos el máximo rendimiento. Hay que ser muy listo en la vida: sácale rendimiento a lo que tienes y no quieras ser quien no eres”, finalizaba el preparador madrileño.
Es difícil ser más didáctico. Por eso ahora, en estos tiempos en los que toca hacer balance del ‘rey muerto’ y empezar a proyectar nuestros prejuicios y expectativas sobre el ‘rey puesto’, me sorprende la cantidad de opiniones que leo y escucho acerca de lo “mal” que jugaba el Deportivo de Óscar Gilsanz.
No me suele gustar opinar ‘fuertemente’, pero en este caso me veo con la potestad suficiente para dejar bien claro mi punto de vista en este tema. Porque es radical: no, el Dépor de Gilsanz no jugaba mal.
Vayamos a lo básico: si el Dépor jugase mal, no se habría salvado con suficiencia. Los números no mienten. Y menos en una muestra de 30 partidos. Restando los últimos cuatro encuentros -en los que, efectivamente, jugó no mal, sino muy mal al menos en tres-, el Dépor de Gilsanz hizo 43 puntos en 26 partidos. Una cifra de playoff para un recién ascendido a la que no se llega por casualidad. Jugando mal puedes puntuar un día o dos -como también ha hecho el Deportivo de Gilsanz-, pero no 26.
Luego podemos abrir el debate de si el equipo fue brillante o no. Mi opinión es que en partidos sí y en otros, no tanto. ¿Debería continuar? Pues si quieres ser un equipo muy propositivo, quizá Óscar Gilsanz no sea el mejor posible para darle herramientas tácticas al equipo en materia ofensiva -o quizá sí, yo no conozco tanto cómo trabaja-.
Todas estas discusiones a mayores son lícitas. Y es compatible entender que se busque otra cosa con defender el trabajo de Gilsanz y, a la vez, lamentar la poca coherencia del Dépor a la hora de vender cantera pero no apostar por un técnico que ha 'derribado' la puerta desde abajo.
Curiosamente, muchos de los que dicen que el Dépor de Gilsanz jugó mal también están preocupados porque el club ha fichado al entrenador de un Huesca “que no jugaba a nada”. Pero... ¿cómo no va a jugar a nada un equipo que estuvo a punto de meterse en playoff pese a que en verano no sabía si podría salir a competir y venía de salvarse con el 'gancho'? Algo tendrá, ¿no?
El problema vuelve a ser confundir jugar bien con jugar bonito. Jugar bien es objetivo. Jugar bonito, una percepción subjetiva según el gusto de cada uno, aunque hay un evidente denominador común en la belleza que suele implicar ritmo con balón -combinaciones, carreras, regates...- y ocasiones de gol. Por eso es una falacia pretender argumentar que tanto Gilsanz como Antonio Hidalgo jugaban mal. Ambos supieron adaptarse a lo que tenían. Minimizar los puntos débiles y potenciar los fuertes. Darles identidad a sus equipos.
No pasa nada. Quien quiera seguir ‘rajando’ de entrenadores que juegan mal, tiene todo el derecho del mundo para hacerlo. Pero si a mi me preguntan, denme a un entrenador de esos que juegan tan mal pero sacan resultados. Porque si son talentosos y tienen mimbres, seguro que serán capaces de jugar bien bonito.