Apenas hay en el fútbol cuatro o cinco piezas que puedan escaparse o sobresalir independientemente del contexto en el que se muevan. Es una de las reglas que rigen, en mayor o menor medida, cualquier deporte de equipo. Y, no hay que engañarse, en el Deportivo el contexto no es amigable para los delanteros. La naturaleza de sus mejores jugadores, extremos modernos más enfocados a la finalización que a la generación, y un mediapunta con tendencia a buscar la portería antes que el último pase, restan margen de maniobra a los ‘9’ que los acompañan, desplazados a un rol de complemento.
El debate sobre si el Dépor le pone las cosas suficientemente sencillas a sus puntas sería totalmente legítimo si esos puntas hubieran puesto antes algo de su parte. El problema es precisamente ese, que no han alcanzado siquiera el mínimo para abrir la puerta a la conversación.
Porque con una producción más que aceptable de su segunda línea, entre Yeremay, Mella y Soriano acumulan 35 goles y asistencias, este Dépor nunca ha reclamado de su delantero las cifras que ponen sobre la mesa otros matadores de plata como Luis Suárez, Alemao o Andrés Martín. Nadie le pide dobles dígitos a Barbero, Bouldini y Eddahchouri. Aunque sería recomendable que sí superaran la decena entre los tres. Incluso de forma repartida.
No se trata, en todo caso, de un tema de dianas. No perdió el puesto por eso Barbero en lugar de Bouldini, no lo hizo de nuevo a las primeras de cambio cuando llegó Zaka en enero. Tampoco recientemente el neerlandés ha visto amenazada su hegemonía por su falta de acierto ante la portería contraria. Porque aunque el delantero vive de los goles, como a todos ellos les gusta decir, el debe de los tres arietes blanquiazules en el área es menor en comparación con lo que no han sido capaces de ofrecer en otras facetas fuera de ella. Empequeñecidos a cada metro que se separaban de la portería rival.
Los datos reflejan a la perfección lo que le pedía Idiakez antes y lo que le pide Gilsanz ahora a sus referencias ofensivas. Ser un señuelo. Un incordio para los rivales y, al mismo tiempo, una válvula de escape para sus compañeros cada vez que surjan problemas para sacar el balón jugado. Ni una cosa ni la otra. Las últimas jornadas han evidenciado todavía más lo poco que el Dépor ha recibido de los delanteros, incapaces salvo contadas excepciones de imponerse a sus pares en cualquier zona del campo. Bien sea para aguantar una pelota de espaldas, bien sea para adelantarse con acierto de cara a portería en los últimos metros.
Tocan reformas pensando en el próximo curso y el objetivo prioritario debería ser firmar un ariete de garantías. Y garantías no tienen que ser necesariamente un cheque de 20 goles. Quizá sea suficiente ser capaz de asumir el contexto del equipo blanquiazul y acertar de vez en cuando en el momento en el que la pelota ronde el área.