El Deportivo lanzó el pasado sábado un aviso navegantes con su contundente triunfo en el Nuevo Los Cármenes, uno de esos campos que están llamados a poner en dificultades a muchos rivales durante la temporada. Este domingo, al equipo de Antonio Hidalgo le toca marcar territorio. Riazor tiene que ser un fortín desde el primer momento y provocar que cada equipo que llega a A Coruña sepa que va a tener que sufrir para llevarse de vuelta algo que no sea una derrota.

No hay ninguna posibilidad de que el Dépor alcance la tierra prometida, ese “quedar entre los seis primeros” pronunciado por el técnico que maquilla el objetivo del ascenso, sin que el cuadro coruñés se haga fuerte como local y normalice que cada 15 días va a sumar tres puntos. Sea quien sea el invitado. Y conviene además hacerlo desde bien temprano para no ir acumulando piedras en la mochila como sucedió el curso pasado, cuando los propios futbolistas reconocieron que el sentirse en deuda con los suyos pesaba a la hora de buscar los triunfos. Un año más, la parroquia deportivista se ha apuntado a la misión y volverá a empujar. El escenario está preparado y ahora le toca al equipo coruñés convertir todo el aliento de la grada en una caldera que permita poner el terreno de juego cuesta abajo.

El club no le ha entregado las llaves a mal inquilino para tal empresa. Porque Hidalgo es perfectamente consciente de lo que puede proporcionar la fiabilidad como local, algo que le permitió al Huesca la temporada pasada convertir el objetivo inicial de la permanencia en el sueño de colarse en la zona de playoff hasta el tramo final. El calendario ha querido además que el primer rival sea el Burgos. El líder Burgos, uno de los primeros equipos que en la 2023-24 pescó en Riazor revuelto. Se me ocurren pocas oportunidades mejores para demostrar que, efectivamente, este es un nuevo Dépor.