A mediodía de ayer, mientras rebuscaba en las rebajas veraniegas, me topé con Yunio Barrueta, quien andaba en lo mismo. Una charla de cinco minutos dejó patente la triste soledad del tirador (sin cupo). La principal metralleta del Básquet Coruña en las tres últimas temporadas dejó caer su preocupación por la falta de ofertas.

“Los jugadores como yo lo tenemos muy difícil”, comentó cuando salió a colación que el efecto NCAA, todavía prácticamente en estado embrionario, está provocando en los no considerados Jugadores de Formación Local (JFL), los popularmente denominados cupos. En una entrevista concedida hace unos días (y que sale publicada en este mismo número), Barrueta mostraba su esperanza de mantener un puesto de trabajo en la ACB. Ayer, esa ilusión prácticamente se había evaporado de su rostro, 99% resignación.

Los equipos de Primera FEB están fichando JFL de Segunda FEB. Y no tardarán mucho en subir algunos de la segunda categoría a la ACB. Un muy peligroso, para todas las partes, efecto dominó. La temporada 2024-25 empezaron la antigua LEB Oro un total de 101 cupos, de los cuales 88 son nacidos en España. Pero un porcentaje por encima del deseable estuvo para poco más que cumplir el mínimo de cuatro por convocatoria para partidos oficiales que exige la FEB.

Viendo el panorama actual, y sobre todo el que más que posiblemente se avecina, tal vez habría sido más sensato por parte del CSD, la ACB y la FEB retocar el concepto de cupo, abrir un poco más la mano, que sacarse de la manga —da la impresión de que deprisa, corriendo, tarde, mal y a rastras— una liga para sub-22 que solamente protegerá —mientras quieran las universidades estadounidenses, claro— a los jugadores de clubes con un asiento en la máxima categoría española. Yunio asiente ante la propuesta. Lógico.