Miedo a quedarse quieto
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Miedo a quedarse quieto

Miedo a quedarse quieto
Gilsanz

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Sin apenas objetivos clasificatorios en juego en el tramo final de Liga, es normal que nos pida el cuerpo pensar en la próxima temporada en clave Dépor. Fernando Soriano esquiva preguntas como puede. Óscar Gilsanz se mantiene discretamente al margen. Y la prensa, siempre impaciente, ya le damos vueltas al debate sobre renovar, o no, al entrenador betanceiro.


No sé qué pasará. Pero intento ponerme en el lugar de Fernando Soriano, o de quien decida, y solo puedo pensar en lo tentador que sería no tocar nada. Después de tres movimientos en los banquillos —con Gilsanz, Manuel Pablo y Miguel Figueira subidos en cadena tras la destitución de Idiakez— los tres principales equipos masculinos están cumpliendo. Algunos, como el Fabril, incluso superan los objetivos. Y lo mismo ocurre en la sección femenina.


A veces se puede confundir el impulso por mejorar con el miedo a quedarse quieto. Como si no hacer cambios fuese sinónimo de estancarse. Como si avanzar significara moverlo todo, aunque ese movimiento acabe rompiendo lo que funciona.


Si mi coche no me deja tirado y me lleva adonde quiero, ¿por qué voy a cambiarlo? Si mi móvil aguanta la batería, no se cuelga y no tiene la pantalla rota, no busco otro. Me cuesta no confiar en lo que cumple lo que se le pide. Y si un día el coche se rompe, bueno, ahí sí, llamamos al taller. Pero mientras funcione, yo, al menos, no lo toco. Aunque, ojo, soy el típico que no actualiza el software del móvil por miedo a que vaya peor. Igual no soy el mejor consejero. 

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