Los equipos de Preferente Futgal tienen ya sus pretemporadas organizadas. Un hecho que, más allá de servir para contar los amistosos que disputarán en agosto, muestra que en el fútbol modesto no se deja nada a la improvisación. Todos han cerrado una media de siete partidos preparatorios, tienen las sesiones de entrenamiento bien distribuidas, los ciclos de carga planificados... No son clubes con muchos recursos, pero sus cuerpos técnicos funcionan con una seriedad que pasa desapercibida para quien no está puesto en este mundo.
Y soy el primero que levanta la mano. Cuando empecé a cubrir el fútbol local, no me imaginaba que fuera así. Pensaba que me iba a encontrar algo más informal, de pasar el rato. Pero en absoluto. He visto entrenadores que preparan informes detallados sobre los rivales, que analizan sus propios partidos en vídeo y que conocen al dedillo las plantillas de su Liga. Las directivas sostienen a los clubes, sí, pero el papel de los técnicos es trascendental. Hacen de todo: diseñan sesiones, cierran fichajes, animan al grupo, dirigen con táctica y pasión, actúan como portavoces... Son un poco hombres-orquesta, arropados, eso sí, por ayudantes igual de comprometidos.
De aquí parte todo. Los que mandan exigen y los jugadores responden, una exigencia que permite luego vivir con intensidad las alegrías: una permanencia, un ascenso, una clasificación para la Copa del Rey... Ahí, cuando el San Tirso logró ante el Selaya el pase para jugar contra un Primera, su entrenador le dijo a mi compañero que habían controlado bien al punta del Selaya, quien era rápido como “Jon, el del Meicende”. Análisis previo de un equipo cántabro y conocimiento de una categoría que ni siquiera era la suya.
Las resultados están a la vista. Si el fútbol gallego da jugadores de nivel y sus Ligas son cada vez más competitivas, tiene mucho que ver con esta generación de técnicos muy formados, metódicos y apasionados. El fútbol modesto está en buenas manos.