“De esta saldremos mejores”, decían los letreros de los arcoíris colgados en las ventanas en aquellos primeros días de la pandemia. Lo que no sabía Andrés Prieto (A Coruña, 2003) es que en su caso iba a ser literal. Porque mientras la sociedad agudizaba el ingenio para entretenerse durante las largas horas de encierro, los deportistas se buscaban la vida para seguir entrenando entre cuatro paredes. En el caso de este oleirense de 22 años, 17 en aquel momento, el rodillo fue su salvación. Y tanto, tanto le dio, que cuando salió, era otro. “Siempre había hecho triatlón, pero más como un hobby. Pero en la pandemia hice tanto rodillo que me cambió el chip y cuando volví a competir, empezó a dárseme bien”, recuerda. Después llegó la mudanza a Madrid, las citas internacionales y los podios. Y ahora da un nuevo salto en su carrera de la mano de la leyenda Javi Gómez Noya en Pontevedra. “Es un sueño. Siempre había sido mi ídolo. Mira que llevo con él desde octubre pero cada vez que lo pienso, todavía no me lo creo”, se ríe.
En el horizonte, Mundiales y Juegos Olímpicos, para los que espera poder clasificarse en el futuro, quizás no ya en este ciclo de Los Ángeles 2028, sino ya para el próximo de Brisbane 2032. Aunque no quiere obsesionarse porque como suele decirse, de lo que hay que disfrutar es del camino en sí y él a lo que realmente aspira es a llevar una vida de deportista profesional, que es lo que está empezando a experimentar este año con su traslado a Pontevedra para ponerse a las órdenes del que fue subcampeón olímpico en Londres 2012 y sigue siendo uno de los mejores triatletas de la historia. Y en parte, se lo debe a su padre, con quien comparte nombre y afición.
“Él hacía todo tipo de deportes y todos los años participaba en el triatlón popular de Oleiros, que ahora se hace en Mera, y un día me llevo a la piscina a nadar con él y me presentó al que era el presidente de mi club, el Fogar, que me invitó a probar, fui a nadar, me gustó y ya me quedé”, recuerda sobre sus inicios. Lo más habitual en el triatlón es empezar en una de sus tres modalidades, natación, ciclismo o atletismo, y después pasarse. Pero no fue su caso. “Había ido a la piscina de muy pequeño, a hacer cursillos, para aprender a nadar básicamente”, dice. Él lo que practicaba era judo y fútbol y empezó a compaginarlos con el triatlón. Por entonces tenía solo 10 años, pero pronto las exigencias de un deporte tan duro y sacrificado le obligaron a ir dejando los otros dos para centrarse solo en el que ya se estaba convirtiendo en su pasión pese a que hasta que llegó la pandemia, se trataba solo de una afición.
“Hasta que entré en Bachillerato, más o menos, lo hacía porque me gustaba mucho, pero más por hobby, iba compitiendo e iba haciendo buenas carreras”, indica. Eso cambió en 2020. Para todos en general, con una pandemia que hizo parar el mundo. Pero para él en particular porque las horas que dedicó en casa no fueron en balde. “El rodillo era de lo poco que se podía hacer y cuando volví a competir, de repente se me empezó a dar bastante mejor y como que ahí me cambió un poco el chip y me empezaron a ir bien las cosas”, explica. Y gracias a los buenos resultados, se fue becado a Madrid para entrenar en la Blume, viviendo una primera fase hacia su profesionalización que ahora exprime al cien por cien en Pontevedra.
“En Madrid ya estaba, pero allí ya me quedaba poco porque la gente es más joven”, dice. Así que cuando la Federación Gallega le ofreció la posibilidad de integrarse en el nuevo grupo que se estaba formando, no tuvo que pensárselo mucho. Más cerca de casa, con todo pagado, dedicado íntegramente a entrenar (mientras estudia INEF a distancia en la UCAM de Murcia) y encima, con Javi Gómez Noya al frente. “Cuando era pequeño, sólo verle en persona para mí era la leche y ahora es mi entrenador. Estoy súper contento”, confirma.
El ferrolano, que además de subcampeón olímpico fue cinco veces campeón del mundo y número uno del ranking mundial durante nueve años seguidos, entre 2007 y 2016, es el Capitán, como le conocen en el mundillo. “Obviamente tiene unos conocimientos que poca gente tiene, igual que su experiencia, pero es una persona bastante cercana y como entrenador, escucha bastante al deportista, porque no todos somos iguales, y se adapta bastante a lo que necesitamos sin dejar de lado su filosofía. Lo que a él le ha ido bien es lo que nos intenta transmitir a nosotros”, valora.
Y eso significa mucho, mucho entrenamiento. “Sí, la verdad”, admite, “he notado un salto grande, no paramos, de ocho de la mañana a ocho de la tarde”. Una semana estándar implica siete sesiones de piscina, cinco o seis en bici y otras cinco de carrera, además de cuatro de gimnasio, lo que se traduce en dos entrenamientos por las mañanas y uno o dos por las tardes, dependiendo del día. “De lunes a sábado nadamos a las a las 8 de la mañana y los miércoles con doble sesión porque tenemos otra por la tarde. Después desayunamos y salimos en bici, comemos y si terminamos relativamente temprano me da tiempo de ir a casa a descansar y estudiar un poco y hacerme un café, que no puedo vivir sin él”, enumera. Y por la tarde, a correr y al gimnasio (además de la piscina de los miércoles). “Entre una cosa y otra ya te da la hora de cenar”, se ríe. Y dormir porque al día siguiente, vuelta a empezar.
El año pasado, Andrés Prieto consiguió sus mejores resultados, precisamente en A Coruña, donde se subió al podio del Campeonato de España para recoger la medalla de bronce en la prueba élite y la de plata en la categoría sub-23. “Me dio suerte porque venía de una lesión, era mi primera competición de la temporada y no me esperaba hacerlo tan bien”, reconoce. En el escenario internacional ha sido top diez (noveno y décimo) en dos Campeonatos del Mundo júnior y también se colgó el bronce en una prueba de la Copa de Europa. Este año quiere repetir podio en el Campeonato de España, que vuelve a ser en A Coruña, convertida en su talismán, y en las citas internacionales busca sumar puntos que le vayan haciendo subir en el ranking mundial.
“No dejo de ser bastante joven y aunque en la mayoría de deportes parece que si no rindes de pequeño ya no vales, en triatlón se tarda más en alcanzar la madurez”, analiza, “por lo que lo principal es conseguir más puntos en las carreras internacionales para poder subir en el ranking y clasificarme para el Mundial sub-23, que va a ser en Australia y habrá solo un par de plazas por país”.
Si tiene que escoger uno de los segmentos, cree que el que mejor se le da es el de ciclismo. Por eso no duda de cómo sería la carrera ideal para él: “Primero, natación con neopreno, es decir, que el agua esté fresquita, que en Galicia desde pequeño ya me he acostumbrado. La bici que sea dura, que normalmente hacen circuitos bastante llanos, así que sea duro con alguna subida o técnico. Y para correr, que no haga mucho calor, con fresquito igual que en la natación”.
En A Coruña, en la cita prevista para el 31 de mayo, puede que tenga suerte. “La natación será en el Dique y no tiene pinta de que vaya a estar muy caliente el agua”, bromea. Si va al Mundial a Australia, ya será otra cosa. Pero para eso también está la experiencia de Gómez Noya, acostumbrado a largas estancias en Nueva Zelanda. “Cuando era pequeño y lo veía por ahí, de concentraciones, quería llevar ese estilo de vida. Además de ganar un Mundial o ir a unos Juegos, ese era mi sueño”. De momento, lo más lejos que viajó fue a Lanzarote, donde pasó la Navidad. No descarta nuevos desplazamientos aunque “en Galicia se está de lujo, mejores sitios que aquí no hay”.
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