El deporte de competición tiene una constante y no es otra que todos los contendientes buscan la victoria aunque la gloria sólo se la lleva el ganador. Esta máxima llevada a la alta competición, donde las diferencias entre los mejores son mínimas, obliga a preguntarnos qué distingue entonces al gran campeón de los demás.
Viene a cuento esta reflexión por la reciente victoria de Rafael Nadal en el Open de Australia, adonde llegó después de una operación, con poco entrenamiento, sin ritmo de juego tras medio año sin competir, y a una edad en la que pocos creían que pudiera alzarse con el trofeo.
La exhibición de estrategia y pundonor del manacorí dejó a todo el mundo del deporte sin palabras para explicar el resurgir de un gran campeón. Y es que son pocas las distancias –en cuanto a calidad tenística– que separan a cualquier jugador del ‘top 10’ de la ATP. Es más, Rafa no es quien tiene el mejor saque, tampoco una derecha demoledora, ni el revés más poderoso del circuito pero siempre exhibe un juego muy equilibrado que apenas muestra fisuras. Sí es de justicia destacar el carácter, la determinación de ser el mejor y la fuerza mental que transmite a sus rivales en la pista.
Y es precisamente esta última virtud la que lo diferencia del resto y le otorga el aura de invencible. Remontar dos sets a un jugador en plenitud como Daniil Medvedev –diez años más joven–, en una superficie que no es su hábitat natural y en un Grand Slam que tenía atravesado después de perder cuatro finales previamente.
Es ese aura, que trasciende lo físico y emocional, que engrandece su leyenda y nos hacer pensar que el tenista balear todavía tiene cuerda para grandes hazañas. Su sola presencia en la pista genera, y generará, un respeto máximo en sus adversarios. Cualquiera rival que se cruce en el cuadro con Nadal sabe que para ganarle no sólo va a tener que jugar mejor que él, sino que deberá de aguantar la resistencia y la fe en la victoria del deportista español.
Más estéril parece el debate de quién es el mejor tenista de la historia que, sin duda, habría que buscar entre el llamado ‘Big Three’: Roger Federer, Novak Djokovic y el propio Nadal. Si nos fijamos en el número de títulos de mayor prestigio (Australia, Roland Garros, Wimbledon y US Open), entre los tres han vencido en 61 ocasiones en los últimos dieciocho años, dejando sólo doce trofeos para los demás.
Siguen siendo los dominadores de una época gloriosa del tenis y han ensombrecido a más de una generación de tenistas formidables.