OPINIÓN | Aire pachanguero
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Cuatro jornadas, poco menos de un mes, le sobraron al Deportivo para mantenerse en la categoría que se perdió en un verano distópico y que tanto costó recuperar. Tras comer tanta mortadela tampoco es cuestión de ponernos ahora exquisitos porque a finales de octubre, después de ganar apenas dos partidos en doce jornadas, la dirección deportiva del club decidió dar un golpe en el timón y cambiar de entrenador. Y apenas dos meses después de ese volantazo el capitán y faro del equipo, la leyenda que lo condujo hasta el ascenso, se fue al exilio. Así que ni tan mal. El Deportivo se queda en Segunda y el futuro nos lo anuncian promisorio, por más que el objetivo del ascenso a la máxima categoría se haya marcado de puertas afuera para la primavera de 2028.


El feliz epílogo se escribió en un partido con aire pachanguero al que se llegó tras conocer que un nuevo tropiezo del Eldense abarataba aún más la permanencia. A partir de ahí todo lo que ocurrió tuvo un aroma de apacible fin de curso en el que algunas lecciones quedaron claras. La primera es la de que Yeremay está muy por encima del nivel del equipo y que si se apunta a una salida este verano es porque su crecimiento futbolístico ha distanciado el del colectivo. Ocurrió en su día con Fran, que hubiera volado porque el Deportivo llegó al nivel futbolístico al que estaba. La cuestión es si, con la cláusula de rescisión sobre la mesa, el club puede apostar por una continuidad, conformar un proyecto ganador en torno al jugador y desatender cualquier oferta a la espera de que jugador y equipo crezcan juntos. O si, por el contrario, lo juicioso es recoger dividendos y reinvertir en elevar de golpe el muy mejorable nivel del colectivo con unos ingresos al alcance de pocos rivales en la categoría. Es un bendito problema, pero es un problema. Y requiere que alguien lo sepa solucionar.


Tras Yeremay están todos los demás. Por ejemplo Eddahchouri, que en un partido de intensidad defensiva al nivel de la segunda holandesa demostró que sabe meter goles. Nada que no mostrase su currículum. Está Patiño, que debutó en Riazor y al que un sector de la grada jaleó cada vez que tocó la pelota, por irrelevante que fuese la intervención. Podría discutirse si esa es la mejor manera de respetar a un profesional, pero lo que no admite réplica es que todos esos seguidores felices lo están porque de su bolsillo no salió el millón de euros invertido en fichar a un futbolista que al menos esta campaña ocupó el último lugar en la fila de los reservistas. También se mostró Jaime, detalle que anima a pensar de que el tiempo de Pablo Martínez en el club está contado. El coriáceo zaguero galo tiene una cláusula en su contrato que obliga a una renovación si se cumple un número determinado de partidos cuyo límite Soriano (Fernando) guarda con celo. Si no se han cumplido está a punto. Sería bonito que se pudiese despedir de Riazor, donde un sector de la grada siempre le tuvo entre sus favoritos, sobre el césped.


Son los flecos de la temporada, lo que resta para cerrar una campaña que permite ahora el lujo de avanzar en la planificación para no tener que llegar, como en los últimos tiempos, a las últimas horas del mercado con deberes por hacer. Culminado el objetivo, las decisiones deberían de empezar a consolidarse mientras el equipo defiende el escudo en las cuatro últimas jornadas, que sobran sí, pero viniendo de dónde venimos y yendo a dónde íbamos no dejan de ser una gozada.

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