Cuenta la leyenda que en 1823 William Webb Ellis, estudiante de la escuela superior de la ciudad de Rugby, durante un partido de fútbol escolar, cogió el balón con las dos manos y corrió hacia la portería contraria. 200 años más tarde, descendientes de aquella osadía se congregan en Francia para la celebración de la décima Copa del Mundo de rugby, que desde hoy y hasta el 28 de octubre se disputará en tierras galas, acogiendo uno de los mejores espectáculos que puedan ofrecerse al aficionado deportivo.
Es cierto que, pese a la longevidad del deporte, las competiciones mundiales no se inauguraron hasta 1987, año en el que David Kirk, capitán de la selección neozelandesa, levantó la primera copa que lleva el nombre del inventor del rugby. El mérito de aquellos esforzados pioneros, al margen de la evidencia deportiva, lo constituía el amateurismo que, en aquellas fechas, todavía presidía este deporte. El éxito del cónclave consolidó el torneo con periodicidad de cuatro años y supuso la profesionalización de los rugbiers, favoreciendo la calidad del juego, el incremento de jugadores a nivel mundial y la comercialización del rugby como espectáculo deportivo. Con mayor o menor éxito se fueron introduciendo en el reglamento modificaciones para favorecer la espectacularidad en el juego y, a su vez, proteger al jugador de los embates, siempre combativos, que se producían durante los partidos. En esta evolución siempre se han considerado, como faros clarividentes, los principios y valores de humildad, respeto, nobleza y esfuerzo que sustentan este deporte y que respeta todo aquel que lo practique en cualquier lugar, en cualquier idioma.
El próximo Mundial de Francia supone, para cualquier aficionado al deporte, asistir al espectáculo de una contienda deportiva que lleva al deportista hasta su extenuación peleando, cual gladiador, la conquista por cada metro del campo adversario y hasta alcanzar el éxito en forma de ensayo.
A estos neófitos del balón ovalado, sin duda les sorprenderá la intensidad del juego y el equilibrio que este guarda con el respeto al adversario, así como y sobre todo, con las decisiones de los árbitros, acertadas o equivocadas, a las que los jugadores se someten sin derecho a réplica ni a protesta en ejercicio de uno de los valores más exportables de este deporte. Constituye por ello el mundial una inmejorable oportunidad de adentrarse en un deporte que engancha a todo aquel que se decide a probarlo.
Por su parte, los aficionados a este deporte, se enfrentan a la Copa del Mundo más igualada de las últimas celebradas, sin que ninguna selección pueda colgarse el cartel de indiscutible favorita, generándose de esta forma una mayor y mejor expectativa. Supone además una reedición del clásico enfrentamiento entre hemisferios, lid en la que los del sur, casi siempre salieron victoriosos. En esta disputa las selecciones de Irlanda, actual número 1 del ranking mundial con un juego sobrio y regular; y Francia, por su condición de anfitriona y por su crecimiento en los últimos años, se erigen como principales bastiones del favoritismo del norte. Mientras que Sudáfrica, actual campeona del mundo, y Nueva Zelanda, la excelencia del rugby pese a los momentos de incertidumbre que atraviesa, constituyen la principal defensa de la hegemonía austral.
Sin duda habrá otros equipos que animarán la competición en forma de sorpresa: Australia, dos veces campeona mundial pero desconcertada en un proyecto incierto; Escocia, habituada a gestas de las que ha dado muestras en los partidos preparatorios; pero, sobre todo, Argentina, que en las últimas temporadas ha derrotado a aquellas selecciones que por tradición formaban un selecto club de acceso restringido hasta fechas recientes, serán sin duda países que, desde la discreción que ofrece el no favoritismo, asaltarán la gloria si los que están llamados a alcanzarla subestiman la voracidad de éstos en el combate.
Como es tradición, los clubes de todo el planeta reunirán a sus miembros en torno a un televisor y unas cervezas, a modo de tercer tiempo universal, unidos por la misma pasión. Álcese pues el telón: pasen y Cgocen.