La dirección deportiva de Fernando Soriano ha comenzado a construir la casa por los cimientos. Siempre con Helton Leite bajo palos, los refuerzos acometidos hasta la fecha han ido encaminados a ensamblar la estructura defensiva del equipo (Noubi, Comas), además de procurar fondo de armario para el desempeño por las alas (Luismi Cruz).
Pero sin duda la pieza que más ilusiona al deportivismo es la del delantero centro todavía por desembarcar; el club blanquiazul trabaja en los descartes de Primera División, en búsqueda de un perfil de goleador con experiencia capaz de marcar la diferencia en los metros finales. A imagen y semejanza de lo realizado en la temporada 1990-91, en la que dos viejos rockeros en la élite (Villa y Uralde) descendieron un peldaño en su nivel competitivo para reflotar un club que apolillaba casi veinte años consecutivos en el fútbol de plata. Justo antes del estallido del Superdépor, Augusto César Lendoiro tuvo la astucia de enrolar en su nave a un par de veteranos que cambiaron la historia.
Joaquín Villa, la flecha de La Camocha, reeditó sus mejores caracoleos —tras siete campañas en Primera con el Sporting de Gijón—para desbordar continuamente por banda y servir a sus compañeros; además, rubricó ocho dianas.
Peio Uralde, a sus 32 años y después de haber alzado dos títulos de Liga y una Supercopa con la Real Sociedad, desempolvaba su fusil en el equipo entrenado por Arsenio Iglesias hasta el punto de sellar 15 tantos decisivos para enterrar la ‘longa noite de pedra’.
Aunque en el arranque de la presente pretemporada Eddahchouri, Bouldini e incluso Cristian Herrera han querido reivindicarse, lo cierto es que el Deportivo precisa de definición para rentabilizar su más que notable creatividad. Urge retomar el acierto de 1990.